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El pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo

Los cristianos participamos del banquete Pascual para entrar en comunión con nuestro Dios a través de Cristo. Es realmente maravilloso hacer conciencia del extraordinario don del cual somos partícipes todas las semanas.

El pan que baja del cielo es el mismo Jesús que con su amor los transforma todo para que así podamos amar y sentirnos amados. Este es el centro de la buena noticia de este tiempo Pascual.

Pidamos al Señor que deseemos comer siempre de este pan. Pidamos a nuestro Dios que nos conceda la gracia de hacer siempre su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Vete, que tu hijo vive

Jesucristo manifestó su poder y su naturaleza de muchas maneras. Vino al mundo con una misión muy concreta: salvar a todos y todas. Para demostrarlo hacía muchos milagros y señales pero el más grande de todos era cuando daba la vida y salvaba de la muerte.

¿Qué debemos hacer para experimentar esta acción maravillosa de Dios? Creer. El Señor nos invita a creer que realmente tiene poder para salvarte. No busquemos solo que Jesús nos ayude con nuestros “problemitas”. Abramos nuestro corazón a la acción salvífica de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».
Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.