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¡Dichosos de ellos!

Todos buscamos la felicidad. Todos los días nos levantamos con el firme propósito de buscar sentido y felicidad en nuestras vida. Intentamos encontrar la fórmula mágica que nos ayude en este emprendimiento espiritual. ¿Cuál es la propuesta de Jesús?

En cualquier momento de este día puedes encontrarte con Dios. A través de algún compañero de trabajo, desconocido que nos diga algo o un familiar que nos visite. En fin, el mismo Dios actúa siempre a través de formas misteriosas pero muy concretas. Abre tu corazón a su palabra. Tengamos la actitud de estar siempre pendiente de dichas manifestaciones. Esa forma de vivir es el secreto de la dicha y la felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 12,35-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!».

Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios

Un amigo me dijo una vez, en tono de crítica, que nosotros los cristianos exaltábamos la pobreza. Dicho colega insistía en afirmar que esa era una de las causas del retraso de tantas naciones de mayoría cristiana. Me parece que este evangelio aclara de manera magistral el mal razonamiento que tenía, a mi entender, nuestro dilecto conocido.

En primer lugar, asociar cristianamos a atraso social es un absurdo. Solo basta con darse cuenta que la nación más poderosa de la tierra, los Estados Unidos de Norteamérica, es una nación de mayoría cristiana y que en la base de su fundación están presentes los principios cristianos.

Por otro lado, el evangelio de hoy no dice que dichosos o felices serán aquellos que necesitan de Dios y abren su corazón a Él. En otras palabras, la felicidad se le ofrece a todos y todas. Dios quiere el bien de aquellos que hoy se sienten tristes, excluidos, no queridos, deprimidos, en fin, aquellos “pobres” de espíritu. Vale la pena recordar aquella famosa frase de Jesús: “he venido para que tengan vida y tengan vida en abundancia”.

Hoy puedes abrir tu corazón a Dios y sentirte dichoso, porque de ti y de mi, es el Reino de los Cielos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. 
»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».

Dichosos los que no han visto y han creído

Tomás es un famoso apóstol. Todos le conocen por su incrédulidad. Jesús se le aparece a sus demás compañeros pero como él no estaba presente y por tanto no fue testigo de dicha aparición no da crédito al testimonio de los demás. 

Lo interesante es que Jesús no le juzga. Lo que hace el Señor es hacer una nueva aparición y en esta ocasión con especial atención a Tomás. ¿Qué le muestra? Los signos de su amor.

No tenenemos que ver a Jesús físicamente. Basta con que podamos contemplar las manifestaciones de su amor en todas partes. El Señor quiere que sintamos su presencia amorosa en todos los aspectos de nuestra vida. ¿Estás dispuesto a descubrirlo? Pues el Señor te lo permitirá.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». 
Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Bienaventurados los pobres de espíritu

La madre de todas ciencias es la filosofía. Lo primero que hizo el hombre de la antigüedad fue filosofar. Su pensamiento reflexivo le llevo a tomarse en serio su vida y el propósito de la misma. Filosofía significa amor por la sabiduría y ser sabio es lo mismo que ser feliz. Desde siempre la humanidad ha buscado la felicidad. ¿Cuál es la respuesta que da el cristianismo a esta realidad?

Jesús se lleva a parte a sus discípulos y les enseña en que consiste la felicidad cristiana. La clave para entenderla es que el Señor ha venido por aquellos que son “pobres de espíritu”. Lo que lloran, lo que sufren, los que tienen “sed y hambre” de justicia, los perseguidos y los que su vida no tiene sentido pueden ahora en Jesús ser felices. Ser dichoso es abrir el corazón a la salvación que ofrece Jesús. Se puede ser feliz porque Dios ofrece a todos la dicha y la salvación.

¿Te encuentras hoy en tristeza? ¿Sientes que eres pobre de espíritu? ¡Alégrate! Porque de personas como tú es el Reino de Los Cielos. 

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12): En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».