¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados

El mundo siempre sigue a los soñadores. Muchos líderes espirituales lograr aglutinar en torno a ellos un grupo de seguidores por la promesa de sanación y experiencias místicas. Las personas siguen a quienes le prometen curaciones milagrosas. Nadie quiere morir, estar enfermo o padecer algún mal. ¿Cómo vive el cristianismo esta realidad?

Los milagros tiene sentido porque suscitan la Fe. El propósito de una curación no puede limitarse a eliminar la enfermedad física. Lo más importante es la sanación integral de la persona. No hay peor mal que un alma “empecatada”, llena de pecados. La muerte interior es la forma más común de muerte. Muchas personas viven pero están muertas. No tienen felicidad.

Es por eso que podemos pedir a Dios milagros. Pero lo más importante es el perdón de los pecados. El mayor milagro es el moral. El cambio de vida. Un alma que logra encontrarse con Dios y su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

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