Vete, que tu hijo vive

La vida viene dada por Dios. Todo lo que existe tiene su origen en Él. Nuestro Señor se manifiesta siempre convirtiendo el agua en vino, la tristeza en gozo, la muerte en vida. Entonces, ¿Por qué a veces no sentimos esa vida prometida?

Nuestro problema es de Fe. Estamos constantemente dudando del poder de Dios. Nos parece que nuestros problemas son los más grandes del mundo y que nadie nos puede ayudar. ¡Esto es mentira!

En tiempos de Jesús había muchas persona a que también dudaban y estaban pidiendo demostraciones tangibles del poder de Dios. El Señor siempre mostró su amor con el objetivo de suscitar en nosotros la Fe.

¡Ánimo! Dios nos ama y nos quiere dar su vida, que nunca acaba. Para esto sirve el tiempo de cuaresma, para ir en camino hacia la vida eterna, la resurrección del Señor, la victoria definitiva sobre todos nuestros pecados y muertes. ¡Alégrate en el Señor!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

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