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No juzguéis, para que no seáis juzgados

Estamos siempre acostumbrados a criticar y murmurar a los demás. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, un incesante “cuchicheo” domina nuestra existencia. ¿De donde nos viene eso? De que nos creemos mejores que los demás.

Es por eso que en las escrituras, el Señor dijo “como no puedes mirar la brizna qué hay en tu ojo”. ¡Qué difícil es reconocernos pecadores! Si realmente nos conociéramos, nunca seríamos capaces de señalar a nadie. ¡Somos unos perversos! Si esto es verdad, ¿cómo podemos señalar los males de los demás?

Seamos humildes y nunca murmuremos a nadie. Es lo que hace un cristiano. ¡Jamás murmura! ¡Bajo ningún concepto!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 7,1-5): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

No os amontonéis tesoros en la tierra

Pongamos nuestro corazón en los bienes espirituales. Tengamos gusto por la oración, los sacramentos, la predicación, la acción pastoral y la evangelización. Que nuestra aspiración sea ser santo. Esa es la clave de la felicidad. El centro de nuestra Fe.

Debemos purificar nuestro corazón para que no ande extraviado buscando dinero sin medida o todas las demás cosas que dan felicidades pasajeras y dañan a los demás. Nuestros ojos deben mirar a estos bienes como lo que son, soporte material de nuestra existencia física y nada más. No tienen poder para dar la vida.

Amemos a Dios por encima de todas las cosas. Busquemos las cosas del cieño. Hagamos eso, y seres felices. Amén.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,19-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

»La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!».

Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo

La oración es establecer una comunicación de intimidad con nuestro Dios. Es central en la vida cristiana. Nos hace vivir en cercanía con nuestro Dios. Nos hace reconocerle con Padre.

Orar no es un acto devocional. Es una necesidad! Sin la oración no hay Fe, sin la oración no hay vida.

Jesús oraba constantemente. Nosotros estamos invitados a seguirle. ¿Dispuesto? Pues a continuación la forma ideal de hacerlo. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 6,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

»Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

No resistáis al mal

¿Qué es lo esencial del cristianismo? El amor al enemigo. Si, no hay otra cosa que nos haga distintos a cualquier otra religión o filosofía. El Cristiano es aquel que no se resiste al mal. Se deja matar en todo el sentido de la palabra.¿tú estás dispuesto? Lo dudo! Lo natural es que nos defendamos, que busquemos hacer justicia con nuestras manos, vengarnos de aquellos que nos han hecho algún mal.

Ser hijo de Dios, que es ser Cristiano, es amar como Dios ama. Nuestro Padre Dios hace salir su sol sobre buenos y malos. Esa es la naturaleza divina. ¡Amar!

No hay excusas mis queridos hermanos y hermanas. Es por eso que el cristianismo a perdurado por siglos. No existe algo más radical que eso. Dar bien a quien te ha hecho mal. Pidamos a Dios que al llegar el momento de hacerlo, Él nos de la gracia para hacer su voluntad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».

Habéis oído que se dijo

Muchas son las cosas dichas por Jesucristo en su paso por el mundo. Estas parábolas, dichos, predicaciones y exhortaciones nos invitan a cambiar de mentalidad, a transformar nuestras mentes.

Al Señor le tocó vivir una ley que hacía demasiado hincapié en el cumplimiento externo de los mandamientos. Es nos invita a cumplir la letra y el espíritu de la ley. Toda ley o mandamiento está inspirada por el amor. Esa es la ley plena: amar.

El prójimo necesita encontrarse con Dios. ¿Cómo puede hacerlo? Mediante las obras de amor que Dios realiza a través de Jesús. A eso estamos invitados. Amemos a nuestros cercanos y también a nuestros enemigos. En eso consiste la ley. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,27-32): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna.

»También se dijo: ‘El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio’. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio».

Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos

Si, eso es lo que quiere Dios, que entres en el Reino de los Cielos. Él está empeñado en que seas feliz. Tiene la “obsesión” santa de piedad tener una vida plena aquí en la tierra y que puedas gustar de las maravillas del cielo cuando nos toque partir de este mundo a la casa del Padre. ¿Qué nos toca hacer para merecer tan grande distinción? Superar la ley antigua. ¿Y cómo se hace eso? Apoyándonos en su gracia y amando como Cristo amó en la cruz.

Todos somos unos orgullosos y soberbios. ¡Es la verdad! Nos creemos superiores a los demás y es por eso que insultamos, maltratamos o juzgamos a los demás. Tenemos el reto de superar la ley antigua, en el sentido que nos toca amar como Cristo nos ama, inclusive cuando el otro nos insulta o maltrata. ¡Oh maravilloso misterio! Lo natural es defendernos… Dios nos pide que no lo hagamos. Esa es la ley suya.

Para hacer esto que humanamente es imposible, contamos con la gracia de Dios. Él nos da gratuitamente lo que nos pide. ¡No tengamos miedo! Apoyados en Él podemos hacerlo. Amén.

Texto del Evangelio (Mt 5,20-26): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

»Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego.

»Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».

No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento

Jesucristo no vino a destruir lo antiguo. Lo que ha hecho es dar sentido pleno a todo. Su lucha no es contra personas o religiones. Su propuesta se basa en el amor y es una invitación a cumplir fielmente los mandatos del Señor con la ayuda de su gracia.

Nuestra vida depende de la realización plena del proyecto de Dios en nuestra vida. ¿En qué consiste eso? En amar como Dios nos ha amado. Esa es la ley más importante. No puede haber otra realidad. Estamos siendo invitados al amor de nuestra familia, vecinos, compañeros de trabajo.

La ley no es un conjunto de preceptos externos que cumplimos para el mundo vea lo “buenos” que somos. La ley es AMAR. ¿Tú amas? ¿Pides perdón? ¿No murmuras ni chismeas? Pidamos a Dios ayuda para que su ley de amor se realice en nosotros. En esto consiste la felicidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,17-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».

Brille así vuestra luz delante de los hombres

Los cristianos estamos llamados a ser sal y luz del mundo. Ésta llamada no tiene nada que ver con nuestra capacidad de hacer el bien. Tiene relación con el poder de Dios que puede y quiere habitar en nosotros. La luz del Cristiano es en el fondo la luz de Cristo.

Una vez me hicieron una metáfora preciosa. Me dijeron que los cristianos somos como la luna y Cristo es el sol. La luna no brilla con luz propia. El Sol si. Es por eso que nosotros, cuando hacemos la voluntad de Dios, somos simple reflejo de las maravillas de Dios.

¡Ánimo! Seamos buenos espejos del amor de Dios. Nuestro reconocimiento sincero y humilde de la precariedad en que vivimos nos hace mejores discípulos de Cristo. El mundo necesita que demos testimonio sincero y profundo de su amor. Dejemos que Dios haga esa obra en nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Bienaventurados los pobres de espíritu

Bienvenaventurados signfica feliz aquel.
Es decir, que aquellos que tengan ciertas condiciones o vivan de cierta manera son felices como Dios quiere. ¿Quienes son los dichosos o bienaventurados según Dios?

Los que reconocen humildemente su necesidad de Dios, los que asumen la cruz de cada día con apertura y con la seguridad de que en ella pueden encontrar la santidad, los que siente necesidad del amor de Dios todos los días; en fin, todos aquellos que con un espíritu pobre gritan a todo pulmón por el amor de Dios.

Mostrar el amor de Dios con nuestras vidas es el camino de la bienaventuranza. Es el camino que conduce a la vida eterna. Es el Amor al enemigo manifestado en Cristo Jesús.

¡Ánimo! Somos dichosos en el Amor de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12): En aquel tiempo, viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros».

Mirarán al que traspasaron

Con una lanza traspasaron el costado de Cristo. De su corazón salió sangre y agu, símbolo de la eucaristía y del bautismo. Su corazón es el centro de toda vida cristiana. La vida de los sacramentos comienza y termina en el corazón amoroso de Cristo.

En el corazón de Jesús, de su amor, se originan todas las gracias y dones. Su amor lo llena todo, lo invade todo, lo sana todo. ¿Qué necesitas hoy? Experimentar su amor. ¡Cristo te ama! ¡Nunca lo dudes!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 19,31-37): En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él.

Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’.