Vete, que tu hijo vive

La síntesis de la voluntad de Dios es nuestra vida y felicidad. Nuestro Señor no quiere nuestra muerto. Quiere que vivamos y tengamos vida en abundancia. En definitiva, que seamos felices. ¿Qué cosa podría evitar que esto se realice en nuestra vida? Nuestra incredulidad.

Muchas veces, sin darnos cuenta, dudamos del poder de Dios. Pensamos que el Señor no tiene nada que ver con nuestros sufrimientos. De hecho, algunas veces, le echamos la culpa de todo.  Nada más lejos de la realidad.

Dios quiere que vivas. ¡Que vivamos! El Señor quiere lo mejor para nosotros. ¿Por qué esto no se cumple en algunas circunstancias en nuestra vida? Porque pedimos señales y prodigios a nuestra manera. Queremos que Dios haga el milagro a nuestra medida. 

Lo mejor, para que Dios nos lleve a la vida, es abrir nuestro corazón a su voluntad y dejar que Él haga el milagro a su manera. Confía en Dios, que Él te ama y te quiere salvar.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».
Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

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