Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?

Tenemos tantos estereotipos en la vida. Pensamos que ser un buen cristiano es cumplir una serie de reglas y compromisos. Vivimos la “religión” de una forma muy superficial y externa. Nunca ha sido así la enseñanza de Jesús.

Siempre vemos personas que reducen la experiencia cristiana a una serie de ritos y “cumplimientos”. Van a misa los domingos (mientras más corta, mejor). Hacen el rezo del Rosario los viernes por la tarde. Vamos a la funeraria a dar el pésame puntualmente y nunca hacemos algo “malo” a nadie. Pensamos que si no hemos matado o robado a nadie cumplimos plenamente con nuestro deber cristiano. Eso no es cristianismo… por favor. ¿Qué es por tanto ser cristiano?

Ser cristiano es tener dentro VIDA ETERNA. ¿Y cómo se logra eso? Ya el Señor respondió en la Cruz. Se tiene VIDA ETERNA cuando se ama hasta el extremo. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y al prójimo como ti mismo.

¿Tienes a Dios como centro de tu vida? ¿Respiras, comes y caminas con Dios y en Dios? ¿Has puesto a Dios por encima de tu familia, de tus amigos, de tu trabajo, de tu dinero? ¿Estás dispuesto a amar a los enemigos? Esto es ser cristiano: RADICALIDAD EVANGÉLICA.

Dios nos quiere dar su vida. Nos ha creado para que seamos felices y ese camino sólo es posible cuando, como dice San Agustín, “descansamos en Dios”.

Jesús invitó en su momento al “maestro de la Ley” a vivir la ley… No ha cumplirla. ¡Ánimo! En poner en práctica esta palabra está la clave de tu felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,25-37): En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».

Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».

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