Uno de los peligros en el cristianismo, o mejor dicho, para aquellos que decimos ser cristianos, es pensar que tenemos seguro el cielo. En palabras dominicanas, “pensamos que tenemos a Dios cogido por los pies”. Nada que ver.
Lo que define si realmente hacemos la voluntad de Dios y por tanto tenemos el cielo abierto y la garantía de una vida futura es poner en práctica su palabra. ¿De qué nos sirve ser catequistas, amigos del cura, de misa diaria o dominical y pertenece a una grupo de la iglesia, si no amamos a nuestros hermanos? ¿Cómo alguien pensar que es cristiano si tiene rechazo hacia alguien en el trabajo, la familia o en su ambiente?
La verdad es que hoy nos llama el Señor a ser cristianos auténticos. Poner en práctica su palabra. Amarle por encima de todas las cosas. Esa es la clave de una mejor vida futura y la vida eterna experimentada desde aquí.
Leer:
Texto del Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».