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El Reino de Dios viene sin dejarse sentir

Un aspecto fundamental del cristianismo es la espera de la segunda venida de Jesús. Es decir, que el Señor vino hace dos mil años, en humildad, para salvarnos y que volverá algún día para llevarnos a la felicidad plena en el cielo.

Lo propio de un cristiano es caminar por esta tierra en humildad, sabiendo que todo pasa y que tenemos nuestra morada definitiva en el cielo. Todos los cristianos proclamamos en el Credo que creemos en la vida eterna, en la vida futura, en la vida celeste.

Vivamos en coherencia total con nuestra fe. Desapegados de los bienes materiales y con los ojos y corazón puestos en el cielo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».

Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

Levántate y vete; tu fe te ha salvado

Los milagros físicos tienen la misión de suscitar la fe en aquellos beneficiarios del milagro y en aquellos que han contemplado dicha manifestación extraordinaria de Dios. Ciertamente, el Señor tiene misericordia y compasión de aquel que sufre, sin embargo, espera realizar en ellos el mayor de los milagros: la conversión.

El encuentro personal con Jesús vivo y resucitado es liberador. Al experimentar profundamente el amor de Dios se realiza en nosotros una sanación total. Ese es el proyecto de salvación que el Señor quiere realizar en nosotros.

Seamos agradecidos. Veamos los milagros que Dios ha hecho en nuestra vida. Pidamos la gracia de hacer siempre su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,11-19): Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».

Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer

Hacer el bien no debería ser una opción. El tema es que para que podamos experimentar el amor en nuestra vida, necesitamos la libertad. Es decir, ser libres para elegir el bien.

Dios quiere que hagamos muchas obras buenas. Esas obras de vida eterna son gracias que Dios hace a través de nosotros. Decía San Pablo que no es el que vive, que es “Cristo que vive en mi”. Es decir, lo bueno que podamos hacer viene del Señor.

Es por eso que no podamos buscar gratificación personal cuando hacemos lo que Dios nos regala realizar. Somos siervos de Dios y por tanto todos los días somos invitados a actuar como el Señor quiere. ¡Ánimo! Digamos que si al Señor.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale

Una de las misiones más importantes de un cristiano es velar por el hermano. Tenemos el deber de corregirnos mutuamente. Vivir la fe en comunidad implica que nos ayudemos mutuamente a través de la corrección fraternal. Solo así podemos actuar como verdaderos hermanos en la fe.

En el mundo tenemos muchos falsos respetos. Es decir, en un supuesto respeto al otro y miedo a perder la estima de los demás, no nos metemos con nadie. En la comunidad cristiana es diferente. No podemos hacernos los ciegos. Tenemos la misión de hacer un santo servicio al hermano que escandaliza mediante la corrección en el Señor. ¿Estás dispuesto a ejercer con misericordia y diligencia este santo servicio?

¡Adelante! ¡Dios nos ayuda!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.

»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».

Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

Administrar según la voluntad de Dios

Los hijos de Dios estamos llamados a administrar correctamente los bienes que Dios no ha encargado. Todo lo que tenemos nos viene dado por gracia del Señor. De hecho, hasta los hijos son dones que nuestro Dios Padre nos ha regalado y que debemos asistir en su crecimiento en gracia y amor a él.

El Señor nos asiste para darnos sabiduría. La misma nos permite saber cómo actuar según los designios del creador. Nos da la gracia de hacer siempre su voluntad.

Pidamos a Dios la gracia de ser buenos administradores de sus gracias. Ser siempre fiel y leal a su mandato.

¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta

El Señor “acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Tú haces lo mismo?

Si somos humildes debemos reconocer que estamos constantemente despreciando a los demás. Etiquetamos a todos los que consideramos que no encajan según nuestros esquemas. Lo peor es que eso nos impide ver nuestros propios pecados. El gran pecado es considerarse superior a los demás.

Nuestro Dios nos enseña el camino de la
Misericordia. Nos muestra cómo debemos actuar. ¿Quién tiene la queridas para condenar a los demás? ¿Acaso no hemos hecho cosas peores? Amemos a todos, especialmente a los pecadores. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 15,1-10): En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos».

Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.

»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío

Estamos apegados a muchos bienes. Esa es la verdad. Bienes materiales, afectivos y sociales. Nos ocupa y preocupa todo lo de este mundo, ¿cuando vamos a poner nuestro corazón en las cosas de Dios?

La buena noticia es que Dios puede y quiere ayudarte. Nuestro Dios nos ha creado y a decretado la felicidad para todos nosotros. El tema es que nos distanciamos haciendo uso incorrecto de nuestra libertad.

Pidamos a Dios la ayuda adecuada para saber elegir cómo conviene. Un solo camino conduce a la vida y es renunciar a todo para seguir a Cristo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,25-33): En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar”. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»

¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!

En diversas situaciones nos comportamos como si no quisiéramos entrar en el banquete al que Dios nos invita. No rezamos, no vamos a la iglesia y ni siquiera nos acordamos de nuestro Señor en el día a día. ¿Cuáles son las prioridades que tenemos?

En el día a día estamos pendientes de temas materiales. Nos afana el trabajo, los temas de los hijos, los bienes que quisiéramos tener, el afecto que exigimos de los demás, en fin, estamos pendientes de los material y lo de hoy. No nos damos cuenta que Dios nos invita a trascender y mirarle en cada acontecimiento de cada día.

Entremos en el banquete del Señor que significa que estemos en comunión permanente con Dios, contemplando su amor en cada cosa y en cada acontecimiento. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 14,15-24): En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo ir’.

»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos

Felices son todos los santos. Felices son todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Felices son aquellos que buscan la santidad de Dios y son reflejo perfecto, aquí en la tierra, del amor de Dios.

Todos estamos llamados a ser santos. Ser verdaderos hijos de Dios que reproducen en sus vidas la imagen divina. Amar en la dimensión de la Cruz. Amar como Dios ama.

¡Ánimo! Es Dios que nos da la gracia de hacer la voluntad suya. Paciencia, El Señor te ama.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12a): En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».