Venid y comed

Los discípulos, después de la muerte tan aparatosa y cruel de Jesús, estaban desconcertados y muertos de miedo. Hay varios pasajes de la Biblia donde se muestra su situación post-muerte de Jesús que retratan diferentes estados de ánimo de los apóstoles. Algunas veces aparecen muertos de miedo, en otros momentos desanimados y decepcionados y por otro lado cada uno a vuelto a los suyo.

Hay un momento en que Jesús encuentra a los discípulos en lo “suyo”. Están pescando y no logran atrapar peces. Se parece mucho al pasaje de cuando Jesús los encuentra pescado y los llama a ser “pescadores de hombre”. Aquí pareciera que los discípulos han renunciado a esa llamada. Han abandonado la misión. Se han olvidado de las maravillas que Dios ha hecho en su vida y han vuelto a los “ajos y cebollas” de Egipto.

Muchos de nosotros, cuando pasamos por un sufrimiento o estamos viviendo algo en nuestra vida que no entendemos, dudamos de Dios y nos alejamos de Él. Tendemos a dudar del amor de Dios. Volvemos a nuestras “cosas del mundo”. Nos escandaliza la vida con sus “cruces” y con sus “muertes”, tal como Dios nos la permite y eso se traduce en alejamiento. ¡Eso es un grave error!

La buena noticia es que el Señor vuelve a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua. Entra nuevamente en el mar con los discípulos y es como si le hiciera nuevamente el llamado. Antes no pescaban nada y ahora pesca 153 peces símbolo de las naciones de la tierra. Pedro se pone el “vestido” nuevamente. Se podría decir que se convierte al hacer de nuevo encuentro personal con Jesús y se pone la “túnica blanca” del bautismo. Es otra persona. Ya puede comer “pan y pez”, hacer Eucaristía con el Señor y dar al mundo entero de lo que le sobra: amor de Dios.

Que hermoso es descubrir el inmenso amor de Dios en nuestras vidas. Dios nos ha amado en Jesús y quiere que prediquemos este amor a todas las naciones de la tierra. Nos envía nuevamente a esta misión de “pescar hombres”. ¿Estás dispuesto?

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14):En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 


Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 


Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

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