Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande

Una de los hechos que llamaban más la atención de Jesús era su capacidad de obrar milagros. Su fama había recorrido todas las aldeas y pueblos por muchas cosas realizadas por Él y entre ellas se destacaba su capacidad de sanar.

Un hombre de Roma, centurión y con siervos a su cargo, quiere un favor de aquel famoso de Israel. Se agencia el apoyo de los ancianos para obtener dicho favor: “que sane su siervo”.

Ciertamente los exégetas o expertos de las escrituras tiene muchas interpretaciones de este relato pero quiérenos señalar uno muy particular. Al igual que el Centurión, muchas veces nosotros tenemos el “siervo” enfermo. Esto quiere decir que en algunos momentos no queremos servir, ayudar, trabajar o colaborar con los demás o con Dios. 

En una sociedad llena de egoísmos y falta de cooperación, nuestro “siervo interior” está a punto de morir por una enfermedad muy concreta: pereza, burguesía y egoísmos. En definitiva, el amor se disminuye en nuestro corazón y por eso nos cuesta servir a los demás.

La buena noticia es que hoy el Señor tiene el poder de sanar nuestras heridas y curar nuestro “siervo”. El tiene el poder, si realmente los queremos, de sacarnos de nuestros egoísmos y hacer que nos pongamos al servicio de los demás. Pidamos al Señor está gracia especial. Él nos quiere conceder este don.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,1-10): En aquel tiempo, cuando Jesús hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde Él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Éstos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga». 

Jesús iba con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace». 

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande». Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

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