Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio

Muchos líderes de nuestro pueblo han dicho que aquí tenemos un “complejo de Guacanagarix” refiriéndose al hecho de que pensamos que todo lo extranjero es mejor que lo dominicano. Sin entrar en detalles de si esto es cierto o falso, lo que si se puede afirmar es que muchas veces no hacemos mucho caso a los de nuestra casa cuando emiten una opinión o realiza algún trabajo.

Cuantas veces en nuestras familias intentamos decirle algo a nuestros padres pero no nos escuchan porque piensas que “a este muchacho lo crié yo, ahora viene a darme consejos”. En el ámbito político y empresarial se dice que si viene “uno de fuera” y dice algo todo el mundo le cree pero si eso mismo dice uno de los nuestros lo ponemos en duda o no le hacemos mucho caso. A Jesús puede haberle pasado algo similar.

El Señor predica en su tierra y los suyos no le acogen. Se fijan en su apariencia externa pero no se dan cuenta de las señales que confirman que su pariente, vecino o amigo es en realidad el profeta de Dios que vino a salvarles. Jesús vino a dar la Fe a su pueblo. Los milagros son solo instrumentos que utiliza Dios para suscitar en nosotros la Fe que es lo más importante.

También nosotros muchas veces somos rechazados en nuestras familias o ambientes porque la gente ve nuestra debilidad o “apariencia”. El Señor nos ha constituido profetas y por eso obra muchos milagros en nosotros y a través de nosotros. El objetivo de la obra de Dios es que los que nos rodean puedan descubrir su amor en nosotros y eso resulta un tanto difícil para nuestros cercanos que pueden quedarse en las apariencias.

¡Animo! No podemos desfallecer. Sigamos haciendo la voluntad de Dios y oremos por aquellos a los que hemos sido enviado como profetas para que puedan escuchar y creer en el Señor que les quiere y ama.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

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