El cristianismo no es un moralismo. No es una religión basada en normas de conducta que aplica a sus miembros. No podemos reducir la experiencia cristiana al cumplimiento externo de una serie de ritos y liturgias. Nuestra experiencia de fe es más que eso.
El cristianismo es un encuentro personal y profundo con Jesús. Es la experiencia del amor y misericordia de Dios. Dicho acontecimiento transforma el corazón, lo hace de carne, nos capacita para dar a los demás el mismo amor que hemos recibido. ¿Quién puede juzgar a los demás si antes a sido perdona y no juzgado por Dios?
Seamos verdaderos hijos de Dios. Amemos a todos especialmente a nuestros enemigos. Nunca júzguenos a nadie. Tributemos a nuestro prójimo la misma justicia que hemos recibido, que es la misericordia y el perdón de nuestros pecados. El que ama cumple la ley entera. Un ley que se basa en la misericordia. Amén.
Leer:
Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».