Me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva

Todos tenemos una misión que cumplir. No existe un cristiano que ande por la vida sin rumbo. El Señor nos ha elegido para acompañarle en la obra de salvación que él realiza con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Es lamentable que, a pesar de ser tan hermoso el proyecto de salvación que nuestro Señor tiene con cada uno de nosotros, podemos rechazarlo. Es decir, somos capaces de no creer en su palabra y considerar que lo que nos ofrece no tiene mérito ni sustento. Todo eso lo podemos hacer al menospreciar los instrumentos que Dios pone en nuestras vidas para ayudarnos. Vemos las debilidades de los sacerdotes, catequistas y hermanos que pensamos no son instrumentos en manos de Dios.

Miremos primero nuestra pobreza. Reconozcamos que no somos merecedores de la gracia divina. Seamos humildes y aprendamos que el Señor puede manifestarse en cualquier para a través de él darnos una palabra de vida eterna. Aprendamos a escuchar la voz de Dios en todo y en todos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,16-30): En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

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