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Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes

Todos los pueblos tienen su comida típica o “bandera”. Es de conocimiento universal que a los dominicanos nos gusta nuestro arroz con habichuela y su carne al lado. Cada país tiene su plato tradicional. En el caso de Jesús, un alimento que no podía falta era el pan. Era parte fundamental de la dieta de los descendientes de Abraham y Moisés. De ahí viene que Jesús usara siempre esta imagen para dar una palabra.

Pan hace referencia a la palabra de Dios y a la evangelización. También se refiere al alimento divino que quita el hambre espiritual y nos lleva hacer la voluntad de Dios. Los discípulos han comido de este “pan” y quedaron “saciados”.

Jesús invita a sus apóstoles y seguidores a comer del pan que baja del cielo, símbolo del amor de Dios, y darlo de comer a todos los hombres y mujeres de este tiempo. Los fariseos son símbolo de la hipocresía y falta de amor. Herodes es símbolo del amor a este mundo y los placeres que corrompen el alma. El Señor invita a sus discípulos a no “comer” de ese “pan”.

Cuando uno está satisfecho puede dar a los demás. Eso es lo que quiere Dios. Que demos de lo que Él nos da y ¿qué nos da Jesús? Su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».

¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?

En esta generación nos maravillamos ante muchas cosas. Los avances tecnológicos y científicos nos hacen pensar en las grandes posibilidades que tenemos de seguir descubriendo las maravillas de este planeta y el universo. ¿Existe algo que pueda superar todo esto?

Que los cojos anden, que los leprosos queden limpios, más aún, que los muertos resuciten, parecen ser hechos asombrosos que pueden asombrar hasta al más incrédulo de los mortales. Símbolo de toda esa incredulidad y perversidad es Herodes. Su interés por estas cosas no viene de su deseo de conocer a Dios. Parte más bien de una curiosidad mal sana de novedades.

El gran hecho asombroso, que los “Herodes” de este tiempo son incapaces de ver, es que en el Señor todos podemos encontrar salvación. Que Él, en su inmensa misericordia, cambia el corazón de las personas. El milagro MORAL, es el hecho más asombroso de todos los tiempos. Herodes no busca a Jesús para convertirse, el quiere “entretenerse” en su perversidad.

Mis queridos hermanos. ¡No seamos Herodes! Busquemos al Señor no porque pueda cambiar “milagrosamente” los hechos que no aceptamos de nuestra vida. Encontremos en Jesús el camino de salvación y aceptación de la voluntad de Dios. Él puede cambiar nuestras vidas, hacernos el gran MILAGRO de nuestra conversión.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.