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A quien poco se le perdona, poco amor muestra

En el lenguaje de muchos predicadores hay moralismo. Parecen juzgar al pecador. Se presentan a si mismos como ángeles del cielo y de esa forma hacen sentir a los demás como culpables y rechazados espirituales. Dios no tiene esa mentalidad.

El mundo condena y estigmatiza a las personas. Dios en cambio perdona y limpia la mancha del pecado. Nuestro Dios es misericordioso y amoroso. Perdona y ama.

Todos somos invitados hoy a no juzgar y perdonar a todos. Nunca considerarnos superiores a los demás. Reconocer nuestros pecados y hacer conciencia de que Dios nos ha perdonado todos nuestros males. Hagamos también nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 
Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra». 
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados

El milagro físico siempre ha causado especial atención para todos nosotros. Nos sorprende ver como algo rompe las leyes física. El que no podía ver, recobra la vista y el enfermo recupera sin una explicación lógica. Estos hechos prodigiosos han impresionado a todas las generaciones.

Sin embargo, existe un hecho mucho más importante que ese. ¿Qué es más importante? ¿Qué podamos caminar o que tengamos felicidad plena y aceptación total de nuestra vida? No nos perdamos. Es una bendición tener salud pero ese solo hecho no nos hace felices.

Abramos nuestro corazón al perdón que nos ofrece Dios en Jesús. ¡Vive el día de hoy con alegría! Tus pecados han sido perdonados.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

Vete, y en adelante no peques más

Estamos en la recta final de la cuaresma. Ha sido un tiempo estupendo lleno de bendiciones. El desierto es un tiempo fuerte pero hermoso. La cuaresma es el tiempo donde damos muerte al “hombre viejo” mediante el ayuno, la oración y la limosna. Esperamos resucitar con Jesús en la Pascua. ¿Cómo este misterio se concretiza en nuestras vidas?

Una mujer adultera espera sentencia de muerte. La ley dice que tiene que morir. Le presentan el caso a Jesús y el dice: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.

Nosotros somos TODOS pecadores. No hay en nosotros nada bueno o santo. Estamos mintiendo, robando, chismiando, odiando y murmurando constantemente. ¿Qué dice Jesús al respecto? Que el que esté libre de pecado qe tire la primera piedra.

El juicio de Jesús ante los hechos de pecado de los hombres y mujeres es la MISERICORDIA. Él sabe muy bien que estar en pecado es estar muerto… Y quiere que vivamos. Para vivir, para resucitar, es necesaria la misericordia. Resucitar es experimentar el perdón y el amor de Dios. Eso cambia la vida, eso nos hace no querer pecar mas porque vivir en el amor es mil veces mejor que vivir en el odio y la culpa.

¡Ánimo hermanos y hermanas! Hoy es el día de la misericordia. Abre tu corazón al amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11):En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. 


Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.


Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

La justicia humana es mucho más severa que la divina. Las leyes de cumplen por igual y no tienen posibilidad de perdón. Aunque las sociedades han creado la figura del indulto es algo extraordinario que solo concede el presidente en circunstancias excepcionales. ¿Cómo de vive esta realidad en el cristianismo?

Cuando un prójimo te falta o te hace daño debe retribuir o reparar ese error. El problema está en que la “cadena del mal” se hace interminable. Todos tenemos algo por lo que pedir perdón y nuestra acción cotidiana nos hace, muchas veces sin querer, faltarle a alguien. 

Para poner un ejemplo está el conflicto de los paises. Hay naciones enemistadas por siglos. Han vivido en guerra desde hace generaciones y todos han tenido algo de responsabilidad. Se han bombardeado mutuamente por décadas y de ambos lados se han contado innumerables muertes de víctimas inocentes. Todos estos sucesos crean heridas profundas difíciles de sanar. ¿Cual es la única solución posible? El perdón.

El amor se manifiesta en el perdón. No importa cuanto hagamos, el perdón cristiano implica saldar las deudas de un manera definitiva. Cuando un cristiano perdona o pide perdón lo hace apoyado en la realidad de que ha sido amado por Dios primero. La fuente del perdón cristiano es el Señor Misericordioso que nos ama y perdona siempre.

Definitivamente el mundo y nuestras vidas fueran mejores si pusiéramos en práctica esta palabra diariamente. Tu ayuno de hoy es pedir perdón y perdonar. ¡Ha llegado el momento del amor! ¡Estamos en la era del perdón!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21-35): En aquel tiempo, Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.


»Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 


»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos

Estamos acostumbrados, en nuestra cultura occidental, a cumplir leyes, normas y reglamentos. Un gran número de personas acostumbran a definir el nivel de seriedad o buen comportamiento de una persona en función de cómo cumple con los “protocolos”. Eso no es malo pero hay algo mucho mejor.

La raíz o espíritu de una ley es mas importante que la ley misma. En los mandatos de Dios hay un mismo espíritu central: el amor debe ser la norma de nuestra vida.  Si me lavo las manos o voy a misa los domingos es importante en la medida en que esto construye el amor en mi y en los demás. 

El perdón es la manifestación más grande del amor. Perdonar y pedir perdón implica que amas tanto que estas dispuesto a dejar de lado tus interés para que otro sea feliz. Ese es el centro de nuestra Fe. 

Mi querido hermano o hermana. Reflexiona en el día de hoy sobre el perdón y reconciliación. Piensa quien podría tener algo contra ti y reconcíliate con él. Pon en práctica la palabra de Dios. Ama sin medida, perdona sin medida.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego. 


»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».

A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa

Muchos hombres y mujeres padecen enfermedades o tienen accidentes. Cuando vemos a un ser querido en una situación difícil le pedimos a Dios que lo salve o cure. Muchas veces el decimos a la persona en desgracia que no se preocupe, que Dios le ayudará, ¿qué pasa si esa persona en peligro de muerte o enfermedad no sana y muere?

Jesús ciertamente tiene poder para curar cualquier enfermedad y expulsar demonios. De hecho, pasó su vida en la tierra curando de toda dolencia a aquellos que se acercaban. ¿Por qué Jesús así esto?

El Señor cura no porque lo importante sea que no tengamos enfermedades. Si fuera así, nadie tendría que padecer ninguna afección de salud. Jesús sana como signo de su mayor poder que es perdonar lo pecados.

El milagro físico siempre ocurre para apoyar el milagro moral. El Señor sana el cuerpo para poder sanar el alma. Realiza un hecho extraordinario para suscitar la Fe en nuestros corazones.

Pidamos al Señor el perdón de nuestros pecados. Lo demás vendrá por añadidura.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 2,1-12): Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.

Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».

Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».

Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida».

¿Quién de ellos le amará más?

Desde siempre para el ser humano ha sido difícil conocerse a sí mismo. Las filosofías, ideologías y religiones intentan dar respuesta a esta problemática mediante diferentes métodos. El principio de felicidad depende de que podamos conocernos y vivir plenamente.

Diógenes, filósofo antiguo, recorría las ciudades en pleno día con lámpara en mano haciendo la siguiente afirmación: “busco un hombre”. Este acto simbólico significa que buscaba una persona que viviera en plenitud y tomara la vida en serio, en peso.

En el cristianismo hay una respuesta. Lo primero es reconocer que TODOS somos pecadores. La experiencia de la vida es que todos buscamos la felicidad y que muchas veces esta búsqueda no llega a su objetivo o no se logra fácilmente. Somos seres que vivimos buscando constantemente ser felices pero nos encontramos dificultades y situaciones que nos impiden esta meta existencial. Queremos vivir pero muchas veces es la muerte que sale a nuestro encuentro.

El que tiene mucho dinero quiere más. El que tiene esposa de 40 años quiere una de 20. El que tiene muchos hijos se lamenta de este hecho y el que no tiene… también. La vida nos da lo que en algunas ocasiones nos hace infeliz.

Jesús ilumina nuestra realidad. Lo primero es que todos somos pecadores. En el contexto de las escrituras significa que todos experimentamos la muerte del ser o somos infelices y estamos necesitados de amor. En otra palabras, todos necesitamos de perdón y sentido en nuestra vida. Descubrir esto es la BASE de todo el cristianismo.

Los fariseos juzgan a los demás pero no se dan cuenta que también ellos necesitan perdón. Al que mucho se le perdona mucho se le ama. El que conoce cuanto se le ha perdonado, quedará por siempre profundamente enamorado de la persona que le perdonó.

Queridos hermanos y hermanas. Hoy es el día de RECORDAR, hacer memoria y meditar el inmenso amor que Dios nos ha tenido perdonando nuestros pecados. Contemplemos su amor y desde este reconocimiento pleno de su gracia, amemos a los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Las deudas son terribles. Todos tenemos mayores o menores. Muchas veces no tenemos el dinero necesario para comprar una casa, apartamento, o vehículo. Inclusive nos hacen falta los medios materiales básicos para sobrevivir. Estas necesidades las cubrimos endeudándonos. Todos lo hemos hecho. ¿Acaso hay alguien que no deba algo?

Yo he sido testigo en mi familia de lo terrible de una deuda. ¡El dinero no tiene corazón! El que debe tiene que pagar y al que le deben espera ese pago. Si esta lógica no se da somos capaces de cualquier cosa. Llevamos a juicio, peleamos con todos, amenazamos y somos capaces hasta de matar con tal de que nos den “nuestros chelitos”. El que debe ¡tiene que pagar!

El sistema financiero se basa en que este tipo de compromiso funcione. Nuestra sociedad necesita que los acuerdos de deuda y pago funcionen. Todos necesitamos coger prestado y los que prestan, que se les pague.

La clave para entender este evangelio no está en que no se paguen las deudas. Jesús utiliza este tema, tan sensitivo para todos, para dar un mensaje mucho más importante. La verdadera GRAN deuda no es económica, es espiritual.

Cuando faltamos ha alguien, engañamos a un prójimo o insultamos a un amigo, es como si contrajéramos una deuda con él. Generamos un “pasivo espiritual”. La falta contra alguien debe resarcirse, cubrirse, eliminarse o pagarse. Esto se hace con el ¡PERDÓN!

Perdonar es el acto en que, cuando alguien nos falta o cuando no nos paga con lo que nos corresponde que es el amor, le condonamos esa deuda. Todos debemos amar y ser amados. Le “debemos” amor a los demás así como Dios nos ama a todos y todas. Cuando pecamos contra alguien, es decir, le faltamos en la caridad, es como sí contrajéramos una deuda con él. Cuando el nos perdona, es como si dijéramos “no me debes esa falta, no me has amado pero yo no te voy a cobrar ese amor, todo lo contrario, yo te voy amar de GRATIS”.

Tu me amas y yo te amo. Cuando esta lógica del amor se rompe alguien queda “enganchado”… No recibe lo que merece recibir… Es como una deuda pendiente.

La buena noticia es que en Jesús todas nuestras deudas contraídas unos con otros son saldadas. Dios nos ama gratuitamente. En este amor podemos amar a los demás de la misma forma. Esa es la razón de los números tan diferentes y exagerados. Amenos como Él nos ama. Eso sería nuestra bendición.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21—19,1): En aquel tiempo, Pedro preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: «Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré». Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: «Paga lo que debes». Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: «Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré». Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: «Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán.