Si tuviéramos la oportunidad de saber cuál es la clave de nuestra felicidad haríamos lo que fuera para descubrirla. Nos pasamos la vida buscando la realización plena en esta existencia y es por eso que leemos, hablamos, investigamos y preguntamos constantemente sobre como alcanzarla. En tiempos de Jesús los seres humanos tenían la misma preocupación.
Cuando hacemos ejercicio o algún deporte necesitamos siempre de un entrenador o guía que nos indique como podemos alcanzar nuestra meta. Bajar de peso o tonificar los músculos de manera óptima requiere de ayuda de un buen “coach” o “personal trainer” que nos planifique las rutinas que debemos ejecutar y nos de seguimiento en el cumplimiento de nuestras metas.
Jesús es el mejor de los “entrenadores”. Reconocer en Él la mejor forma de llegar a la felicidad plena es el primer paso de nuestra salvación. Es por eso que maestros, sabios y personas de todo tipo le hacían múltiples preguntas. Un día alguien le hizo las más importante de todas: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”
Jesús responden con la clave fundamental de nuestra felicidad: Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos.
Hermano y hermana, ¿quieres ser feliz? ¿Quieres tener vida dentro de ti? ¿Quieres alcanzar la realización plena en esta vida? Jesús ya te ha dado la respuesta. Si amas a Dios y a tu prójimo serás feliz. Pon esta palabra en práctica hoy y todos los días de tu vida.
Leer:
Texto del Evangelio (Mc 12,28b-34): En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.