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El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

Hemos sido elegidos para dar la vida por los demás. Somos enviados a la misión evangelizadora para que el mundo pueda experimentar el amor de Dios. ¿Estamos dispuesto a cumplir la voluntad de Dios?

Nos resistimos. Estamos abogados con fuerza a nuestros proyectos personales. Tenemos un amor desordenado a los bienes materiales y afectos humanos. El Señor nos libera de todo eso y nos prepara para una misión muchos más importante que nuestros temas y preocupaciones mundanas.

Así como Jesús envió a los apóstoles, así nosotros somos enviados para que demos la vida en la evangelización. Seamos profetas de Dios que en total disponibilidad encendemos la luz de Cristo en todos los corazones. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

El amor a Dios supera todo. Los bienes materiales y afectivos nunca estarán por encima de lo que Dios debería representar en nuestras vidas. Su amor a nosotros y su misericordia nos hace amar las cosas en su justa dimensión. Su amor purifica la relación que podemos tener con las cosas de este mundo.

Cuando nos liberamos de las esclavitudes que construimos con los ídolos de este mundo, nos encontramos ligeros de equipaje y prestos a hacer la voluntad de Dios. La evangelización es la labor para importarse qué podemos hacer. La voluntad de Dios es que demos la vida por todos. Que anunciemos el amor de Dios. ¿Estás dispuesto? ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

La Iglesia divide el año en tiempos litúrgicos. Para mí es una de las más hermosas prácticas que la Iglesia como madre nos concede. En cada tiempo se pone acento en un aspecto de la vida cristiana. En el caso del adviento, todas las palabras nos invitan a poner nuestro corazón en las cosas celestes. ¿Por qué? Porque todo en esta vida pasa.

Nadie quiere morirse. Todos aspiramos a vivir eternamente. De hecho, son muchas las historias de personas, príncipes y lideres que andan siempre en búsqueda de la fuente de la eterna juventud.

El cristianismo ofrece una fuente un tanto distinta. Nos invita a la vida eterna, a la vida inmortal en la victoria de Jesucristo sobre nuestras muertes. Esa es la buena noticia que hemos vivido y anunciado. Esta es la clave de la verdadera felicidad.

Hermanos, miremos el cielo, contemplemos desde aquí nuestra mirada definitiva.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

que os améis los unos a los otros como yo os he amado

Jesús nos dejó un mandamiento. En el mismo nos invita amarnos los unos a los otros pero como Él nos ha amado. Y, ¿cómo nos ha amado Jesús?

La palabra amor está desvalorizada. En estos tiempos del espectáculo, la postverdad y demás vanidades e ilusione; se nos presente el verdadero amor. Dios nos ama y lo demuestra dando la vida por nosotros. ¿Tú das la vida por los demás?

¿Amas a tu familia y le perdonas sus faltas y ofensas?, ¿nos tomas en cuenta las injusticias en el trabajo y sirves a todos como si fuera al Señor? ¿No albergas en tu corazón ni odio, ni resentimiento ni rechazo por los demás? Es probable que algo de esto se da en tu vida, pero tranquilo, no temas, que Dios puede darte la gracia de cumplir sus mandamientos.

¿Qué significar amar según Dios? Amar en la dimensión de la Cruz. Pídele perdón a tus familiares, compañeros de trabajo o amigos  con los que tengas algún problema o conflicto. No importa si tienes razón o no. Lo que importa es que ames como Dios te ama.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 15,12-17): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros».

Yo daré mi vida por ti

Los primeros días de las Semana Santa tiene un centro de atención muy claro: la pasión del Señor. El Señor muestra de una manera admirable la naturaleza de Dios que consiste en el amor. El amor de Dios tiene una forma muy particular de manifestarse y esto es dando la vida. Jesús, da la vida por todos, entrando en la muerte para destruir nuestra muerte.

El Señor Jesús nos da su ejemplo. Vivir hoy la Semana Santa es asumir la misma naturaleza de Dios. Amar como Jesús nos ha amado y ¿cómo se hace eso?

Da la vida por tu esposo o esposa, hijos e hijas, hermanos y hermanas, amigos y amigas hasta a los mismos enemigos. Eso es entrar en la pasión de Jesús, eso es vivir hoy plenamente la Semana Santa y especialmente el Tríduo Pascual.

¡Ánimo! Este camino de Cuaresma y Senana termina en el Domingo de Resurrección. En la victoria de la vida sobre la muerte.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. 


Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».