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No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre

Lo que hemos comprobado en la historia de la humanidad es que podemos pervertir o degenerar la religión. Esto quiere decir que algo que puede ser bueno, los hombres podemos transfórmalo en malo. Pastores, líderes religiosos y carismáticos se han aprovechado de las personas por siglos haciendo un negocio de los asuntos sagrados.

Alguno pensará que eso no sucede en su Iglesia. ¡Cuidado! Tenemos que estar vigilantes, porque la debilidad humana existe y debemos luchar contra la tentación de hacer un negocio con lo sagrado.

Una forma de cuidarse es hacer incapie en que la santidad se da en nuestros corazones y que acoger a Cristo supone un acto de amor e iniciativa de Dios. Los profetas de Dios no cobran por llevar el mensaje de salvación y mucho menos fomentan el odio o vinculan su labor a negocio alguno.

El Señor nos llama a ser templos del Espíritu Santo, donde habite el amor, perdón y compromiso libre con Dios.

Leer:

Jn 2,13-22: Hablaba del templo de su cuerpo.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

–«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

–«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

–«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:

–«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.