No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer

Hemos estado toda la vida buscando saciar nuestra hambre y clamar nuestra sed, ¿de qué tipo de hambre y sed estamos hablando? De aquella que solo se calma con amor.

Todos somos unos afectivos. Necesitamos ser queridos, amados. Por eso luchamos por el dinero, porque todo el mundo quiere al que tiene dinero. También luchamos por prestigio y fama, porque todos quieren a los famosos. También luchamos por una familia, porque en la intimidad familiar ponemos nuestra esperanza de encontrar verdadero amor. En definitiva, todo buscamos la misma. Y entonces, ¿cuál es el dilema que enfrentamos? Que aún así hay matrimonios que se divorcian, familias que se destruyen, hombres y mujeres ricas que se suicidan. ¿No será que todo eso no puede calmar el hambre y sed que tenemos de amor?

Es por eso que Jesús da el verdadero alimento que baja del cielo. Un pan y nos peces que da para saciar nuestra hambre y sobra para dar a otros. Este alimento tan especial y potente es: el amor de Dios. 

En este comienzo de semana pídele a Dios con Fe que te haga ver el amor suyo en tu vida. Que hoy podamos comer de ese alimento celestial y así poder experimentar vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,13-21): En aquel tiempo, cuando Jesús recibió la noticia de la muerte de Juan Bautista, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras Él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. 
Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida». Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos acá». 
Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

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