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¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado

Los milagros tienen el propósito de suscitar la Fe. Dios quiere que manifestando su poder todos puedan abrirse a la vida que viene por creer que Jesús es Señor de todo y todos. Esta Fe nos resucita de la muerte y nos concede vivir una vida nueva.

Nuestras enfermedades son curadas y nuestras preocupaciones adquieren sentido trascendente. Dios nos invita a aceptar nuestra historia, bendiciendo a todo momento por lo que nos acontece.

¡Ánimo! La felicidad nos viene de creer que Dios nos ama y nos invita a aceptar su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

¡Creo, ayuda a mi poca fe!

Jesucristo pasó por esta tierra exorcizando demonios y sanando de muchas dolencias. A pesar de estas manifestaciones del poder de Dios, mucho seguían sin entender. Dudaban de Jesús. Lo buscaban solamente por intereses personales.

El Señor quería mostrar el poder de Dios para llamar a la Fe a todos y todas. Quería darles vida eterna y las curaciones eran símbolo de esta victoria de Jesús sobre los poderes del mal. Los milagros tiene como objetivo suscitar el cambio profundo de mentalidad. Transformar los corazones de las personas. Llevarles a la Fe.

¿Qué necesitas hoy? Pídeselo al Señor, pero recuerda que solo una es la más importante: el Espíritu que nos permite hacer su voluntad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido».

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».

El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante

¡Permanezcamos en su amor! Estar unidos a Cristo es estar en el amor de Dios. ¡Oh cuántas veces estamos lejos de su abrazo amoroso y misericordioso!

Estar en el amor es perdonar, excusar, hablar bien de los demás, se paciencia y comprensivo, nunca considerarse superior al prójimo; en fin, cosas muchas veces distintas a lo que hacemos todos los días. ¿Piensas que te han hecho algo malo? ¡Perdona! ¿Estás hablando mal de tu jefe o de alguien! ¡No lo haga y pide perdón! ¿Te sientes solo y que nadie te quiere? ¡Ora todos los días y hazlo bien! En definitiva, permanecer en el amor de Dios es amar como Cristo ama.

Hoy tenemos una invitación muy seria a través de la Palabra de Dios. Pon en práctica la palabra. De nada sirve leer o escuchar sin hacer. La resurrección es un hecho, no una teoría. Participemos del amor mendicante el reconocimiento profundo que debemos amar como hemos sido amados. Esa es la perfecta felicidad.

Leer:

Jn 15,1-8: El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.

A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca,

y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado;

permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;

el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante;

porque sin mí no podéis hacer nada.

Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,

pediréis lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Vete, que tu hijo vive

La vida viene dada por Dios. Todo lo que existe tiene su origen en Él. Nuestro Señor se manifiesta siempre convirtiendo el agua en vino, la tristeza en gozo, la muerte en vida. Entonces, ¿Por qué a veces no sentimos esa vida prometida?

Nuestro problema es de Fe. Estamos constantemente dudando del poder de Dios. Nos parece que nuestros problemas son los más grandes del mundo y que nadie nos puede ayudar. ¡Esto es mentira!

En tiempos de Jesús había muchas persona a que también dudaban y estaban pidiendo demostraciones tangibles del poder de Dios. El Señor siempre mostró su amor con el objetivo de suscitar en nosotros la Fe.

¡Ánimo! Dios nos ama y nos quiere dar su vida, que nunca acaba. Para esto sirve el tiempo de cuaresma, para ir en camino hacia la vida eterna, la resurrección del Señor, la victoria definitiva sobre todos nuestros pecados y muertes. ¡Alégrate en el Señor!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

En la antigüedad existía un proceso de iniciación cristiana que incluía la profesión pública de la Fe. Esto quiere decir que para ser bautizados, las personas debían dar razón de su Fe. Eso mismo requirió Jesús de sus apóstoles.

Pedro, elegido por el Señor para ser piedra sobre la que se construye la Iglesia, hizo profesión de su Fe. Reconoció que Jesús es el hijo de Dios, Salvador del mundo y Señor de señores. Con esta afirmación, se constituyó en piedra angular del cristianismo y ejemplo de todo cristiano.

Hoy estamos llamados a lo mismo. Cada uno de nosotros, desde nuestra realidad, estamos llamados a hacer pública profesión de Fe. Hoy más que nunca es necesario que los cristianos seamos valientes y con coraje evangélico podamo anunciar al mundo lo que hemos vivido: la victoria de Jesús sobre nuestras muertes. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Y se maravilló de su falta de fe

Las personas piden señales del cielo. Requerimos de Dios que nos cambie la historia. Contemplamos nuestra existencia y la rechazamos. Pensamos que es mejor otra forma de vivir. ¡Nada más lejos de la verdad!

Ser felices y tener vida eterna dentro de nosotros consiste en aceptar nuestra vida como una bendición donde Dios lo ha hecho todo bien. Alguno puede decir, ¿cómo lo ha hecho bien si estoy enfermo, tengo problemas familiares o no gano lo suficiente para vivir como quiero? Esa es una forma negativa de vivir la vida. Dios no quiere eso para nosotros.

Los habitantes del pueblo donde nació Jesús no le reconocieron porque tenían una mirada oscura. Veían la vida sin la Fe que conduce al reconocimiento de la presencia de Dios en todo. ¡Dichoso aquel que tiene Fe para vivir la alegría de saber que Jesús vino a salvar y perdonar todo! Hoy es un día para pedir a Dios la Fe. Él quiere que tengamos vida eterna. Necesita de nuestra disponibilidad y apertura de corazón. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

No temas; solamente ten fe

Una de las realidades que afectan al ser humano es la enfermedad. La vida siempre se ha visto amenizada por los padecimientos y enfermedades. Desde siempre han habido personas que han trabajado en las diversas formas de curación o sanación. Se les llamaba doctores, chamanes, curanderos y hasta hechiceros. En fin, los hombres y mujeres de todos los tiempos han buscado la forma de librarse de los males del cuerpo. ¿Y de los males del alma? ¿Quién ha podido ayudarles?

Jesús, hijo de Dios, ha venido al mundo a salvar y sanar. Con su poder, que viene de Dios, ha hecho milagros y prodigios. Ha resucitado muertos y sanado a las personas de muchas enfermedades, ¿Cuál ha sido el objetivo de tantos milagros? Suscitar la Fe en el corazón de las personas. Con los milagros físicos confirmaba algo superior: la salvación ha llegado a nuestras vidas. Muchas veces dijo “tu Fe te ha salvado”, porque el encuentro personal y profundo con el amor de Dios a través de ese milagro era el objetivo último.

Pidamos a Dios el milagro más importante, el milagro de nuestra conversión. Que hoy podamos hacer experiencia profunda y personal con el amor de Dios que sana las dolencias del cuerpo pero que también las enfermedades del alma.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!

La oración es la actividad más importante de un cristiano. Si algo hacia Jesús constantemente era estar en continua oración. Es lo propio de un hombre o mujer que quiere ser considerado cristiano.

En las escrituras se hacen muchas referencias a la oración. En una de ellas se habla de un ciego, símbolo de la oscuridad en la que vivimos cuando estamos en pecado o en alguna situación de tristeza o angustia. En esta realidad de tinieblas, el ciego grita que es lo mismo que orar. ¿Cuál es el fruto de este grito? Que se le da la gracia requerida, ya puede ver.

Todos los días estamos invitados a rezar con Fe. Es importante que al orar reconozcamos nuestros pecados y debilidades y sobre todo, saber que Jesús tiene el poder de darnos luz y vida. Solo así se puede hacer verdadera y profunda adoración en el Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen

Vivimos en un mundo lleno de doctrinas, ideologías y filosofías. La llamada nueva era ha multiplicado la cantidad de creencias esotéricas y de superación personal. Ahora las personas creen en piedras de cuarzo, olores de oriente, yoga y demás ejercicios corporales. Todo el mundo está en la cultura del Fit y los alimentos orgánicos. En medio de todo eso, ¿existe alguna verdad firme en la que podamos simentar nuestra vida?

También en los tiempos de Jesús existían muchos Mesías y profetas, pero el Señor se distinguió porque hablaba como quien tiene autoridad. Su poder se manifestaba mediante la expulsión de demonios. Es decir, su autoridad venia de que se realizaba lo que su palabra prometía. Esa es la fuerza de la acción de Dios. 

Hoy somos invitados a creer únicamente en la autoridad de Jesús. Solo Él tiene palabras de vida eterna. Abrasemos la Fe con más fuerza que antes. Solo el Señor tiene autoridad para expulsar nuestros demonios. Creamos en Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,31-37): En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: «¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús entonces le conminó diciendo: «Cállate, y sal de él». Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: «¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen». Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?

El mundo nos presenta un modelo de felicidad basado en el tener, no en el ser. Los seres humanos estamos en una carrera frenética de competencia por los primeros puestos, las riquezas y la fama. Algunos, más desenfadados, dicen solo buscar pasarla bien, dando riendas sueltas al placer y a no tener preocupaciones. En ambas actitudes o posturas, nuestro Señor  Jesús ha denunciado engaños y alienaciones.

Lo cierto es que Dios quiere que seamos felices y tengamos muchos bienes,  pero desea tengamos los verdaderos, los espirituales, porque los otros vendrán por añadidura. El Señor hoy nos llama a construir sobre roca. Nos invita a amarle por encima de todo porque en este amor a Dios y al próximo está nuestra felicidad. ¡Ánimo! Dios nos ama ciertamente.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,24-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino».