La Iglesia divide el año en tiempos litúrgicos. Para mí es una de las más hermosas prácticas que la Iglesia como madre nos concede. En cada tiempo se pone acento en un aspecto de la vida cristiana. En el caso del adviento, todas las palabras nos invitan a poner nuestro corazón en las cosas celestes. ¿Por qué? Porque todo en esta vida pasa.
Nadie quiere morirse. Todos aspiramos a vivir eternamente. De hecho, son muchas las historias de personas, príncipes y lideres que andan siempre en búsqueda de la fuente de la eterna juventud.
El cristianismo ofrece una fuente un tanto distinta. Nos invita a la vida eterna, a la vida inmortal en la victoria de Jesucristo sobre nuestras muertes. Esa es la buena noticia que hemos vivido y anunciado. Esta es la clave de la verdadera felicidad.
Hermanos, miremos el cielo, contemplemos desde aquí nuestra mirada definitiva.
Leer:
Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».