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¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!

¡Él vive! Es el grito de las mujeres que fueron las primeras testigos de la resurrección. Muchos no querían creerle. Por eso Cristo se les aparece a todos y les muestra cómo se han cumplido las escrituras.

También se nos aparece a nosotros. Este tiempo Pascual es tiempo para poder caminar junto a Jesús, resucitado de la muerte. ¡Paciencia! Él se nos aparecerá, Él se manifestará a través de su palabra y sus acciones. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras.

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán

Antes de la resurrección el miedo reinaba en los corazones de los discípulos. Habían visto morir al maestro. Pensaban que todo había acabado. El amor de sus amores había fallecido y lo habían enterrado.

¡Oh feliz alegría! ¡Oh admirable descubrimiento! El amor no había muerto. Había vencido a la muerte con su muerte. De un golpe había eliminado el temor y la angustia que oprimía el alma de aquellos que habían sido sanados y salvados por Él. ¡Qué maravilla! ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 28,8-15): En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará

Todos, de una manera u otra, hemos traicionado a Jesús. Judas y Pedro lo han hecho. Uno le entrega a los enemigos por treinta monedas de plata y el otro le niega tres veces. ¡Que débiles somos! ¿Lo reconoces?

Todos estamos invitados en este tiempo a tener la actitud posterior de Pedro y no la de Judas. Pedro acepta la misericordia de Dios y se reconoce pecador. Judas se escandaliza de sí mismo y se suicida. La pascua del Señor nos libera de la esclavitud de la muerte y nos lleva a la vida sin fin mediante el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús que murió y resucitó por nosotros. El amor a todos los pecadores, incluyéndonos a nosotros, es el centro del misterio Pascual. ¿Te lo crees? ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.

Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».

Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos

Nosotros también somos o seremos como Lázaro: Hombres y mujeres resucitados por Jesús. Ese es el centro de nuestra Fe. Creemos en un Dios que saca de la muerte y nos lleva a la vida. Es un Dios de vivos y no de muertos. ¿Te lo crees?

En este tiempo, hay muchos que están cansados, agobiados, ansiosos y desesperados. Miran el futuro y se aterran. Piensan que todo va ir de mal en peor. ¡No dudes del amor de Dios!

El Señor, que nos ama profundamente, jamás dejará que sus hijos se queden en la muerte. Su amor nos resucita, nos da vida, nos devuelve a la luz y esperanza de un futuro siempre mejor. ¡Nunca dudes del amor de Dios! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?

Ya se acerca la Pascua de Resurrección. Con el Domingo de Ramos inicia la conocida semana mayor. ¿Cómo viviremos este tiempo en medio del COVID-19?

Dios, que es nuestro Padre, ha dispuesto para nosotros un tiempo hermoso, nuevo, único, para vivir el Tríduo Pascual como nunca lo hemos vivido. Será nuevo y bueno, ¡tranquilo! Será tiempo de bendición, tiempo de alabanza, tiempo de victoria sobre la muerte.

¿Qué nos enseña la pandemia? Que la vida es frágil y que la muerte nos acecha constantemente. Pero no podemos desfallecer. Los cristiano sabemos, porque lo hemos experimentado en nuestra vida, que la muerte ha sido vencida. ¡En Cristo moriremos y en él viviremos para una vida nueva, una vida inmortal! ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.

En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás

¡No experimentaremos la muerte! Esto dice Jesús a los judíos incrédulos. También nos lo dice para que entendamos en qué consiste la promesa que nos hace. ¿Te lo crees?

En tiempos de crisis sanitaria se pone en evidencia el mayor temor de todos: la muerte. ¡Nadie quiere morir! La muerte física es inevitable, pero precisamente en la pascua que se aproxima celebraremos el centro de nuestra fe: la muerte ha sido vencida. Jesús con su muerte ha destruido nuestra muerte. ¡Alégrate! ¡No tengas miedo! Ya se acerca nuestra liberación.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,51-59): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: ‘Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás’. ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?». Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios’, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi día; lo vio y se alegró». Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libre

¿Cuál es la verdad? Que Dios nos ama profundamente. Esa es la verdad que va transformando los corazones de millones de personas por siglos y siglos. Es la verdad que da sentido a la vida e ilumina los acontecimientos que nos suceden a diario. ¿Por qué tienes miedo? ¿Por qué estás preocupado? ¿Acaso no crees que Dios te ama?

¡Ánimo! Jesucristo ha dado la vida para que nosotros tengamos vida y una vida que no acaba nunca. El futuro será siempre mejor, porque Dios que es amor, nunca permitirá nada en nuestra vida que nos conduzca a la muerte eterna. Vive este tiempo en la fe. Vive este tiempo en la bendición. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».

Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».

Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy

Los fariseos no entendía a Jesús. No abrían sus corazones al mensaje de salvación. En ellos había una especia de predisposición. ¿A nosotros nos puede pasar lo mismos?

¡Claro! Podemos vivir sin darnos cuenta de la acción de Dios en nuestra vida. Podemos decir, “Si, yo creo en Dios”, pero actuar como si Él no existiera. Nuestras acciones deben demostrar que tenemos puesta nuestra esperanza en que Dios ha enviado a Jesucristo a salvarnos. ¡Se se acerca la Pascua! ¡Dentro de pocos vamos a celebrar el misterio de nuestra Fe. Cristo ha muerto y resucitado para que nosotros podamos experimentar día a día su acciones salvífica. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados».

Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.

Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra

Los tiempos de crisis hacen ver lo mejor de la naturaleza humana pero también lo peor. Muchos están pendientes de todo lo que circula por las redes sociales y servicios de mensajería instantánea. ¡Cuánta desinformación y noticias falsas! Y lo peor, hay muchos que lo único que hacen es quejarse de todo, creando así un ambiente tóxico que mete en tristeza y desesperanza al mundo entero. Así no debe comportarse un cristiano.

Los hombres y mujeres que siguen a Cristo perdonan siempre, excusan siempre, son pacientes siempre. ¿Y por qué son así? Porque el amor de Dios les ha hecho ver que no son mejores que nadie y que han sido perdonados de sus muchos pecados! ¿Cómo podemos juzgar a los demás si nosotros hemos hecho lo mismo? ¡Ánimo! Ayudemos a construir un mundo mejor. Empecemos por no difundir calamidades y calumnias. Seamos instrumentos de paz en las manos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles.

Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado

¡Ánimo! Los cristianos no podemos sentir miedo o desesperación. ¿Por qué? Porque tenemos a Jesús, enviado por Dios Padre para salvarnos. ¿Tú te lo crees?

En tiempos de Jesús, los supuestos hombres de la ley de Dios no pudieron reconocerle. Veían lo exterior. Sus ojos no podían reconocer en los signos que se presentaban ante sus ojos que Dios había enviado al mesías y Salvador del mundo entero. En este tiempo de COVID-19, reconozcamos a Jesús como el Cristo que viene a librarnos de la muerte. ¡Creamos en Él!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 7,1-2.10.14.25-30): En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.

Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: «¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es». Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.