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Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?

Nuestra mentalidad es muy moralista y legalista. Nos enfocamos en procesos, pasos y acciones que debemos ejecutar para alcanzar una meta específica. Pensamos que eso es hacer las cosas bien. Así no funciona el cristianismo. En eso no consiste el mensaje de Jesús.

Los fariseos, sacerdotes y levitas eran personas cumplidoras en todo. Tenían acceso a lo sagrado y por tanto eso les hacía importantes ante los demás. Su enfoque siempre fue hacia lo externo y el cumplimiento de las apariencias. Eso no es malo pero hay algo mejor. Esto algo superior que nos presenta Jesús es el amor.

El Señor nos muestra el camino de la vida eterna. Este sendero es el del amor. Amar a Dios y al prójimo se concretiza en nuestras acciones diarias con respecto a nuestro prójimo. El amor al desvalido, al pobre, al necesitado y al que no vale para la sociedad es la máxima expresión de ese amor.

El que ama tiene vida eterna. ¿Cómo amas tú? En el trabajo, la universidad, la familia y demás espacios en los que te toca estar, ¿amas a los demás sin importar nada? ¿Perdonas y sirves a todos y todas?

El amor es el camino de la felicidad. Amemos al prójimo y así amaremos a Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,25-37): En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».
Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».

Nos seamos hipócritas

Es difícil para nosotros, personas sensibles y afectivas, escuchar a Jesús en un tono de amenaza. Corremos el riesgo de sentir que las palabras que el Señor dirigió a los fariseos y escribas fueron dichas exclusivamente para ellos. ¿Cómo se cumple en nosotros esta palabra?

La persona hipócrita es aquella que dice tener cualidades o aptitudes que no son los que verdaderamente tiene. La hipocresía en un tipo de mentira o pantalla de reputación. Un hipócrita es aquel que dice ser algo que realmente no lo es.

Uno de los grandes peligros de la religión y sus ritos es que lejos de hacer humildes a las personas, les hace sentirse mejores que los demás. Son tantos ritos, normas y leyes que cumplir que nos llegamos a creer buenos y peor aún, con derecho a juzgar a los demás. Esto no ha sido nunca la intención de la ley. La palabra de Dios nunca ha sido para edificar el ego de cada uno de nosotros. Mas bien, sirve para denunciar nuestros pecados y hacernos ver el amor que Dios nos tiene como pecadores que somos.

Un fariseo es modelo de alguien que cumpliendo con la norma, utiliza ese mismo cumplir para juzgar a los demás, para creerse superior a los otros.

¡Hermanos y hermanas! No seamos hipócritas. Reconozcamos hoy que somos unos pecadores, dignos de compasión y perdón. No juzguemos a nuestro esposo o esposa, hijo o hija, amigo o amiga, por no venir a la iglesia o no hacer las liturgias en que participamos. Lo que necesitan no es nuestra exigencia o acusación. Ellos necesitan ver en nosotros la naturaleza de Cristo que ama al pecador y ocupa siempre el último lugar.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,27-32): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».