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Vuestra tristeza se convertirá en gozo

Todos nosotros hemos perdido algún ser querido o cercano. Nos ha tocado despedir algún familiar en su lecho de muerte. ¡Que tristeza tan grande ver morir a alguien que amas!

Es normal que lloremos al que muere. Somos seres afectivos que nos da nostalgia la separación física. ¡Hasta Jesús lloró a su amigo Lázaro! Sin embargo, la buena noticia es que dicha partida no es una separación definitiva. ¡Existe el cielo! Y nuestro Señor Jesús resucitado ha vencido la muerte y nos abre de par en par las puertas de nuestra morada celeste.

Como un amigo querido se despedía Jesús de sus discípulos en la última cena. Les anunciaba lo que iba a pasar. Les decía que no estuvieran tristes porque lo volverían a ver. Esa es la esperanza y nuestra alegría. Dios es un dios de vivos no de muertos. Quiere que estemos alegres y que vivamos hoy la esperanza de un futuro mejor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 16,16-20): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’?». Y decían: «¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir». Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: ‘Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?’. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo».

En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás

¡No experimentaremos la muerte! Esto dice Jesús a los judíos incrédulos. También nos lo dice para que entendamos en qué consiste la promesa que nos hace. ¿Te lo crees?

En tiempos de crisis sanitaria se pone en evidencia el mayor temor de todos: la muerte. ¡Nadie quiere morir! La muerte física es inevitable, pero precisamente en la pascua que se aproxima celebraremos el centro de nuestra fe: la muerte ha sido vencida. Jesús con su muerte ha destruido nuestra muerte. ¡Alégrate! ¡No tengas miedo! Ya se acerca nuestra liberación.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

Salvar una vida en vez de destruirla

Debemos reconocer que para que exista una sociedad civilizada y ordenada necesitamos las leyes. El conjunto de normas y reglas brindan un servicio extraordinario a los seres humanos. Si no existiera un sistema de consecuencias viviríamos todavía en la barbarie.

Debemos procurar que los sistema legales estén siempre al servicio del bien. Las leyes deben crearse para construir paz, orden y defender la vida. Los seres humanos podemos equivocarnos y legislar en contra de esos principios. Por eso es importante reconocerlo e intentar prevenirlo.

Pongamos en práctica el ejemplo de Jesús que siempre predicó que el amor está por encima de la ley, la vida por encima de la muerte. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,6-11): Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

Vete, que tu hijo vive

La vida viene dada por Dios. Todo lo que existe tiene su origen en Él. Nuestro Señor se manifiesta siempre convirtiendo el agua en vino, la tristeza en gozo, la muerte en vida. Entonces, ¿Por qué a veces no sentimos esa vida prometida?

Nuestro problema es de Fe. Estamos constantemente dudando del poder de Dios. Nos parece que nuestros problemas son los más grandes del mundo y que nadie nos puede ayudar. ¡Esto es mentira!

En tiempos de Jesús había muchas persona a que también dudaban y estaban pidiendo demostraciones tangibles del poder de Dios. El Señor siempre mostró su amor con el objetivo de suscitar en nosotros la Fe.

¡Ánimo! Dios nos ama y nos quiere dar su vida, que nunca acaba. Para esto sirve el tiempo de cuaresma, para ir en camino hacia la vida eterna, la resurrección del Señor, la victoria definitiva sobre todos nuestros pecados y muertes. ¡Alégrate en el Señor!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

La Iglesia divide el año en tiempos litúrgicos. Para mí es una de las más hermosas prácticas que la Iglesia como madre nos concede. En cada tiempo se pone acento en un aspecto de la vida cristiana. En el caso del adviento, todas las palabras nos invitan a poner nuestro corazón en las cosas celestes. ¿Por qué? Porque todo en esta vida pasa.

Nadie quiere morirse. Todos aspiramos a vivir eternamente. De hecho, son muchas las historias de personas, príncipes y lideres que andan siempre en búsqueda de la fuente de la eterna juventud.

El cristianismo ofrece una fuente un tanto distinta. Nos invita a la vida eterna, a la vida inmortal en la victoria de Jesucristo sobre nuestras muertes. Esa es la buena noticia que hemos vivido y anunciado. Esta es la clave de la verdadera felicidad.

Hermanos, miremos el cielo, contemplemos desde aquí nuestra mirada definitiva.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Esto os sucederá para que deis testimonio

La persecución es inevitable en la vida de un cristiano. Debemos estar preparados a que nos van a calumniar, levantar falsa testimonios y traicionar. Por el solo hecho de profesar la Fe en Cristo seremos atacados y juzgados. ¿Vale la pena ser cristianos si es eso lo que nos espera?

Asumir el sufrimiento con espíritu cristiano es descubrir que el hecho de padecer nos santifica y nos conduce al amor en la dimensión de la Cruz, el Amor como Dios ama. La cruz nos santifica. Nos hace hijo de Dios. Nos lleva a la vida eterna. Nos hace busca nuestra felicidad solamente en cosas del cielo.

Entonces, ¿estás dispuesto a sufrir por causa del evangelio? ¿Estás dispuesto a que esas condiciones para seguir a Jesús se cumplan en nosotros? ¡Ánimo! Dios no te va a dejar solo en medio del mundo. Él nos amará y bendecirá siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Ánimo!, que soy yo; no temáis

En muchos momentos de la vida nos encontramos en situación de sufrimiento o desesperación. Es como si estuviéramos en medio de una tormenta y llenos de temor no supiéramos que va a pasar con nuestras vidas. Son precisamente esos momentos los que nos hacen descubrir quién el nuestro Dios.

Aunque tengamos dudas o temores debemos tener la seguridad que el Señor siempre aparece “caminado sobre las aguas”. El mar es símbolo, en algunas culturas, de muertr y peligro. Por eso, en las escrituras, aparece Jesús caminado sobre ellas.

Si hay alguien que puede sacarte de la oscuridad, tristeza, depresión y dolor es el Señor Jesús. Él tiene el poder para hacerlo y quiero hacerlo por ti. Él nos ama y quiere que seamos felices. Nunca dudes de su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

Quien pierda su vida por mí, ése la salvará

Todo ser humano tiene aspiraciones y anhelos. Nos sentimos inclinados a poner nuestras esperanzas en las cosas de este mundo. Pensamos que vivir plenamente es tener éxito económico, afectivo y sociales. Queremos tener casa, dinero, prestigio, fama y ser admirados por todos. ¿Esto satisface plenamente el alma?

En las ensañazas divinas se intenta no “satanizar” las cosas de este mundo. Lo que se trata de revelar al corazón de los hombres es que si ponemos nuestra confianza en las cosas materiales estamos engañados porque todo lo que existe pasa. 

El Señor nos invita a construir nuestra vida en lo que no perece que es el amor de Dios. Nos invita ha renunciar a toda forma de idolatría y acogernos al maravilloso plan de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».

Hoy estarás conmigo en el Paraíso

Si hay alguien que cambia la perspectiva de la vida y de la muerte es esa persona que está a punto de morir. Cuando se es joven no se piensan esas cosas. De hecho, es en la juventud cuando se asumen muchas ideas locas entorno a este tema como que no existe el cielo y que lo único que tenemos es esta vida. 

Un hombre le dijo a otro en el lecho de muerte: “¿y si no hay nada después de la muerte?” Y el otro le respondió: “¿y si hay algo?”.

Cuando se está a punto de morir se piensan muchas cosas y entre ellas está precisamente esa que acabamos de mencionar: ¿existe el cielo o no? Nos podemos hacer esa pregunta para luego reflexionar si iremos ahí o no.

La buena noticia del cristianismo es que verdaderamente existe el cielo y en Cristo todos tenemos acceso a él. Hermanos y hermanas, vivamos esta vida para prepararnos bien para que cuando nos llegue la muerte Jesús nos encuentra preparados.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Vengo de Él y Él es el que me ha enviado

El Señor Jesús vino a la tierra para cumplir una misión. Dios envían al Señor a mostrar algo nuevo. El mesías anuncia una gran noticia. Este mensaje de trascendencia es la victoria sobre la muerte y que en cada uno de nosotros se puede realizar de manera concreta el misterio de nuestra salvación.

La resurrección propuesta por el Señor no es solo física al final de los tiempos. La victoria sobre la muerte se realiza aquí todos los días en el corazón de los hombres y mujeres que se abren al amor de Dios.

Jesús enseña en el templo. Las autoridades de este centro de poder religoso y político quieren matarle. ¿El Señor se llena de miedo y calla? NO. ¿Por qué? Porque tiene la seguridad de la resurrección. Sabe que la vida eterna se realiza a través del sufrimiento. Un proceso de purificación siempre culmina en algo mucho mejor a lo anterior.

Les invito a todos en este viernes de cuaresma a ver la experiencia de Jesús y llenarse de valor. ¡No tengan miedo! Tu futuro es de Dios. Vivir el presente como Jesús que anuncia el Reino de Dios con su vida y no tiene miedo a nada ni a nadie porque sabe que Dios le salvará de todos los peligros. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 7,1-2.10.14.25-30): En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.


Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: «¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es». Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.