Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra

Cada vez que escuchamos el problema de una persona, pareja, comunidad, pueblo, provincia, país y conjunto de países; inmediatamente pensamos en la solución ideal que solo nosotros conocemos. No se qué pasa, que los seres humanos tenemos una tendencia natural a juzgar la situación a ajena y considerar la poseedores de la solución mágica. La frase o pensamiento “si fuera yo” domina nuestra mente cada vez que pretendemos analizar nuestro entorno. ¿A qué se debe esto? A qué nos consideramos superiores a los demás.

Ciertamente, juzgamos, evaluamos y condenamos a los demás porque no somos capaces de ver nuestras propias faltas y pecados. Somos miopes espirituales a la hora de evaluar nuestra conducta pero tenemos super vista y un discernimiento extraordinario al momento de “aconsejar” o acusar a los demás. 

¿Sabes cuál es la mejor manera de ayudar a alguien en pecado o equivocación? Siendo humilde, considerándote inferior a los demás y amándote hasta el extremo. Déjame el juicio a Dios y CONVIÉRTETE seriamente. ¿Quieres ser luz? Te digo de parte de Dios: SOLO JESÚS ES LUZ. Nosotros solo tenemos la capacidad de beneficiarnos de su luz y en algunos casos, siempre ayudados por su gracia, reflejar su santidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. 
Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

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