Archivo de la etiqueta: perdón

Hoy hemos visto cosas increíbles

El milagro más grande es el milagro moral. Esa es la obra increíble que Dios hace y quiere seguir haciendo en nosotros. Todos necesitamos de conversión. Todos estamos llamados a transformar nuestros corazones de piedra en unos de carne.

Las personas del tiempo de Jesús no entendían su misión. Le cuestionaban cuando perdonaba pecados. Por tanto, una forma de demostrar que había venido precisamente para eso obraba milagros físicos que confirmaban su autoridad y su misión.

En adviento toca abrir nuestro corazón al Señor. Estamos llamados a pedir perdón y cambiar de vida. El adviento es tiempo propicio para esperar la venida de Jesús en nuestros corazones. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 5,17-26): Un día que Jesús estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de Él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados».

Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

Estad alerta, no os dejéis engañar

Solo hay un camino y es Jesús. Muchos falsos profetas quieren hablar en nombre de Dios. Predican doctrinas inventadas para engañar a los incautos. Todo eso pasará. Solo la verdad del Señor, ¿y cuál es la verdad?

La verdad es que todos seremos juzgados en el amor. La realidad es que el Señor nos muestra su misericordia cada día y al final de los tiempos. En el momento del juicio final, que nadie sabe cuándo sucederá, seremos juzgados en función de las obras de misericordia que hemos practicado.

Bendigamos a Dios en todo momento. La vida nos viene de esperar en el Señor, de saber que nunca nos dejará solos. Un cristiano nunca se desanima. Tiene siempre la esperanza de que un día verá a Dios cara a cara. Amén.

Leer:

Lc 21,5-11: En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdidoLa

Jesucristo ha venido a salvar lo que estaba perdido. No es un líder de un grupo de gente buena y selecta. Es el hijo de Dios, enviado por su Padre, a salvar a toda la humanidad mediante su muerte y resurrección.

Nuestro Señor era cercano de publicamos, prostitutas y pecadores. Les amaba profundamente. Su amor transforma el corazón de todos aquellos que le conocen. Dios se ha mostrado en Jesús de una forma admirable. Él es el rostro amoroso de Dios Padre misericordioso.

Renovemos hoy la experiencia del amor de Dios. Nunca dudemos que nuestro Señor es cercano y perdona todas nuestras culpas. Renunciemos a las obras del hombre viejo y dejemos que Jesucristo transforme nuestras vidas. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino

Jesús le asegura el paraíso a un malhechor arrepentido. Alguno podrá pensar que es una exageración. Creemos que está bien perdonar pero que una persona que ha hecho tanto mal se pueda salvar, al último minuto, con el simple hecho de pedírselo al Señor, no lo podemos entender.

Somos unos moralistas. Nos creemos mejores que los demás. Eso nos impide ver Y experimentar con mayor la maravilla del amor de Dios. La misericordia de nuestro Jesús es infinita. En él solo hay amor y perdón.

Pidamos hoy al Señor que queremos estar en el paraíso. Anhelemos con todo nuestro ser estar un día junto a Jesús en nuestra mansión definitiva. Esa es la mayor aspiración de un cristiano. Lo demás es “paja de coco”. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

¿Es lícito curar en sábado, o no?

En todas las iglesias hay legistas, moralistas y fariseos. Son todos aquellos que a lo interno de las comunidades cristianas empiezan a desarrollar un sentimiento de superioridad porque dicen cumplir las normativas y rituales vigentes. Son aquellos que instrumentalizan la fe para construir su propia imagen de gente buena.

El cristianismo no es una religión. Tampoco un moralismo o filosofía. El cristianismo es una experiencia de salvación. Es un encuentro profundo y personal con el amor de Dios manifestado en Jesucristo. ¿Puede este amor tener algún límite?

La ley perfecta, la mayor de todas, es el amor. Lo demás son accesorios que solo tienen sentido en función de amor y misericordia divina. Con toda razón decía el apóstol: “ama y haz lo que quieras”. ¡Amén!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,1-6): Un sábado, Jesús fue a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de Él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?». Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?». Y no pudieron replicar a esto.

Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios

La oración es fundamental. Sin ella no se puede realizar ningún milagro. Y el más grande de todos los milagros es nuestra propia conversión.

Todos vivimos en un eterno afán. No tenemos tiempo para nada. Nos enfocamos en nuestro trabajo y gustos que olvidamos las cosas más importantes. El mismo Señor Jesucristo nos muestra el camino. Se levantaba muy temprano. ¿Y qué hacía la mayor parte de ese tiempo? Orar.

Nunca dejemos de lado la oración. Pongamos todo nuestro enfoque en hacer siempre la voluntad de Dios. La fuerza para hacerlo nos llega a través de la oración. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Mujer, quedas libre de tu enfermedad

Nuestro Señor nos libera de todo tipo de enfermedades. Un rasgo característico de su paso por la tierra fue que sanó a muchos. Miles se acercaban a Él buscado curación. ¿Necesitamos ser liberados de algún mal?

Jesús es nuestro gran liberador. Nos libera de todas nuestras dolencias. Solo nos queda ser humildes y desear la ayuda adecuada que solo Jesucristo nos puede regalar. Desear profundamente que Dios aleje el mal de nosotros.

Pidamos a nuestro Señor la ayuda que necesitamos. Oremos para que Él pueda hacer el milagro. Su santa gracia lo alivia todo, lo perdona todo. Dejemos que Él transforme nuestra vida para siempre. ¡Amén!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 13,10-17): En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios

¡Tantos ritos y poco amor! En las religiones se nos presenta un camino espiritual lleno de acciones externas y prácticas rituales y muchas veces dejamos de lado el amor y la misericordia. El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti, nos insiste sobre ese peligro, el de reducir el cristianismo a una práctica religiosa carente de profundidad sin centrarnos en lo importante: el amor.

Debemos preguntarnos hoy: ¿hay alguien a quien odio o rechazo? ¿He pedido perdón a los que he ofendido o a los que me han ofendido? ¿Practico todos los días actos de humildad que me ayuden a ponerme al servicio de los demás incluyendo a mis enemigos? No seamos necios. No seamos como los fariseos y legistas. Ellos se creían superiores a los demás porque cumplían los rituales de la ley pero olvidaban el amor.

Hoy es un buen día para comenzar de nuevo. Hoy es un día maravilloso que nos hace pedir a Dios la gracia de ser cristianos en un sentido pleno de la palabra. Dios nos concederá, si se lo pedimos con humildad, la gracia de ser verdaderos hijos suyos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,42-46): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y dejáis a un lado la justicia y el amor a Dios! Esto es lo que había que practicar aunque sin omitir aquello. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que amáis el primer asiento en las sinagogas y que se os salude en las plazas! ¡Ay de vosotros, pues sois como los sepulcros que no se ven, sobre los que andan los hombres sin saberlo!». Uno de los legistas le respondió: «¡Maestro, diciendo estas cosas, también nos injurias a nosotros!». Pero Él dijo: «¡Ay también de vosotros, los legistas, que imponéis a los hombres cargas intolerables, y vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos!».

El que practicó la misericordia con él

El Señor nos invita a practicar la misericordia. La ley se resumen en un mandamiento de amor. Amar a Dios y al prójimo es el centro de nuestra fe. Pero, ¿realmente amamos a nuestro prójimo?

En nuestro diario vivir, nos encontramos con personas heridas, maltratadas y que van por la vida haciendo daño. Nos cuesta amar a ese compañero de trabajo, vecino o familiar que nos hace daño con su forma de ser o acciones. El Señor nos invita a amarle como Él nos ama. Nos dice que debemos dar la vida por él.

Seamos como el samaritano que supo amar hasta el extremo que poner todos sus bienes al serviço de alguien que podría ser su enemigo. Tengamos la misma naturaleza de Jesús que ama y perdona sin límites. Cumplir eso es poner en práctica la ley divina entera. ¡Ánimo!

Texto del Evangelio (Lc 10,25-37): En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».

Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».

A quien poco se le perdona, poco amor muestra

La experiencia del amor de Dios en nuestras vidas pasa por el perdón. Nuestro Señor nos ha amado mucho porque nos ha perdona mucho, ¿eres consciente de eso?

Muchos de nosotros nos creemos la gran cosa. Pensamos, aunque muchas veces nos mostramos humildes, que somos mejores que los demás. Es por eso que vivimos criticando a los otros y murmurando a los demás. Nos creemos superiores a los que nos rodean. Le preguntan a alguien que si tiene pecados y ni siquiera sabe identificarlos. ¡Cuanta ceguera tenemos para conocernos interiormente!

Es fundamental que nos sintamos amados por Dios. Sin eso no hay fe y por lo tanto verdadera experiencia cristiana. Ese amor solo se experimenta si conocemos profundamente nuestras debilidades y sentimos como Dios nos perdona a pesar de todo lo que hacemos. ¡Ese es el verdadero amor! ¡Dios nos ama aunque seamos unos malvados y pecadores!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».