Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír

Las apariencias engañan. Nos inclinamos con facilidad a juzgar las cosas por como se ven externamente. Son nuestros sentidos los que nos permiten hacernos de una primera impresión. Muchas veces estos sentidos externos nos fallan. Veamos.

Jesús es para el mundo lo que es. El hijo de José y María. Vivió en un pueblo no muy importante y de una familia sin riquezas ni prestigio. Un don nadie que ahora, según ellos, pretende ser un elegido de Dios.

Lo maravilloso de este relato es que Dios eligió precisamente esta realidad para mostrar su gloria. El Señor elige lo que no es para mostrar lo que es. Algunas personas del tiempo de Jesús no lo entendieron.

Dios elige a lo que no es. ¿Quién de nosotros puede decir que es importante a los ojos del mundo? Hemos sido elegidos porque no somos la “elite” social de nuestra sociedad. Somos pobres pecadores que por nuestra apariencia podríamos ser considerados nada.

Esta es la buena noticia de hoy. Nos van a despreciar, acusar, difamar e injuriar. Sepan todos que hemos sido elegidos para eso. Para liberar, con nuestro amor y padecer, a los pobres de sus esclavitudes. Para dar vida y alegría a los que como nosotros, no son reconocidos por esta sociedad que sólo mira las apariencias.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,16-30): En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

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