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¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!

La subida a Jerusalén es símbolo de la experiencia cristiana. Todos los que hemos sido elegidos por Dios para mostrar su gloria en este mundo, estamos llamados a dar la vida por los demás. Jerusalén es símbolo de pasión pero también de resurrección.

El cristianismo se diferencia de cualquier experiencia religiosa o ideológica. La experiencia cristiana es un encuentro personal y profundo con un Dios que nos ama y que ha entregado a su hijo a la pasión y muerte para que con su resurrección podamos vivir eternamente.

¡Ánimo! Si hoy sufrimos es porque tiene un valor santificador. Esa es la misión del cristiano, morir para que otros puedan vivir.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará

En Jesús podemos encontrar el sentido pleno y profundo de nuestra Cruz. La cruz es símbolo de todo aquello que nos hace sufrir, que quisiéramos quitar de nuestra vida o cambiar. Este sufrimiento es distinto al que produce el pecado.

El sufrimiento de la Cruz es uno que se nos impone en la historia. Muchas veces es permitido por Dios para nuestro bien, en orden a nuestra santificación.

Cuando Jesucristo muere en la cruz nos muestra el verdadero camino del cristiano. Todos estamos llamados a imitarle. Esto quiere decir, a acortar las cruces de cada día y ver en ellas la oportunidad de santificarnos. ¡Aceptemos nuestras cruces! Son gloriosas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 17,22-27): En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho.

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».

¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

El sufrimiento es algo que no podemos entender. Nos escandaliza ver el sufrimiento en el mundo. ¿Cómo es posible que exista un Dios bueno que permite guerras, enfermedades, desates naturales que maniatan a millones de personas? Nos escandaliza, al momento de razonar, que exista el mal siendo Dios el bien y con poder de hacer lo que quiera. Aquí hay un error de fondo.

Ciertamente, existe el sufrimiento. Algunos son permitidos por Dios, y otros son fruto de nuestros pecados, de nuestras debilidades humanas. En relación a los sufrimientos permitidos por Dios, en cristo, tienen un valor salvífico. Por ejemplo, si un ser querido tiene una enfermedad incurable, creemos qué hay algo equivocado en ese acontecimiento. La verdad es que este tipo de sufrimiento nos hace ver que somos simples creaturas y que debemos ser humildes y sencillos. El sufrimiento se hace cruz gloriosa cuando tenemos iluminado el porque Dios lo ha permitido para nosotros.

¡Ánimo! Si crees y aceptas el sufrimiento tendrás la cruz iluminada y nunca dudarás del amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».

Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás

La muerte es el gran tema de la humanidad. Nadie quiere morir. Todos tiene temor, quizás terror, de ese momento definitivo en donde dejaremos esta tierra y pasaremos a la casa del Padre. ¿Cuando nos tocará vivir ese momento?

Precisamente en cuaresma nos preparamos para celebrar la victoria de Jesús sobre la muerte, pero sobre todo su victoria sobre nuestras muertes particulares. ¿Alguna vez has experimentado que Jesús a entrado en tu muerte (sufrimientos, tristezas, lutos) y te ha llevado a la vida? Hermano, si todavía no lo has experimentando, entra en los ejercicios espirituales de cuaresma (ayuno, oración y limosna) y pide humildemente al Señor que te regale vivir la resurrección desde aquí.

Los cristianos creen en el cielo porque ya lo están viviendo desde ahora. ¡Ánimo! Vivamos en alabanza, dando gloria a Dios porque nos ha hecho vivir plenamente. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.