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Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

Son muchas las cosas que empezamos y no terminamos. Las personas comienzan un curso, una Maestria, clases de inglés o una dieta y por alguna razón no alzanan su meta o culmina el proceso que iniciaron. 

En el cristianismo, también, hace falta una cualidad fundamental para la felicidad y éxito de toda persona: perseverancia.

La perseverancia es, según la Fe, un fin don de Dios. Es mantenerse firmes, sin desfallecer, en la carrera de la santidad y el camino de Dios. Es mantenerte en tu comunidad, iglesia o proyecto de la voluntad de Dios. Es saltar los obstáculos, vencer la oposición y romper las barreras que te impiden ser feliz según Dios. Perseverar es mantener el rumbo a pesar de las dificultades de cada día.

En las buenas y en las malas, es fundamental mantener el rumbo. Dios siempre nos ayuda. Nunca tiremos la toalla. El premio que nos espera es más que merecido.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Ha echado de lo que necesitaba

La palabra compromiso no suena cristiana. En las escrituras es más normal escuchar palabras como “gracia”, “don” y “fruto del espíritu”. Se insiste mucho en la espiritualidad cristiana que todo lo que tenemos viene como un regalo de Dios, tanto los bienes espirituales como los materiales.

Sin embargo, la gracia cristiana implica una respuesta. La misma virgen María tuvo que decir su “Si” de manera voluntaria y totalmente libre. Hacer la voluntad de Dios y aceptar su gracia implica una apertura sincera y activa al Señor.

Hubo una mujer en la escritura. Ella lo dio todo en ofrenda al Señor, aún lo que necesitaba para vivir. Ella nos enseña de la radicalidad cristiana que pide de nosotros un “compromiso” total. Un “Si” absoluto como el que dijo la Virgen María. ¿Estás dispuesto a que se realice en ti esta misma experiencia? ¡Ánimo! Dios también te ayuda a decir el Sí. 

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».

Todo el pueblo le oía pendiente de sus labios

En este mundo hay tantos “gurús” y expertos. Estamos en la era del coaching y de la superación personal. Miles de libros nos enseñan a cómo adelgazar o hacerse rico en pocos días. Todo esto, ¿es reflejo de la realidad o un espejismo social y pasajero?

Jesús fue reconocido en su tiempo como alguien que hablaba como “quien tiene autoridad”. El Señor encarnaba su mensaje. Su autoridad era divina. Sus enseñanzas no tenían un fin pecunario. La gratuidad de su mensaje era símbolo de la integridad y amor de su accionar. 

Muchos de esos supuestos expertos han hecho un negocio de algo santo y bueno. ¡Claro que las personas necesitan ayuda! Pero no debe ser sobre la base del engaño, la estafa y las promesas exageradas de una felicidad instantánea.

Busquemos donde podemos encontrar. En Jesús nos da gratuitamente la felicidad, plenitud, amor y perdón. Busquemos en Él la alegría de nuestra salvación.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!

Paz es lo que quiere Dios. Consolación para su pueblo. Su mensaje es de salvación y alegría. Entonces, ¿por qué a veces tenemos guerra?

La guerra, entendido como enfrentamiento bélico entre dos o varios países o bandos, no es un “invento” de Dios. Nosotros, los seres humanos, con nuestros orgullos, egos y ambiciones; queremos los nuestro, lo del otro y mucho más. Nuestras debilidades nos hacen insoportables y “belicosos”.

La guerra también es símbolo de todo conflicto humano. Hay guerra en el matrimonio, en la familia, en el trabajo y hasta entre vecinos. Estamos siempre defendiendo nuestro espacio de la “invasión” de los demás. No queremos que nadie se meta en nuestros asuntos. Somos unos verdaderos individualistas.

En medio de esta descripción de nuestro pecado y debilidad, ¿puede haber alguna buena noticia? Claro! Para eso vino Jesús.

Hoy el Señor nos llama al amor, a la reconciliación y al perdón. Que no haya guerra en nuestras vidas. Que podamos vivir en paz y sobre todo, en La Paz que Dios nos quiere dar. ¡Ánimo! Abre tu corazón a la gracia de Dios que actúa de manera misteriosa en nuestras vidas.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador

Es probable que si Jesús hubiera hecho lo mismo en estos días, todos habrían pensado lo mismo. Piensen en la persona más corrupta que conozcas. Si, esa misma, que es famosa porque ha sido un ladrón. ¿Te atreverías a hacerte una foto con él o ella y subirla a Facebook? ¿Le invitarías a una suculenta cena en tu casa? Pues Jesús eso mi querido hermano. El Señor cenó y compartió con pecadores de ese nivel. ¿Por qué hizo eso?

Las escrituras han dicho claramente que todos somos pecadores. Nadie puede acusar o señalar a los demás. Jesús ha dicho que han venido por los pecafires y enfermos. La corrupción, el engaño, la mentira y robo son enfermedades del alma que Jesús puede curar. Ahora te pregunto, ¿eres Zaqueo? ¿Necesitas ayuda al igual que él?

Ya llegado el momento para que puedas recibir el amor de Dios. El perdón y su poder transformador. ¡Ánimo! Dios te ama y perdona.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. 
Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Ve, tu fe te ha salvado

Jesús sanaba muchos enfermos. Para demostrar que el Reino de Dios había llegado, mostraba con señales y prodigios, las maravillas del Señor. ¿Está fuerza solo salía de Jesús? ¿Es más importante el milagro físico en la misión de Jesús?

Es verdad que el Señor siente compasión por el que sufre. Tiene misericordia de todos aquellos que padecen algún mal. Los cura como un signo de amor y de misericordia. Pero lo que más quiere el Señor es que tengamos Fe. Que el milagro físico suscite en nosotros la Fe porque con ella vamos experimentar algo mucho más importante: la salvación eterna. 

En el día de hoy podemos estar pidiendo a Dios milagros. Le podemos estar pidiendo que cambie a alguien en nuestra vida o que cure algún enfermo. Eso es bueno pero recuerda que lo más grande que podemos pedir es la Fe. Es tener un encuentro profundo con Jesús. Es experimentarle día a día incluyendo los momentos de sufrimiento y prueba.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

El Reino de Dios ya está entre vosotros

Cuando una persona del siglo XXI lee las escrituras, hay pasajes que le parecen confusos o difíciles de entender. Entre ellos se encuentra uno que causa siempre admiración, intriga y expectación. El mismo es cuando se dice que “el Reino de Dios ha llegado yá”.

Dios, en su inmensa misericordia envió a Jesús a la tierra a salvarnos. ¿De qué nos salva el Señor? Si no tenemos claro (iluminado) en que peligro nos encontramos que haga que necesitemos salvación, nunca entenderemos este anuncio y nunca tendrá un sentido profundo para nosotros.

El anuncio de esta buena noticia, de que el Reino de Dios está con nosotros y Jesús viene a salvarnos, tendrá sentido e importancia en nuestra vida en la medida en la que podamos conocernos y descubrir que tan necesitados de salvación estamos.

¿Estás triste? ¿Te sientes que falta algo en tu vida? ¿Tienes algún problema? ¿Estás experimentado en tu vida algún sufrimiento o situación difícil? Pues hoy este anuncio es para ti. Dios ha dado respuesta en Jesús a todos tus problemas y situaciones. El viene a salvarte y dar sentido a tu vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros». 
Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer

Siempre buscamos reconocimiento. Cuando hacemos algo, queremos que las personas que nos rodean lo valoren y nos agradezcan. Nuestros padres dicen que han hecho muchísimo por nosotros, nuestros hijos nos reclaman tiempo y atención, nuestros compañeros de trabajo nos animan reconocer lo “fajao” que están todo el tiempo. ¿Qué dice Jesús?

Es cierto que hacer el bien es cumplir la voluntad de Dios, pero nuestro propósito con eso es precisamente realizar las obras de nuestro Señor. Jamás debemos buscar construir nuestra imagen y gloria sobre la base de lo santo y bueno que viene de lo alto.

Un catequista, sacerdote, monja o trabajador social debe hacer su labor en la gratuidad y humildad. Sabiendo que si algo bueno hace es por pura gracia divina. Siervos inútiles solo TODOS. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale

La dinámica maravillosa del cristianismo, si la aplicáramos, sería la solución a todo conflicto, a toda guerra o disputa. El mismo Señor Jesús nos enseñó que hacer a la hora de relacionarnos con el prójimo. 

Si alguien peca, corrígele. Esto es cierto, porque todos hemos pegado. Nadie puede señalar a nadie. Nadie es perfecto. Si nos hacemos un sincero y profundo examen de conciencia podemos decir que tenemos muchos actos de que arrepentirnos. Necesitamos de los demás para mejorar. Es un gran acto de misericordia cuando alguien nos corrige porque nos invita a ser mejores. Somos invitados por aquel que nos corrige a cambiar para bien.

Eso sí, si alguien te pide perdón, arrependitodo, ¿por qué no perdonarle?. Algunos se cansan de perdonar. Vemos que se cometen los mismos errores o pecados y pensamos que no hay remedio. El Señor hoy nos dice que debemos ser buenos cristianos. Todo hombre o mujer que quiere ser como Jesús debe perdonar siempre. Porque todos siempre nos equivocamos y todos necesitamos ser perdonados y amados. 

¡Ánimo! Esto se logra si tenemos el Espíritu Santo que nos da la gracia de amarnos en nuestras debilidades. Si todos somos pecadores, ¿cómo no perdonarnos mutuamente?

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.
»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente

¿Cómo así? Diría cualquier persona al leer o escuchar que el Señor felicitó a un administrador injusto. ¿Cómo puede Jesús reconocer el comportamiento de alguien que ha administrado mal y por tanto es un digno hijo astuto de este mundo? Ciertamente se debe entender bien el espíritu de este pasaje misterioso de la Biblia.

Primero, todas las riquezas son injustas. La acumulación de bienes en este mundo implica que se ha, a lo mejor, cometido alguna travesura para lograrla. Es por eso que la imagen de alguien que ve en peligro su fuente de riqueza, que se arrepiente de lo realizado, devuelva los bienes a quien se los quitó. Lo que hace el administrador de quitar el margen de “ganancia” que Él se “cobraba”. En otra palabras renuncia a su parte, a sus bienes.

Por otro lado, reconocer que todos hemos sido injustos en algún momento. Por tanto, Dios nos llama a todos a conversión. Todos tenemos que saber que muchas veces no hemos administrado bien los bienes espirituales y materiales que Dios nos ha dado. En este sentido hemos sido llamados a utilizar este tiempo de vida para administrar bien. Haciendo “amigos” con las cosas que Dios nos ha dado. Amando a nuestro prójimo como nos ha amado Dios. Darle a cada quien lo que le corresponde, es decir, el perdón y el amor.

Leer:
Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.
»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.
»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».