Archivo por meses: julio 2014

No seas incrédulo sino creyente

¿Ver al Señor? Nosotros no hemos visto al Señor. Nuestros ojos no le han contemplado y nuestras manos no le han tocado. No hemos escuchado sus discursos y ni le hemos dado un abrazo. No hemos tenido la oportunidad de conversar con él, ni tampoco hemos leído un libro que haya escrito.

“Dichosos los que no han visto y han creído”. Esta frase se cumple plenamente en los hombres y mujeres de todas las generaciones después de la muerte y resurrección del Señor. Ciertamente no hemos conocido al Jesús histórico. Le hemos conocido de otra forma mucho más importante.

“Tocarle” es experimentar su Paz, su Amor, su Perdón. Nuestro Señor se hace presente todos los días cuando podemos contemplarlo en los acontecimientos diarios. Cuando, con los ojos de la Fe, podemos experimentar su amor en todos los hechos de nuestra vida.

Necesitamos esos “lentes de la Fe” para que no seamos como Tomás “el incrédulo”. Somos invitados hoy a ser creyentes! ¿Te lo crees? La Paz!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

Muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de profesar públicamente, con palabras o con obras, nuestra Fe.

Es curioso, un tanto extraño, que unos poseídos reconozcan en Jesús su condición de Hijo de Dios. Dice la escritura: “todo aquel que confiese con su boca que Jesús es Señor, se salvará”.

Esto podemos entenderlo desde la exégesis cristiana. Estos que profesan la fe pero que le dicen a Jesús “¿que tenemos nosotros contigo Señor?” son imagen del hijo pródigo. De aquel que vivía en la “casa del Padre” pero que quiso salir de ella y hacer con su vida lo que pensaba era mejor. En otras palabras, le da la espalda a Dios, abandona la casa del Padre para ir a las cuevas donde habitan los “demonios”. Deja la luz para ir a las tinieblas.

Lo endemoniados estaban furiosos. Eran hombres o mujeres viviendo en un estado de desesperación. La furia significa ira o violencia contra algo o alguien. Este estado mental es característico de las personas que no aceptan su vida y por tanto no aceptan a los demás. “Nadie era capaz de pasar por aquel camino” significa que estaban solos. Vivían en la soledad, sin amar y sin poder ser amados. ¿Alguna vez has estado en esta situación? ¿Hoy te sientes así? ¿Quién o qué en tu vida te hace estar furioso, con ira o violencia?

La buena noticia es que Jesús es el que destruye o exorciza estos “demonios”. Nuestro Señor saca de tu corazón la furia, irá y violencia. Te hace manso y humilde. Te saca del tormento y te introduce en la paz.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?

Tenemos miedo a muchas cosas. La incertidumbre del futuro, la inestabilidad afectiva, económica y de salud. Nos dan miedo los problemas, desafíos y obstáculos. Vivimos en un estado de miedo constante.

La “barca” de la vida está sujeta a “tempestades” inesperadas. La muerte no esperada de un ser querido, la pérdida de la salud, quedar desempleado o ser víctima de un robo son ejemplos de situaciones que se nos pueden presentar y sobre las cuales no tenemos control.

¿Cuál es la buena noticia que nos da Jesús? Que Él esta siempre presente en la “barca”. Nos dice “tengan Fe!”. Calmar los “vientos huracanados” de nuestra vida solamente lo puede lograr Jesús. Muchas veces parece que duerme… Pero no! El solo espera, para que pueda crecer nuestra Fe.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,23-27): En aquel tiempo, Jesús subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero Él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?».