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Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla

El amor está por encima de cualquier ley humana. Muchas veces pensamos que ser cristianos es aplicar a todos unos mandamientos y normas que nadie puede cumplir siempre y en plenitud. El cristianismo no es un moralismo. El cristianismo es amor a todos.

Jesús nos mostró el camino correcto. Nos enseñó que podía incumplir la “ley humana” con tal de hacer el bien al prójimo. ¿Hacemos lo mismo?

Miremos al otro con amor. Perdonemos siempre a nuestro prójimo. La mayor curación ocurre cuando amamos a los demás incluyendo a nuestro enemigos, a aquellos que nos han hecho un mal. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 6,6-11): Sucedió que entró Jesús otro sábado en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Estaban al acecho los escribas y fariseos por si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

No estás lejos del Reino de Dios

¿Cómo se puede experimentar el reino de Dios aquí en el tierra? Mediante el amor. Jesús mostró el camino, amando a todos incluyendo a sus enemigos. En ese amor podemos conocer al Señor. ¿Amas a Dios y a tu prójimo?

En diversas ocasiones anteponemos nuestros proyecto mundanos a los asuntos de Dios. Nos hacemos ídolos aquí en la tierra. Nuestro corazón está puesto en el dinero, la búsqueda de fama y tener bienes materiales. Albergamos en nuestro corazón resentimos contra muchas personas. Nos resulta imposible perdonar al que nos ha hecho algún mal. Ese camino, no es el que quiere Dios.

El Señor nos dice que si queremos ser felices es necesario recorrer el camino del amor. Amarle a Él por encima de todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos en la ley de leyes. Es el mandamiento más importante. Si hacemos eso, seremos verdaderamente felices. Pidamos a Dios la gracia de poner en práctica su palabra. Él nos ama, amemos así como Él lo hace con nosotros. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se llegó uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que estos».

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Simón de Juan, ¿me amas?

¡Oh maravillosa ventura! ¡Dios nos ama ciertamente! Ha enviado a nuestro señor Jesucristo para morir y resucitar por nosotros. Nos hace partícipes del misterio Pascual. Gracias a Él podemos resucitar a una vida nueva. Él nos ha amado primero y nos ha dado la capacidad de corresponder a ese amor por la gracia de su Espíritu.

El amor de Dios nos transforma. Se manifiesta en todos los aspectos de nuestra vida. ¿Lo dudas? Mira a tu alrededor y verás todas las maravillas que Dios ha hecho a tu favor. Te ha dado la vida, te ha dado una familia, provee todos los días para ti, te salva del peligro y ha perdonado todos tus pecados. ¡Cuántas maravillas ha hecho en nuestro favor!

¿Cómo se que has conocido y experimentado el amor de Dios? Porque haces su voluntad. ¡Hermanos! Estamos llamados a dar a los demás el mismo amor que hemos recibido de Dios. ¿Estás dispuesto? Pues adelante. Verás que si así los hacemos, seremos las personas más felices de la tierra. Hoy, digamos al Señor “si Señor, tú sabes que te amo”. ¡Adelante!

Leer:
Texto del Evangelio (Jn 21,15-19): Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos y comiendo con ellos, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas».

Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos

¿Cómo se sabe si el amor de Dios habita en nosotros? Si amamos como Dios no ha amado. El Señor quiere habitar en nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu Santo que nos da la gracia de amar como Jesús.

En el mundo solo hay rencillas, peleas, individualismos, búsqueda desenfrenada de fama y dinero. Con Dios las cosas son diferentes. El Señor no ha revelado el verdadero camino de la vida eterna. Es el camino del amor en la dimensión de la Cruz. Un amor que da la vida por los demás, incluyendo a nuestros enemigos.

Pidamos al Señor que nos regale su Espíritu Santo. Pidamos a nuestro Señor que nos dé su naturaleza divina para que podamos perdonar a todos los que nos han ofendido. Tengamos la seguridad que Él nos ama y nos dará su don más precioso. ¡Ánimo!

Leer:
Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor

La verdad es el amor. No hay otro camino para la felicidad plena. ¿Cómo podemos poner en práctica el amor? Precisamente en estos momentos de pandemia, el amor debe prevalecer ante el temor. Los cristianos siempre estamos del lado de los más débiles y necesitados. Nos cuidamos y cuidamos a los nuestros.

No perdamos la Fe. Nunca dudemos del amor de Dios. Mantenerse firme ante los diversos desafíos que tenemos. Ese es el camino que Dios quiere que sigamos. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 12,28b-34): En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras

La sabiduría, que es Cristo, se puede conocer por sus obras. Muchos la rechazan, otros la acogen con entusiasmo y humildad. Los que quieren tener vida eterna saben reconocer a Jesús donde está. Los que no les interesa la sabiduría que viene de Dios no la encontrarán nunca.

En este adviento estamos invitados a abrir nuestro corazón a la sabiduría divina. Es una sabiduría que sabe ver la presencia de Dios en todos los acontecimientos de la vida. Sabiduría que nos ayuda a aceptar el sufrimiento y ser purificados interiormente. ¡Ánimo! ¡Nunca dudemos del amor de Dios!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 11,16-19): En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: ‘Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores’. Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras».

¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!

Para que en ti se pueda realizar el anuncio de la buena noticia es fundamental que creas profundamente que Cristo tiene poder de cambiar tu vida. No se trata de sanar. Se trata de ser liberados de todo mal y atadura. Dar un cambio para mejor. Ser tocados en lo más hondo de nuestro corazón por el amor de Dios.

Cuando alguien se siente amado por Dios, se transforma radicalmente. Se convierte en un testigo fiel de su amor y lo predica en todas partes. Es un sentimiento que no se puede resistir. La alegría nos desborda. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 9,27-31): Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.

¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!

Lo más grande que puede pasar en la vida nuestra es recibir el anuncio del amor de Dios. Ser beneficiarios del anuncio del evangelio es un regalo inmenso que nuestro Padre Dios nos hace. No hay en el mundo cosa más bella y excelsa.

Hace muchos años que escuché por primera vez el Kerygma. Hace ya décadas que pude ser testigo de la acción de Dios en la vida de muchos hermanos y hermanas que permanecen todavía fieles a esos primeros amores. ¡Qué alegría saber que Dios nos ama profundamente!

Benditos aquellos que nos anunciaron el amor. Paz a aquellos que lo dieron todo para que pudiéramos conocer a Dios en plenitud. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?

Jesús sube a Jerusalén para mostrar al mundo una nueva forma de amar. Él entra en casa de samaritanos, publícanos y pecadores para mostrar que ha venido sa salvar a todos. Su misión consiste en perdonar los pecados de los que se han alejado de Dios.

Nosotros muchas veces actuamos de forma diferente. Respondemos con ira y violencia. Nos creemos superiores a los demás y por eso juzgamos a nuestros prójimos. Ese no es el camino de Jesús.

Amemos y perdonemos al prójimo. Mostremos la naturaleza de Dios amando a todos sin excepción. Esa es la naturaleza divina. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 9,51-56): Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, Él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo.

Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor

La verdad es que hemos pecado mucho. Reconozcamos que no tenemos obras buenas que mostrar. Pensemos que a la hora de hacer el bien, sólo el quererlo está a nuestro alcance. Esto último lo dice nada más y nada menos que el mismísimo San Pablo.

La buena noticia es que nuestro Señor perdona TODOS nuestros pecados. Él, que es todos misericordia, nos perdona mucho. No toma en cuenta nuestros pecados. Nos ama en la dimensión de la Cruz.

Descansa, reposa, no tengas miedo. Déjate amar por Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-50): En aquel tiempo, un fariseo rogó a Jesús que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Jesús, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».