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Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único

Ayer estuve en una Eucaristía de la cincuentena Pascual. Me impresionó mucho la insistencia del Presbítero celebrante sobre el tema del amor. Nos anunciaba una y otra vez, que Dios nos amaba y nos invitaba a creerlo. ¡Qué maravilla!

Es que la resurrección consiste precisamente en eso. Aquellos que ábrenos su corazón al amor y son transformados por Dios tiene un cambio radical. El amor todo lo cambia, lo sana todo.

¡Cristo está resucitado y nos invita a una vida nueva! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

Para que todo el que crea tenga por él vida eterna

Jesús dice a Nicodemo que debemos nacer de lo alto. ¿Qué significa esto? Es la pregunta que todavía hoy se hacen muchos al contemplar lo precarios y pecadores que somos.

Hoy somos invitados a contemplar al que ha sido levantado, el hijo del Hombre, el Señor que ha dado la vida por nosotros, que ha entrado en la muerte para destruir con su resurrección a nuestra muerte.

Todos nosotros hemos tenido sufrimientos o situaciones de tristezas y miedos. En medio de esas precariedad aparece el Señor con todo su amor y perdón. Nacer de nuevo es abrirnos a ese perdón e iniciar una vida nueva coherente a esa realidad. ¡Ánimo! Cristo nos ama y nos vivifica con su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 3,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».

El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra

El poder de Dios y su misericordia se manifiesta de manera extraordinaria en la anunciación del Señor a María. En este relato de los evangelios se muestra de manera admirable la gracia de un Dios que tiene misericordia del pequeño, sencillo, humilde y que ante los ojos de los hombres no tiene valor. Dios es maestro de lo imposible. Si gracia hace que lo seco o estéril se convierta en fértil y lleno de vida.

Lo mismo de dice el Señor hoy. ¡No temas a nada ni nadie! Todo un Dios se pone a tu servicio y hace que m tu corazón se de la alegría mediante la fuerza del Espíritu Santo. ¿Tienes alguna situación que no puedes entender o superar? Confía en el Señor. Él te ayudará y te bendecirá con su gracia. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin».

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.

Venid y comed

El Señor se manifestó muchas veces a los discípulos, luego de morir y resucitar de entre los muertos. ¿Cuál era el propósito de estas momentos de encuentro con sus discípulos? Dar paz, tranquilidad y participación en la gloria de Dios. Jesús se hace presente en la vida cotidiana de sus discípulos.

Cuando el Señor se les aparece les cambia, les transforma, les resucita. Con la fuerza de la resurrección les hace ponerse el vestido de fiesta, salir de sus preocupaciones diarias y entrar en el banquete.

Si queremos experimentar el cielo, es importante hacer este encuentro personal con Jesús. Es hablar con Él y sentarse a la mesa de la eucaristía. ¡Ánimo! Resucitó y quiere que resucitemos con Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

La paz con vosotros

Los discípulos estaban sobresaltados y asustados. Dice la escritura de que “eran pobres hombres, como tú y cómo yo”. Habían matado a su líder y tenían un temor espantoso pensando que iban a correr la misma suerte. ¿Qué hizo Jesús? Les dio La Paz.

¿Qué cosa es La Paz? Desde el antiguo testamento, era costumbre que en el pueblo de Israel se digan entre elllos “Shalom”. No es un sentimiento normal. No es ausencia de guerra. No es un estado mental. La Paz que Dios da es fruto de la aceptación profunda y firme de la voluntad de Dios en nuestra vida. La Paz es el resultado de la Fe que produce Vida eterna y que reconoce en todo acontecimiento el amor de Dios.

Hoy el Señor nos dice: ¡LA PAZ! Tranquilo, hoy viviremos en paz porque ha resucitado y nos muestra una vez más su amor. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Todos tenemos aspiraciones. Tenemos ideales que queremos realizar. Nos parece que para ser felices debemos tener dinero, fama y poder. De frente a estos esquemas que se nos presentan a través de todos los medios de comunicación, tenemos la otra alternativa, la opción de Jesús.

Muchos de los que seguían a Jesús, al verle ajusticiaod y muerto, se llenaron de tristeza. Ellos pensaban que el Señor iba a liberar políticamente a Israel. Ellos tenían sus esquemas e ideales particulares. Los mismos no estaban en comunión con lo que Jesús realmente hizo.

El verdadero ideal, el camino que verdaderamente conduce a la libertad plena y la vida eterna, es el camino de la muerte y resurrección del Señor.

En estos días la Iglesia celebra el centro de nuestra Fe: Cristo ha resucitado y nos hace partícipe de esa victoria. ¡Ánimo! Vivíamos estos días como verdaderos resucitados.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

A quien había resucitado de entre los muertos

Jesús inaugura una nueva realidad. Demostró en vida, con señales y prodigios, la obra que iba a realizar con nosotros: resucitarnos de la muerte.

En tiempos del Señor había tres hermanos. Martha, María y Lázaro. A Lázaro lo resucitó. A todos les amó. Todos ellos habían vivido en grado extraordinario el poder de Dios. Es por eso que le amaban. Nada en este mundo podía valer más que honrar a este hombre. Ni el perfume más caro del mundo.

También nosotros en esta Semana Santa reconocamos que Dios es lo más grande. Ni playas ni fiestas. Solo Él salva y nos llena de vida. ¡Ánimo! Entremos en el misterio de su amor.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás

La muerte es el gran tema de la humanidad. Nadie quiere morir. Todos tiene temor, quizás terror, de ese momento definitivo en donde dejaremos esta tierra y pasaremos a la casa del Padre. ¿Cuando nos tocará vivir ese momento?

Precisamente en cuaresma nos preparamos para celebrar la victoria de Jesús sobre la muerte, pero sobre todo su victoria sobre nuestras muertes particulares. ¿Alguna vez has experimentado que Jesús a entrado en tu muerte (sufrimientos, tristezas, lutos) y te ha llevado a la vida? Hermano, si todavía no lo has experimentando, entra en los ejercicios espirituales de cuaresma (ayuno, oración y limosna) y pide humildemente al Señor que te regale vivir la resurrección desde aquí.

Los cristianos creen en el cielo porque ya lo están viviendo desde ahora. ¡Ánimo! Vivamos en alabanza, dando gloria a Dios porque nos ha hecho vivir plenamente. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres

¿Cuál es la verdad? La verdad es que Dios ha enviado a Jesús para salvarlos. El único problema que esto lo podemos creer o no. Está en nosotros el acoger esta buena noticia o rechazarla.

En tiempo de Jesús muchos no entendieron su mensaje y por tanto no creyeron que Él fuera hijo de Dios. Al contrario, veían su apariencia y todo les daba a entender que no era cierto el mensaje de Jesús.

Lo mismo puede pasarnos. Podemos estar pendientes de milagros extraordinarios o manifestaciones según nuestros esquemas de felicidad. La verdad es que el Señor ha querido salvarnos a través de la muerte y resurrección de su hijo. Esto es lo que vamos a celebrar dentro de poco.

Es por eso que te digo: ¡Alégrate, porque has creído en lo anunciado por el Señor!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».

Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».

Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados

El reconocimiento de Cristo con Señor es fundamental en nuestra Fe. Parte del Credo que decir “creo en Jesucristo, nuestro único Señor”. Desde los inicios de la iglesia, los fieles de todos los tiempos, han reconocido a Jesús como Dios. ¿En qué nos beneficia esa profesión o confesión de nuestra Fe?

Todos hemos buscado la vida o felicidad en tantas cosas. Estamos luchando y trabajando diariamente para tener más dinero, más afectos, más fama y reconocimiento. Todos nuestros esfuerzos están encaminados a realizar nuestro proyecto particular de felicidad aquí en la tierra. Más sin embargo, ¿qué descubrimos? Que nada de eso da respuesta absoluta y definitiva. Todas las cosas son precarias. El que dice amarnos, nos traiciona. El dinero se nos van o provoca pleitos familiares. La salud es tan precaria que en cualquier momento podemos desfallecer. Entonces, ¿qué hace? Buscar la vida donde realmente está. Esa es la clave.

La vida es reconocer que Jesús es el ÚNICO Señor. La fuerza de su amor y perdón sana todas nuestras heridas y nos hace ser felices con lo que Él nos da. ¡Oh admirable ternura! Dios nos ama tanto que en Jesús nos ha entregado la clave de la felicidad, de la vida eterna. ¡Créetelo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados».

Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.