Hombre, tus pecados te quedan perdonados

El perdón de los pecados supera todos los milagros físicos. El verdadero milagro es que Dios perdona nuestros pecados y este amor misericordioso transforma nuestras vidas.

En el tiempo litúrgico del adviento reconocemos una de las grandes verdades de la vida terrena: un día moriremos. La muerte física es el fin de esta existencia y el principio de una mucho mejor. ¿Para qué sirve vivir si un día nos toca morir? El vivir en este mundo es una oportunidad para santificarnos, purificarnos y prepararnos para la vivir eternamente en la morada celeste.

¡No estemos tristes! Porque si sabemos que ha resucitado, entonces podemos vivir en la esperanza escatológica sabiendo que la vida nunca acaba, solo se transforma. El perdón de nuestros pecados es la demostración de que la muerte ha sido vencida. ¡Ánimo! ¡Vivamos como resucitados!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

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