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Sentado, vestido y en su sano juicio

Nos parece, para un buen número de cristianos, que la fe es algo heredado de nuestros padres o asumida como impuesta sin ningún razonamiento o reflexión. Pensamos, sin quererlo, que acoger a Jesús en nuestro corazón es un asumir una serie de doctrinas, principios y dogmas. No es así mis queridos hermanas y hermanos.

La fe es un encuentro personal con Jesús. La fe se nos da, mediante la Iglesia, como un don.
Nadie puede decir que tiene fe si no ha hecho una experiencia seria, concreta y profunda del amor del Dios.

En las escrituras sagradas se narran historias de hombres y mujeres que enfermos o endemoniados son liberados de sus afecciones por la fuerza de la palabra de Dios en Jesús. Ellos han experimentado la gracia salvífica. Hoy están libres todo mal por puro amor divino. Y eso es tan grande que están como “obligados” a contarlo en todas partes.

Pidamos a Dios que seamos testigos verdaderos de su amor. Que contemos a los que nos rodean las maravillas de Dios manifestadas en hombres y mujeres débiles como nosotros. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.

Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.

Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

Dios nos muestra el camino de la salvación en Jesucristo. Sin embargo, haciendo mal uso de nuestra libertad seguimos otros caminos que nos conducen a los ídolos de este mundo. Nos apegamos a las cosas de este mundo y nos alienamos con el ruido mundanal. ¿Quién podrá liberarnos de las ataduras de la muerte?

Es fundamental reconocer en Cristo todo poder y fortalezca. Nos puede parecer imposible vencer al enemigo espiritual que nos invita a pecar. La verdad es que en Jesús está nuestra fortaleza. Si nos apoyamos en Él y reconocemos su poder como el Cristo, hijo de Dios, seremos liberados de todo mal.

Vivir en el Señor es vivir en la alegría Pascual que nos hace experimentar una felicidad sin fin. Abramos nuestro corazón a esta experiencia. El Señor nos espera hoy. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

Sentado, vestido y en su sano juicio

Muchos son los demonios que afectan la vida. Los enemigos del alma humana (la carne, el demonio y los pescados) están siempre al acecho procurando nuestro mal. Las esclavitudes espirituales nos hacen vivir en la tristeza y desamor, ¿quién nos podrá salvar?

El Señor Jesús tiene el poder de liberarnos de cualquier dolencia. Él puede y quiere hacernos hombres y mujeres libres de cualquier esclavitud. ¿Tú lo crees? ¿Tú lo quieres? Pues hoy viene a nuestra vida con el poder salvífico de su amor. ¡Ánimo! ¡Tengamos confianza en Él!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.

Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.

Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

¿Con quié estás? ¿Estás con Dios o con el demonio? Para algunos oídos sensitivos, esta pregunta puede parecer un insulto. Dirá alguno que lee esas preguntas, ¿cómo se atreve a sugerir que estoy con el demonio? Nos puede parecer que se nos juzga y se nos falta al respeto.

Jesucristo acusó en varias ocasiones a algunos que lo perseguían de hijos del demonio. Les denunciaba sus acciones, no para condenarles, sino para que se dieran cuenta de su error, y quizás pudieran arrepentirse y cambiar de vida.

La verdad es que debemos reconocer que muchas veces nuestros actos no son según Dios. Y no hablamos de cosas graves como el asesinato o robo. Cuando murmuramos, juzgamos, pensamos mal o nos creemos mejores que los demás, estamos también más del lado del mal que del bien.

Aquí la clave es reconocer nuestros pecados y dejar que el Señor nos saque el mal de nuestro corazón, que purifique nuestra alma y nos haga ser hijos de Dios Padre. Pidamos a Dios su ayuda para que se realice en nosotros su acción salvadora.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

Los seres humanos muchas veces vivimos como prisioneros. Tenemos muchas esclavitudes espirituales. Estamos apegados a las cosas materiales, tenemos en nuestro corazón resentimiento y odio a personas, nos afectan complejos y temores; en fin, hay muchas cosas que nos hacen sufrir, sentirnos al menos o nos limitan en el amor y la vida.

La buena noticia es que Dios conoce tus problemas, enfermedades y esclavitudes. Él ha enviado a su único hijo Jesucristo a liberarnos de todo mal que nos afecte. El Señor Jesús tiene poder de expulsar de nuestra vida todos los demonios y hacer nos libres. Solo necesita de nuestro si, de nuestra apertura de corazón, que deseemos firmemente ser liberados.

Acoge hoy al Señor en tu corazón. Todos necesitamos ser liberados. Él tiene tiene el poder de hacerlo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios?

Jesús hizo acompañar el anuncio del Reino de los Cielos con señales y prodigios. Cuando llegaba a un pueblo o aldea sanaba a los enfermos y expulsaba demonios. Su acción salvífica se manifestaba de manera extraordinaria.

Mas sin embargo, a pesar de estas obras extraordinarias, había siempre personas que le rechazaban. Parece mentira pero al hijo encarnado de Dios mismo le renegaron e inclusive muchos no aceptaron su mensaje se salvación.

Cuando los demonios dicen “¿qué tenemos que ver contigo?” se hacen eco de una actitud que pueden tener también los seres humanos. Hoy puedes rechazar a Jesús. Hoy puedes renegar de su mensaje y hacer con tu vida lo que te da la gana. Puedes llevar tu vida como la de un puerco que come basura y se revuelca en el lodo de sus pecados.

¡Ánimo! Jesús vino a salvar. Él quiere liberarte y hacerte feliz. Acepta hoy su mensaje y vive según el amor que Él te tiene.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.