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¡Hijo de David, ten compasión de mí!

El grito del ciego Bartimeo que nos dice la escritura se hizo con fuerza y fe. Siempre ha existido la tradición de que el grito es sinónimo de orar. En otras palabras el ciego del evangelio está orando al que tiene poder de darle el don de ver.

El evangelio nos llama a gritar con fuerza al Señor con la seguridad que Él siempre nos escucha. ¿Cuál es tu ceguera? Ten la seguridad de que el Hijo de David la puede curar.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

Yo he vencido al mundo

Nos enfrentamos día a día a muchos desafíos y tribulaciones. Nos parecen imposibles de vencer. Nos da miedo la emfermedad, el sufrimiento que mal produce un ser querido o situación y el mismo hecho de vivir. 

En medio de tanta cosas tenemos la garantía de que Dios nos cuida y nos va a salvar. Él ha enviado a Jesús para que sepamos que aunque nosotros no tengamos fuerza para luchar o vencer nos podemos apoyar en nuestro Señor.

¡Ánimo! Jesús ha vencido al mundo y nos hace partícipe de su victoria.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 16,29-33): En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo».

Permaneced en mi amor

El amor es la fuerza que mueve todo. En todas las cosas que hacemos diariamente buscamos amar y ser amados. Sin amor nadie puede vivir. 

En el Señor podemos encontrar la expresión plena del amor. Nadie nos ha amado o puede amarnos como Dios. El nos ama hasta el extremo. Nos ha amado tanto que nos ha dado a su hijo unigénito para que en Él pudiéramos tener vida eterna. 

Abrir nuestro corazón al amor de Dios es fundamental. Hoy volvemos a tener esa oportunidad. Ama a todos, incluyendo a tus enemigos. Ámate y manifesta ese amor en todo lo que hagas. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 15,9-11): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado».

Quien acoja al que yo envíe me acoge a mí

En el mundo hay muchas religiones. De hecho, un porcentaje alto de los seres humanos que habitamos este planeta estamos en una religión. Nosotros somos cristianos. ¿Qué significa serlo?

Nuestro Jesús nos dio ejemplo. Ser cristiano es ser otro Cristo aquí en la tierra. Y, ¿qué hace Él para que podamos imitarlo? 

Jesús es uno con Dios. En Él conocemos la naturaleza de Dios. Nuestro Señor muestra el amor misericordioso del Padre. Nos hace ver que el mismo Dios que ha creado todo es capaz de hacerse “pequeño” para que nosotros podamos experimentar la grandeza. 

Realicemos día a día con nuestras obras las maravillas de Dios. Seamos humildes, siervos, los más pequeños entre los grandes. Solo así vamos a disfrutar de la vida eterna en Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 13,16-20): Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

El que crea en mí no siga en las tinieblas

En la palabra de Dios se utilizan muchas figuras y ejemplos que nos permiten entender los misterios de Dios y también las realidades de nuestra alma. En algunas ocaciones tenemos problemas que nos hacen sentir que estamos en las tinieblas. Depresiones, tristezas, decepciones y soledades que nos hacen creer que Dios nos ha dejado solos. La buena noticia de hoy es que podemos salir de estas situaciones. 

Jesús, resucitado de la muerte, nos hace salir de las tinieblas y entrar en la luz. Nos devuelve la alegría de la salvación. Nos hace volver a creer que Dios nos ama muchísimo y que si alguna vez nos sentimos “en baja” es porque a lo mejor no estamos viendo que lo que sucede en nuestra vida Dios lo permite porque nos conviene vivirlo para ayudarnos en nuestra santificación. ¡Dios te ama! Nunca dudemos de su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Hay algunas cosas en las escrituras que suscitan la curiosidad y el excepticimo de muchas personas. En los tiempos de Jesús sucedía igual. Ya en los primeros tiempos los cristianos eran acusados de canibalismo, sacrificios de niños y beber sangre.

Ciertamente puede confundir a primera impresión, a una persona no cristiana, el hecho de leer que se tiene que comer la carne y la sangre de un “tal Jesús”.

Lo maravilloso de esto es que no hay manera más profunda de hacer comunión con la naturaleza divina que comulgar el cuerpo y sangre de Jesús en la forma de pan y vino. Tenemos la gracia de entrar en comunión con Nuestro Señor en la eucaristía y así participe de manera maravillosa en la vida divina, en la vida eterna.

Celebremos el amor de Dios. Alimentarse del pan del Cielo es una bendición de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

El que venga a mí, no tendrá hambre

La expresión “tener hambre” ha sido utilizada en los evangelios para significar algo profundo, trascendental. Las personas buscan saciar su”hambre” con alimento perecedero. La oferta de Jesús, a pesar que también dio de ese pan, es distinta. 

Nos pasamos la vida con hambre. Y es verdad. Tenemos que hacer mínimo tres comidas y algunos, en dieta eterna, hacen hasta cinco. La alimentación sana y adecuada se ha puesto de moda. Parece que el mundo está obsesionado con el tema del hambre y la buena alimentación. Lo de Jesús no es de este mundo. No tiene que ver con “la carne ni la sangre”.

El Señor nos invita a comer de SU pan, símbolo y realidad del amor de Dios. En la fracción del Pan no sólo reconocemos que ha resucitado. También podemos experimentar que al comer el pan, estamos comulgando la vida misma. Hoy es día de experimentar la vida eterna. Vamos a la Eucaristía contentos porque ha llegado el momento de la vida eterna, de nuestra resurrección.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

Señor, danos siempre de ese pan

En de indudable certeza el hecho de que los seres humanos trabajamos para ganar el sustento de cada día. Cada mañana nos levantamos para ir al trabajo y luchar para lograr mejores condiciones de vida, en definitiva, vivir mejor.

El milagro del pan es interpretado mal. Las personas le piden a Jesús señales según sus esquemas materiales. Quiere el pan que le satisfaga su hambre material, que les quiten la cruz, que le resuelvan sus problemas. El Señor aprovecha para dar una palabra importante. El pan que Él da es el que baja del cielo. El que provee Dios para cada uno de nosotros. ¿Estás dispuesto a comer de ese pan? ¡Ánimo! Qué ese si da vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado

Tenemos necesidades materiales. Salimos a trabajar todos los días buscando el sustento para nosotros y para los nuestros. Sin embargo, el Señor Jesús nos invita a mirar más allá.

Jesús hizo señales y prodigios. Entre los signos que realizó estuvo uno que causó especial atención a los que le seguían: multiplicó los panes. ¡Eureka! Ya todos los problemas están solucionados. Ya tenemos alguien que nos da de comer sin límites. Una solución a los problemas de alimento y sustento. El Señor aprovecha esto para dar una catequesis especial. 

Trascender a lo material es el mensaje del Señor. Que busquemos ante todo las cosas de arriba. Esa es la clave de la felicidad. De vivir plenamente. Hoy tenemos la oportunidad de levantar los ojos al cielo y no quedarnos sólo con los problemas de aquí. Veamos al Señor en nuestra vida. Pidámosles al Señor que nos de siempre el alimento que no perece y nuestra hambre espiritual siempre será calmada.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».

¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?

Una de las actividades más frecuentes de Jesús era predicar. Su doctrina, basada en el anuncio del Reino de Dios, le gustaba a la gente. Muchas veces una muchedumbre le escuchaba. ¿Qué le daba Jesús que tanto les cautivaba?

En uno de los relatos del evangelio se puede observar cómo el Señor se preocupa por la alimentación de la gente. Pareciera que tenía siempre dinero para cubrir las necesidades de la gente. En un momento no tenían suficiente. Se aprovecha esta realidad para dar una enseñanza importante.

Ciertamente nuestro Señor se preocupa por todas nuestras necesidades incluyendo las materiales. Nuestro Dios es Padre y su Hijo, nuestro salvador, también se preocupa por proveernos lo que necesitamos día a día. Pero, ¿qué es lo más importante que nos da Jesús?

Podemos tener resueltas las tres comidas, la vivienda, el vestido, trabajo, y todas las cosas materiales pero si no tenemos dentro de nuestro corazón que Dios nos ama viviríamos con todo eso pero muy tristes.

Hoy se nos anuncia la misericordia de Dios. Se nos dice que el nos da un verdadero alimento que nos hace experimentar la vida eterna: su amor. No más lutos, ni llantos, ni pesares. ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». 
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.