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Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos

Una de las grandes frases de Jesús que contradicen todo comportamiento humano y innumerables ideologías, filosofías y literaturas, es que debemos querer ser los últimos. La verdad es que todos queremos gobernar, mandar, imponernos, que nos tomen en cuenta, ser amados, queridos, admirados y venerados. Es lo normal en TODA la naturaleza humana.

El Señor nos invita por un camino muy distinto al que se nos vende hoy en día. Nos invita a ser los últimos en el sentido de servicio. Nos invita a imitarle. Él, siendo hijo de Dios, se encarnó en era tierra, pasó todas las penurias y calamidades de cualquier ser humano, fue juzgado, condenado y muerto injustamente. ¿Cuál es la enseñanza desde su experiencia? Que quien se humilla y ocupa el último lugar se salva a sí mismo y a los demás. Solo imaginen la discusión en un matrimonio. Si uno de los dos cede y le da la razón al otro en nombre del amor que se profesan, se acaba automáticamente el pleito. Es el mensaje de amor y servicio que nos da Jesús.

¿Quién de los que lee este mensaje está dispuesto a ocupar el último lugar? Espero que se escuche un grito unánime que diga: YO. Dios les ama y en él podemos hacer como Jesús, amar en el servicio a los demás incluyendo a nuestros enemigos.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. 
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».