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Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré

El perdón es una de las característica de Dios. Cuando los santos hablan del Señor, siempre hablan del amor y su manifestación en el perdón. El que ama perdona. El que verdaderamente dice ser hijo de Dios perdona siempre.

La falta produce culpa. La culpa nos mantiene esclavizados, tristes y siempre en amargura. La única forma de romper este círculo de oscuridad es el perdón. Lo que destruye la división, odio y deseos de venganza es perdonarle a nuestro prójimo todos sus pecados para con nosotros.

¿Por qué es importante perdonar? Porque hemos sido perdonados primero. Dios nos ha amado y perdonado hasta el extremo. No tiene en cuenta nuestra culpa y nos ama como somos. Pidamos a Dios la gracia de hacer lo mismo. Solo así podremos llamarnos hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21-35): En aquel tiempo, Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
»Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 
»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Las deudas son terribles. Todos tenemos mayores o menores. Muchas veces no tenemos el dinero necesario para comprar una casa, apartamento, o vehículo. Inclusive nos hacen falta los medios materiales básicos para sobrevivir. Estas necesidades las cubrimos endeudándonos. Todos lo hemos hecho. ¿Acaso hay alguien que no deba algo?

Yo he sido testigo en mi familia de lo terrible de una deuda. ¡El dinero no tiene corazón! El que debe tiene que pagar y al que le deben espera ese pago. Si esta lógica no se da somos capaces de cualquier cosa. Llevamos a juicio, peleamos con todos, amenazamos y somos capaces hasta de matar con tal de que nos den “nuestros chelitos”. El que debe ¡tiene que pagar!

El sistema financiero se basa en que este tipo de compromiso funcione. Nuestra sociedad necesita que los acuerdos de deuda y pago funcionen. Todos necesitamos coger prestado y los que prestan, que se les pague.

La clave para entender este evangelio no está en que no se paguen las deudas. Jesús utiliza este tema, tan sensitivo para todos, para dar un mensaje mucho más importante. La verdadera GRAN deuda no es económica, es espiritual.

Cuando faltamos ha alguien, engañamos a un prójimo o insultamos a un amigo, es como si contrajéramos una deuda con él. Generamos un “pasivo espiritual”. La falta contra alguien debe resarcirse, cubrirse, eliminarse o pagarse. Esto se hace con el ¡PERDÓN!

Perdonar es el acto en que, cuando alguien nos falta o cuando no nos paga con lo que nos corresponde que es el amor, le condonamos esa deuda. Todos debemos amar y ser amados. Le “debemos” amor a los demás así como Dios nos ama a todos y todas. Cuando pecamos contra alguien, es decir, le faltamos en la caridad, es como sí contrajéramos una deuda con él. Cuando el nos perdona, es como si dijéramos “no me debes esa falta, no me has amado pero yo no te voy a cobrar ese amor, todo lo contrario, yo te voy amar de GRATIS”.

Tu me amas y yo te amo. Cuando esta lógica del amor se rompe alguien queda “enganchado”… No recibe lo que merece recibir… Es como una deuda pendiente.

La buena noticia es que en Jesús todas nuestras deudas contraídas unos con otros son saldadas. Dios nos ama gratuitamente. En este amor podemos amar a los demás de la misma forma. Esa es la razón de los números tan diferentes y exagerados. Amenos como Él nos ama. Eso sería nuestra bendición.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1): En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.