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¿Nadie te ha condenado?

Jesús perdona todos nuestros pecados. Su gracia santifica todo. La manifestación de su poder y gracia se da cuando experimentamos que nos ama sin exigirnos nada. Esa es la mismísima naturaleza divina. Amar sin límites.

Sin embargo, el mundo está lleno de personas que viven juzgando y condenando. Desde que nos levantamos hasta que nos dormimos estamos criticando a todos los que nos rodean. Hablamos mal del jefe, del compañero de trabajo, del subalterno, de los líderes del país; en fin, todos nos parecen que hacen las cosas mal. Parecería que nosotros somos los únicos buenos. No es así.

Nadie puede ser cristiano sin la humildad suficiente para reconocerse pecador y considerar a los otros como superiores a si. No condenemos. No juzguemos. Ese es el camino de la vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

¿Cómo vais a creer en mis palabras?

La clave de nuestra conversión es aceptar plenamente la palabra de Dios y recibir en nuestros corazones su mensaje de salvación. Quizás nos parece obvio pero la realidad es que constantemente rechazamos su voluntad mediante nuestras obras.

¿Por que no quieres perdonar a tu prójimo? ¿Por que le hablas mal a los demás? ¿Por qué no tienes tiempo para Dios bajo la excusa de que tienes mucho trabajo? Si somos honestos con nosotros mismos debemos reconocer que somos unos débiles y que todos los días incumplimos la palabra divina.

La buena noticia es que estamos en un tiempo de cuaresma para convertirnos. Dios nos invita a cambiar, a corregir nuestro andar. A decirle un si absoluto y sin condiciones a nuestro Señor. ¡Ánimo! ¡Podemos hacerlo en la gracia que Él mismo nos da. Adelante.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 5,31-47): En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. Él era la lámpara que arde y alumbra y vosotros quisisteis recrearos una hora con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su palabra en vosotros, porque no creéis al que Él ha enviado.

»Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida. La gloria no la recibo de los hombres. Pero yo os conozco: no tenéis en vosotros el amor de Dios.

»Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Tu hijo vive

Los milagros físicos que hizo Jesús servían para suscitar la fe en aquellos que eran testigos de dichas señales y signos. Lo físico demostraba que lo espiritual era cierto. El Señor había venido a salvarnos de la esclavitud del pecado y lo confirmaban sus milagros.

No pidamos milagros físicos. Estemos siempre dispuesto a que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Seamos humildes y ocupemos nuestro lugar de criaturas. Dejemos que el Señor obre señales y prodigios mediante la transformación de todos los corazones. El mayor de los Milagros consiste en que dejemos de tener, poco a poco, un corazón de piedra y empecemos a tener un corazón de carne. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 4,43-54): En aquel tiempo, Jesús partió de Samaría para Galilea. Jesús mismo había afirmado que un profeta no goza de estima en su patria. Cuando llegó, pues, a Galilea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.

Había un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Cuando se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde Él y le rogaba que bajase a curar a su hijo, porque se iba a morir. Entonces Jesús le dijo: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».

Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos, y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se había sentido mejor. Ellos le dijeron: «Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre». El padre comprobó que era la misma hora en que le había dicho Jesús: «Tu hijo vive», y creyó él y toda su familia. Esta nueva señal, la segunda, la realizó Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

Rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron

En el poder de Jesús los mudos hablan, los ciegos ven y los leprosos quedan limpios. No son trucos de magia. Es la gracia de Dios que actúa en nosotros siempre que estemos dispuestos a acoger al Señor en nuestro corazones.

La señal que muestra la acción divina es la comunión en el amor. La peor enfermedad es el odio y divino, malestar que solo puede curar Dios. Reconciliar a los que están en división es lo más grande que se puede experimentar en cualquier relación humana.

No rechacemos el amor de Dios. Acotamos su palabra. Pongamos en práctica las enseñanzas de Jesús. Amemos a todos, especialmente a nuestros enemigos.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 11,14-23): En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama».

¿Cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?

Nos han criado para no perdonar una sola ofensa. Nuestros padres y cercanos nos han enseñado que el honor de defiende a toda costa. Nos han dicho que nadie puede ofendernos y salir impunes. ¿Es así en el cristianismo?

La verdad es que Jesús nos invita a hacer algo que no está en nuestra naturaleza. Nos ha mostrado con su ejemplo que debemos hacer pero nadie, en su sano juicio, quiere hacerlo. ¿Cómo así? ¿Que si alguien me pega en una mejilla debo presentar la otra? ¡Y e’ fàcil!

Reconozcamos nuestra impotencia. No podemos ser cristianos. No se nos da el dejarnos humillar. Pidamos a Dios esa gracia. Seamos humildes y estemos dispuesto a que el Espíritu Santo nos lo regale y podando poner en práctica la palabra por su santísima gracia.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 18,21-35): En aquel tiempo, Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

»Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.

»Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano».

Ningún profeta es bien recibido en su patria

Hemos rechazado al Señor cada vez que pecamos y hacemos con nuestra vida lo que nos da la gana. Le damos la espalda a las enseñanzas divinas cuando amamos a nuestros ídolos y odiamos a nuestro prójimo. Somos como los que no acogieron a Jesús cuando no cumplimos la palabra de Dios.

Es por eso que estamos llamados a acoger a Jesús en nuestros corazones. Estamos invitados a escuchar su palabra y ponerla en práctica. Tenemos la oportunidad diaria de escuchar a sus profetas que vienen a nuestra vida con la bendición de su palabra. No rechaces al hermano que te corrige, al catequista que te enseña o al sacerdote que te administra los sacramentos de salvación. Todos ellos son Jesús mismo que viene a salvarnos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,24-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.

La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido

Nuestra historia de vida está marcada por acontecimientos de todo tipo. En algunos nos hemos “portado bien”, y en otros no hemos querido hacer la voluntad de Dios. Así es la vida, un discernimiento constante entre el bien y el mal, ¿qué vamos a elegir hoy?

Fariseos y escribas seguían a Jesús con la intención de acusarle o matarle. Se negaban a reconocer en él al mesías. Rechazaban que este hombre sencillo en apariencia podría ser el tan esperado Salvador. Así nos pasa a nosotros cuando rechazamos los acontecimientos que nos invitan a la conversión.

Aceptemos nuestra historia. Bendigamos a Dios. Elijamos el camino de la vida que nos muestra Dios. En lo mucho o poco, ahí está nuestro mesías y Salvador. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 21,33-43.45-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?».

Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable y arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».

Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que estaba refiriéndose a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta.

Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan

Muchos son los profetas que Dios pone en nuestra vida. En personas normales que se cruzan en nuestro camino y llevan un mensaje de Dios para nosotros. No tiene que ser necesariamente un sacerdote o predicador. Lo puede ser un compañero de trabajo o alguna vecina, ¿le has escuchado?

Nos hacemos los sordos ante las palabras de Dios. No queremos hacer caso a las señales que nos manda el Señor. Juzgamos a mensajero para desacreditar el mensaje. No debería ser así entre los cristianos.

Escuchemos la voz de Dios en todo. Los acontecimientos de hoy son palabra del Señor para nosotros. Es una bendición que podamos tener el oído abierto y dispuesto a cumplir su voluntad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 16,19-31): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.

»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.

»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».

¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?

¿Cuál es tu proyecto personal de felicidad? Todos tenemos una imagen mental de lo que quisiéramos fuera nuestra vida. Nos proyectamos en el futuro y pensamos… ¿si yo tuviera tal cosa? ¿Si mi vida cambiara en tal otra? En definitiva, nunca conformes de lo que tenemos y siempre deseando algo más.

El cristianismo NO es una filosofía de vida conformista. Lo que SI es una experiencia de encuentro personal con el amor de los amores. ¿Puede un Dios misericordioso desear nuestra muerte y sufrimiento? ¡Claro que no! Lo que hace es que nos ilumina la historia y la convierte en bendición. Nos hace aceptar los acontecimientos y aprovecharlos para crecer en todos los órdenes, sobre todo el espiritual.

Estemos dispuesto siempre a subirnos a la cruz. Nunca busquemos una felicidad material y mundana. Vivamos en plenitud la vida tal cual Dios nos la está regalando. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 20,17-28): En aquel tiempo, cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de Él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

Dicen y no hacen

La práctica cristiana no sirve para aparentar que somos buenos o superiores a los demás. Nuestra participación litúrgica no tiene como fin cumplir con normas para que nos vean cumplirlas. Nuestro cristianismos debe ser algo del corazón. Debe ser una expresión sincera del nuestro encuentro personal con Dios.

La hipocresía es uno de los males que más atacó Jesús. Nuestro Señor, sabiendo lo que hay en el alma humana, intenta llevarnos a la verdad, a la coherencia, a la integridad.

Seamos cristianos de verdad. Aquellos que busca a Dios de corazón. Seamos humildes y sepamos encontrar a nuestro Señor en nuestro interior. Solo ahí se le puede experimentar. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame “Rabbí”.

»Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Doctores”, porque uno solo es vuestro Doctor: Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».