Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Nos afanamos mucho con los títulos y honores de la vida. También sucede así en la Iglesia. Que si somos catequistas, sacristanes, evangelizadores, amigos del cura, hermanos de una monja, súper amigos del obispo, en fin, estamos siempre en búsqueda de espacios y títulos de honor. ¿Esto es importante para nuestra salvación?

Jesús, previendo este peligro, le dio una palabra a sus discípulos. Les dijo que los importante no es un parentesco biológico o cercanía a Él. Que lo más importante para que seamos felices y así alcanzar vida eterna es cumplir la palabra de Dios, es decir, ponerla en práctica.

En nuestra vida debemos acompañar nuestras palabras con obras de caridad y paz. Un cristiano no es alguien por sus títulos o posiciones sociales. Un cristiano lo es cuando cumple la voluntad de Dios con la ayuda del Espíritu Santo.

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

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