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Dichosos los ojos que ven lo que veis

Dios quiere que seamos felices. Para eso nos hace creado. Nuestro Señor nos ama y quiere que podamos amarles en la libertad que nos ha dado. ¿Cómo podemos lograrlo? Siendo pequeños.

Jesús nos enseñó que solo los que son suficientes humildes como para maravillarse de las cosas reveladas por Dios podrán vivir de la dicha que nos da.

Seamos pequeños, humildes, creyentes, y amados de Dios. Esa es la perfecta dicha y alegría. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

¡Dichosos de ellos!

Todos buscamos la felicidad. Todos los días nos levantamos con el firme propósito de buscar sentido y felicidad en nuestras vida. Intentamos encontrar la fórmula mágica que nos ayude en este emprendimiento espiritual. ¿Cuál es la propuesta de Jesús?

En cualquier momento de este día puedes encontrarte con Dios. A través de algún compañero de trabajo, desconocido que nos diga algo o un familiar que nos visite. En fin, el mismo Dios actúa siempre a través de formas misteriosas pero muy concretas. Abre tu corazón a su palabra. Tengamos la actitud de estar siempre pendiente de dichas manifestaciones. Esa forma de vivir es el secreto de la dicha y la felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 12,35-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!».

¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda?

Llenamos nuestra vida de compromisos y obligaciones. Felicitar al amigo por su cumpleaños, dar el pésame al compañero de trabajo que acaba de perder a su abuela y llegar puntual a las reuniones, son sólo algunas de las reglas sociales que debemos o somos obligados a cumplir.

Mujeres que hablan mal de los maridos pero que van a misa todos los días, hombres que dicen ser bautizados y procuran no hacer “daño” a nadie pero son capaces de sobornar a un policía cuando los detiene. Cristianos que cumplen con la ley y su vida está muy lejos del espíritu de dicha ley. Ese es el centro del mensaje de Jesús.

Estamos acostumbrados a cumplir las leyes y pensamos que basta con un cumplimiento externo para sentirnos satisfechos. El Señor nos dice que no es suficiente.

Lo más importante es cumplir el espíritu de la Ley, no la norma escrita. Si sabes que estás enemistado con alguien, ¿cómo puedes tranquilamente ir a comulgar o rezar? Dios hoy nos dice que cumplir con las normas no basta. Hace falta que actuemos según el espíritu de las mismas.

Que en nuestra vida no haya divorcio entre Fe y Vida. Con la coherencia de nuestros hechos podemos ser felices y hacer felices a los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,13-22): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: ‘Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!’ ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro, o el Santuario que hace sagrado el oro? Y también: ‘Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por la ofrenda que está sobre él, queda obligado’. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda, o el altar que hace sagrada la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el Santuario, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Aquel que está sentado en él».