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El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

Hemos sido elegidos para dar la vida por los demás. Somos enviados a la misión evangelizadora para que el mundo pueda experimentar el amor de Dios. ¿Estamos dispuesto a cumplir la voluntad de Dios?

Nos resistimos. Estamos abogados con fuerza a nuestros proyectos personales. Tenemos un amor desordenado a los bienes materiales y afectos humanos. El Señor nos libera de todo eso y nos prepara para una misión muchos más importante que nuestros temas y preocupaciones mundanas.

Así como Jesús envió a los apóstoles, así nosotros somos enviados para que demos la vida en la evangelización. Seamos profetas de Dios que en total disponibilidad encendemos la luz de Cristo en todos los corazones. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

El que persevere hasta el fin, ése se salvará

Estamos viviendo tiempos extraños. Los valores culturales que predominaban hace apenas cincuenta años han cambiado de manera radical. Lo que antes era malo para todos, ahora es bueno para muchos. En este contexto de cambio cultural, ¿qué pasará con los cristianos?

Debemos convertirnos en mártires. Quizás no tendremos que morir físicamente pero si nos tocara asumir persecuciones “culturales” y fobias sociales hacia todo lo que huela a Cristiano. En algunos espacios de la sociedad ya nos están ridiculizando y atacando. ¡No desfallezcamos!

No nos preocupemos. El Señor está y estará siempre con nosotros. En este tiempo brillará con más fuerza la luz del evangelio. La época actual nos dará la oportunidad de crecer en la fe. El cristiano del presente, y sobre todo del futuro, necesitará tener una fe adulta capaz de dar testimonio valiente y firme en medio de esta generación. No tengamos miedo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,16-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros.

Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre».

Gratis lo recibisteis; dadlo gratis

Dios nos ha dado mucho. Ha provisto, gratuitamente, un número inestimable de dones, gracias y ayudas. Nuestro Señor nos ama tanto que no nos exige nada. Transforma nuestra vida y no pide nada a cambio.

La obra de Dios en nosotros nos convierte en testigos de su amor y nos obliga, por así decirlo, a proclamar en todo momento sus maravillosas. Por eso, un cristiano siempre está disponible para la evangelización.

Seamos dóciles obreros que trabajamos diariamente en la mies de Dios. Estemos siempre dispuestos a proclamar la buena noticia. Seamos, con nuestras obras, testigos verdaderos del amor de nuestro Señor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad».

Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca

El mundo necesita de más obreros que trabajen en la mies de Dios. Son muchas las personas que andan como ovejas sin pastor. Es por eso que nuestro Señor elige personas comunes para llevar acabo la más grande de las misiones: anunciar que el reino de los cielos ha llegado ya.

Las personas enviadas por Jesús son sencillos, trabajadores y sin ninguna ascendencia. No son elegidos por alguna condición extraordinaria. No son escogidos por alguna capacidad especial. Son elegidos porque Dios les ama y perdona primero. Les transforma mediante su perdón y misericordia. Y luego les envía como testigos de la acción maravillosa del poder del Espíritu Santo en sus corazones.

Seamos dóciles a la llamada de Dios. Digamos si al envío de Jesús. Seamos verdaderos testigos, en medio de esta generación, de la acción salvífica del Señor en la vida de todos aquellos que acogen en su corazón el anuncio de amor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».

Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies

Las personas están como ovejas sin pastor. Andan buscando felicidad donde no se puede encontrar. Están perdidas en el ruido de la publicidad y el marketing que les dice que para estar realizado en esta vida se debe tener dinero, fama y poder. ¡Qué mentira tan grande!

Jesús vino a la tierra a salvarnos de todas las esclavitudes existenciales. Nos liberó de los apegos desordenados y nos introduzco en una nueva realidad de libertad y amor. Nuestro Señor es, en sí mismo, el sentido pleno de nuestra existencia.

Amemos a Dios con todo nuestro corazón, mente y fuerzas. Amemos a nuestro prójimo como Cristo nos ha amado. Dejemos atrás nuestra naturaleza pecadora y recibamos el Espíritu Santo en nuestros corazones para que podamos vivir como verdaderos hijos de Dios. Seamos discípulos de Cristo para que anunciemos a todas sus ovejas que Él, como pastor de almas, les conducirá a la vida eterna. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,32-38): En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies».

¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado

¿Qué buscamos en la Iglesia? La fe. ¿Y qué te da la fe? Vida eterna. Así es el diálogo del rito del bautismo. Todos debemos en algún momento nuevamente a las mismas preguntas. Es fundamental, para hacer crecer nuestra fe, que respondamos conscientes que buscamos en la Iglesia.

La fe es un don de Dios. Nuestro Señor nos elige para salvarnos y darnos una misión. Nos permite experimentar su amor y de esa manera descubrir que Dios nos ha creado para que tengamos vida en abundancia. La fe nos lleva a creer que la muerte ha sido vencida y que viviremos eternamente en Dios.

No tengamos miedo. Los signos de la muerte serán destruidos por Jesús. Nuestro mesías nos dará la gracia de participar de su resurrección. Nos salvará de la muerte y nos conducirá a la vida eterna. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.

Misericordia quiero, que no sacrificio

El cristianismo no es un moralismo. No es una religión basada en normas de conducta que aplica a sus miembros. No podemos reducir la experiencia cristiana al cumplimiento externo de una serie de ritos y liturgias. Nuestra experiencia de fe es más que eso.

El cristianismo es un encuentro personal y profundo con Jesús. Es la experiencia del amor y misericordia de Dios. Dicho acontecimiento transforma el corazón, lo hace de carne, nos capacita para dar a los demás el mismo amor que hemos recibido. ¿Quién puede juzgar a los demás si antes a sido perdona y no juzgado por Dios?

Seamos verdaderos hijos de Dios. Amemos a todos especialmente a nuestros enemigos. Nunca júzguenos a nadie. Tributemos a nuestro prójimo la misma justicia que hemos recibido, que es la misericordia y el perdón de nuestros pecados. El que ama cumple la ley entera. Un ley que se basa en la misericordia. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

Levántate y anda

Cristo tiene poder de perdonar pecados. En tiempos de Jesús eso solo se atribuía a Dios por lo que semejante afirmación confirmaba la naturaleza divina del hijo de Dios. La forma más eficaz para demostrar que verdaderamente podía conceder el perdón era mediante la manifestación extraordinario del poder de Dios. Es decir, Jesús hacía milagros.

Un paralítico o persona discapacitada es imagen de alguien que está incapacitado para hacer la voluntad de Dios. Le afecta una enfermedad o mal que le impide servir y amar. Todos nosotros también en algún momento hemos sido paralíticos espirituales. La mayor de las parálisis es sentir que nadie nos ama y que no hay posibilidad de perdón para nuestros pecados. ¿Quién podrá librarnos de semejante culpa?

Jesús vino para perdonarnos a todos. ¡Qué inmensa alegría! Dios nos muestra su rostro misericordioso y se manifiesta en Cristo de una manera extraordinaria. Nunca dudemos del amor de Dios. Él es nuestra esperanza y perdón.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.