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Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos

El Señor nos ha dado la gracia de hacer su voluntad. Nos dado la misión más importante de todas. Hacer presente en generación, mediante su palabra de vida, el amor de Dios.

Al elegirnos no nos ha querido egoístas. Nos invita a donarnos por el otro. Nos invita a ponernos al servicio de los demás. Nos da la misión de anunciar la buena noticia. El deber más sagrado que podamos tener.

Nuestro Dios nos da la gracia de hacer su voluntad. Nos muestra el mejor camino hacia la vida eterna que es desgastarnos en esta vida para que otros puedan tener vida eterna. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

La multitud, al oírle, quedaba maravillada

Al escuchar la palabra de Dios podemos asumir dos actitudes. Por un lado admirarnos y decir: “que bien, pero es imposible ponerlo en práctica”. Y por otro lado decir: “quiero poner en práctica la palabra de Dios, con la gracia lo alto”. ¿Cuál es la diferencia de ambas actitudes? La disponibilidad de dejar que el Señor actúe en nosotros.

Maria, la madre de Jesús y madre nuestra, dijo un maravilloso SI al Ángel que le anunciaba algo imposible. Todavía hoy, ¿puede una Virgen dar a luz un hijo? Es una promesa que supera toda condición humana. Para que un milagro como ese se realice en nosotros necesitamos abrir nuestro corazón. Hacer lo que hizo la Virgen María, decirle que si al Señor.

¡Ánimo! Los milagros no dependen de nosotros. Somos débiles y pecadores. Lo que si está a nuestro alcance es querer convertirnos hoy. ¿Estamos dispuesto? Adelante.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

Han visto mis ojos tu salvación

En la justicia, cuando alguien es acusado de algo, son necesarios testigos que puedan confirmar si la acusación es cierta o falsa. Es importante encontrar personas creíbles que puedan, con su testimonio, confirmar la verdad de los hechos. Algo similar ocurre en la experiencia de fe.

Los cristianos no somos simples repetidores de dogmas o creencias religiosas. Nuestra fe no es el resultado de una herencia cultural. A nosotros no nos lavan el cerebro para que digamos si a una seria de abstracciones mentales. La realidad es que hemos sido llamados a ser testigos de la verdad. ¿Y cuál es esa verdad? Que Dios existe y nos ama profundamente.

El testigo cuenta su historia, su experiencia como vió o vivió los acontecimientos. El Cristiano es un testigo veraz, creíble h entusiasta del amor de Dios. ¿Vas a dar testimonio del amor de Dios hoy? ¡Adelante! Esa es nuestra misión fundamental.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

Sentado, vestido y en su sano juicio

Nos parece, para un buen número de cristianos, que la fe es algo heredado de nuestros padres o asumida como impuesta sin ningún razonamiento o reflexión. Pensamos, sin quererlo, que acoger a Jesús en nuestro corazón es un asumir una serie de doctrinas, principios y dogmas. No es así mis queridos hermanas y hermanos.

La fe es un encuentro personal con Jesús. La fe se nos da, mediante la Iglesia, como un don.
Nadie puede decir que tiene fe si no ha hecho una experiencia seria, concreta y profunda del amor del Dios.

En las escrituras sagradas se narran historias de hombres y mujeres que enfermos o endemoniados son liberados de sus afecciones por la fuerza de la palabra de Dios en Jesús. Ellos han experimentado la gracia salvífica. Hoy están libres todo mal por puro amor divino. Y eso es tan grande que están como “obligados” a contarlo en todas partes.

Pidamos a Dios que seamos testigos verdaderos de su amor. Que contemos a los que nos rodean las maravillas de Dios manifestadas en hombres y mujeres débiles como nosotros. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,1-20): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región.

Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.

Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.