Archivo por meses: noviembre 2020

¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!

Todos hemos padecido diversas enfermedades espirituales y físicas. Nos enfermamos constantemente de odio, rencor, pereza, gula, lujuria, soberbia y toda clase de males que afectan el alma y espíritu. ¿Quién nos podrá curar? Jesús.

El Señor nos ha dado muchas gracias. Nos ha hecho estar en su iglesia. Nos ha liberado de muchas esclavitudes. Nos ha amado ciertamente. Su amor ha transformado nuestras vidas. Nos ha hecho pasar de las tinieblas a la luz, ¿cómo no agradecer al Señor todo el bien que nos ha hecho?

Es de buen cristiano ser agradecido. Dios nos ha dado mucho, tengamos al menos la virtud de responder a esa inmensa misericordia de nuestro Señor cambiando de vida y abriéndonos a la vida eterna que nos ofrece. ¡Ánimo!

Leer:

Lc 17,11-19: Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».

Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer

Todos tenemos una misión en esta vida. Desde la fe cristiana debemos creer que a cada uno de nosotros el Señor nos ha encargado una misión. No existe un cristiano que esté en el mundo sobrando. Nuestra vida tiene sentido en función de la realización en nosotros de ese proyecto de salvación que Dios tiene con cada uno de nosotros.

El Señor nos ha encomendado amar a todos los que nos rodean, poner al servicio de los demás nuestros bienes y talentos; y trabajar en los proyectos que Dios nos encargue. Al cumplir con nuestro deber no podemos sentir que hemos hecho algo extraordinario. Lo que hemos hecho, con la gracia de Dios, es poner en práctica la palabra del Señor. Es lo que se espera de nosotros. Ni mas ni menos.

No nos creamos superiores a los demás o gente muy buena. Las buenas obras realizadas por Dios a través de nosotros son gracias venidas del cielo. Seamos humildes. Es Dios que actúa en nosotros. Somos siempre siervos inútiles. ¡Ánimo!

Leer:

Lc 17,7-10: En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

Dame cuenta de tu administración

¿Cuáles son los bienes que Dios nos ha dado a administrar? Prácticamente todo lo que tenemos. Somos simples administradores de todos los bienes materiales y espirituales que podamos tener. Todo nos lo da el Señor.

Se nos pedirá cuenta. Si hemos recibido mucho el Señor nos requerirá un informe de detallado de las cosas que hemos hecho con sus gracias. No es un asunto de tener millones, carros o fincas. Es que por ser cristianos sabemos que Jesús nos ha dado su Espíritu Santo y como consecuencia muchas gracias especiales que realizar.

¡Ánimo! Jesús es nuestro maestro. El nos enseña el camino de la vida. Nos ayuda a ser buenos administradores. Apoyemos nuestra vida en su fuerza y gracia. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Éste acoge a los pecadores y come con ellos

¡Qué alegría! Jesús ha venido a salvar a los pecadores. Así es. Nuestro Señor nos ama no porque hemos sido buenos. Nos ama porque somos unos grandes pecadores. Es importante que lo reconozcamos.

El Espíritu Santo nos da la gracia de conocernos. Nos hace ver nuestra debilidad constante. Nuestra incapacidad de amar como Dios ama. Nuestras flaquezas diarias. Vivimos murmurando, adorando ídolos, considerándonos mejores que los demás; en fin, en una constante necesidad de auxilio espiritual.

La buena noticia es que Dios nos salva de nuestros pecados. Nos libra de toda clase de esclavitudes. Nos hace personas nuevas capaces de apoyarnos en la gracia de Jesús. Seamos fuertes en el Señor. Dejemos que Él nos ame. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 15,1-10): En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos».

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.

»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

El amor al dinero es el origen de todos los males. El apego desordenado a los bienes materiales ha sido causa de divisiones familiares, asesinatos, traiciones y guerras. Lo peor que le puede pasar a una persona es tener un corazón apegado al falso dios dinero. ¿Quién nos podrá librar de semejante peligro?

El Señor nos invita a ser libres. Nos quiere liberar de las esclavitudes espirituales. Ha venido al mundo a romper las cadenas de la muerte. Por eso es importante que hagamos una renuncia seria y radical a toda forma de idolatría. Es fundamental que hagamos experiencias de desprendimiento dando de nuestros bienes a los pobres y poniendo a Dios siempre en primer lugar.

No dejemos que el dinero domine nuestra existencia. Sin nada venimos al mundo, sin nada nos marchamos. ¡No te desames! ¡Ánimo! Es mejor vivir libre que en inquietud constante. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos

El cielo es para los que han sido salvados por Dios. La vida en el espíritu es para aquellos que han experimentado la muerte pero abren su corazón al Señor y cambian de vida. Esa es la buena noticia que se nos anuncia todos los días.

Los ciegos, cojos y mudos son imagen de todos los que hemos estado en la muerte espiritual. Venimos de la gran tribulaciones. El Señor nos ha sacado de las tinieblas del pecado y nos introduce día a día en su reino de luz.

Nunca dudemos del amor de Dios. Nunca nos neguemos a la invitación de Jesús. Entremos en el banquete divino con alegría. Aprendamos a renunciar a la falsa felicidad que nos ofrece el mundo y aceptemos de buena gana la nueva vida en el espíritu. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,15-24): En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.

»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».

Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino

Jesús le asegura el paraíso a un malhechor arrepentido. Alguno podrá pensar que es una exageración. Creemos que está bien perdonar pero que una persona que ha hecho tanto mal se pueda salvar, al último minuto, con el simple hecho de pedírselo al Señor, no lo podemos entender.

Somos unos moralistas. Nos creemos mejores que los demás. Eso nos impide ver Y experimentar con mayor la maravilla del amor de Dios. La misericordia de nuestro Jesús es infinita. En él solo hay amor y perdón.

Pidamos hoy al Señor que queremos estar en el paraíso. Anhelemos con todo nuestro ser estar un día junto a Jesús en nuestra mansión definitiva. Esa es la mayor aspiración de un cristiano. Lo demás es “paja de coco”. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».