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El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará

Si revisamos las estanterías de las librerías en todas parte del mundo, nos encontraremos con una amplia oferta de libros que prometen el éxito, riqueza, salud y felicidad aquí en la tierra. De hecho, en las estadísticas de ventas, siempre están entre los más vendidos libros de superación personal que aseguran ofrecer un futuro feliz si sigues sus sabios consejos.  En Dios también hay un ofrecimiento pero algo diferente a lo que estos libros de autores internacionales nos ofrecen. 

En primer lugar, Jesús nos dice que como condición fundamental para seguirle es tomar la cruz y negarse a sí mismo. Asegura con estas palabras que quien pierde su vida la gana. ¿Qué significa esto? Pues que en vez de estar intentando asegurarnos la vida con las cosas temporales debemos apoyarnos en La eternas y verdaderas, ¿cuáles son estas? Pues el amor y la fidelidad de Dios. Nosostros estamos llamados a hacer experiencia de que solo Dios nos puede dar la felicidad plena. Nuestra vida debe ser una búsqueda incesante e incansable de Dios. Él ha creado la vida y la puede dar plenamente. Si tenemos a Dios dentro de nuestro corazón entonces podemos amar las cosas sanamente y sin haberlos ídolos de los bienes temporales.

Por ejemplo, podemos trabajar por dinero y disfrutar del mismo sin andar preocupado cuando no lo tenemos o peleando y engañando para conseguirlo. La raíz de toda corrupción es un amor desordenado al dinero. Si tenemos a Dios en primer lugar, no vamos a robar o matar para conseguir el dinero que dicen los libros de superación personal que es clave para conseguir la felicidad. 

La disponibilidad que da amar a Dios por encima de todas las cosas nos convierte en valientes testigos de su amor. Por eso, seamos profetas y acojamos a los profetas. El profetismo se da en el corazón de aquellos que han renunciado al mundo temporal y anhelan la patria celeste y definitiva.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 10,34–11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. 
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Hacer la voluntad de Dios es la clave. Una cosas son las palabras y otras más acciones. Muchos son los que dicen que van hacer algo y pocos lo que ejecutan ese algo al que se comprometieron.

Jesús, que aprovecha cualquier ocasión para dar una palabra de vida eterna a quienes les escuchan, les dice a sus discípulos que su familia es aquella que cumple la voluntad de Dios. Es obvio que el Señor ama muchísimo a su madre María. No son para ella sus palabras. Son más bien para aquellos que escuchan y no ponen en práctica la palabra de Dios.

Hoy es momento propicio para poner en práctica lo que hemos aprendido de Dios mediante Jesús. ¡Ánimo! Solo así tendremos vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Hay fragmentos del evangelio que no entendemos si no comprendemos el contexto y propósito del mismo. ¿Acaso Jesús responde mal o maltrata a sus cercanos? Claro que no.

Muchas veces los directores espirituales hablan con dureza a sus hijos en la Fe. Lo hacen porque ven de Dios que es importante llamarles la atención. Aprovecha una situación para mostrarle a sus hijos espirituales lo que realmente es importante.

El Señor aprovecha una visita de su madre y sus hermanos, a los que quiere mucho, para dar una palabra a sus discípulos sobre su obra. Él quiere que todos sean sus hermanos y que esto se evidencie mediante la obediencia a su Padre común. 

Todo aquel que escuche la voz de Dios y la cumpla se convierte en hermano de Cristo e hijo de Dios. La filiación divina nos viene dada por nuestra respuesta afirmativa a la voluntad de Dios. ¡Ánimo! Dios nos llama a ser sus hijos y esto es lo más grande que puede tener una persona.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

Joven, a ti te digo: levántate

En los momentos de tristeza y angustia nos sentimos muy solos. Cuando nos llega algún sufrimiento pensamos que es lo más grande del mundo. La duda nos llega a la mente: ¿dónde está nuestro Dios?

En las escrituras hay una mujer viuda que tiene que enterrar a su único hijo. Imagínense, esta mujer no tiene nada, lo ha perdido todo.

El Señor no se queda indiferente. Ve su sufrimiento y lo hace suyo. Detiene la marcha fúnebre y le hace el milagro. Le devuelve la vida a un muerto.

¿Cuál es tu muerte de hoy? ¿Cuál es tu sufrimiento, angustia o desolación? No temas, no desesperes. Confía en el Señor. Él quiere detenerse en tu vida y resucitarte. Él te dará la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 7,11-17): En aquel tiempo, Jesús se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con Él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y Él dijo: «Joven, a ti te digo: levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y Él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de Él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Nos afanamos mucho con los títulos y honores de la vida. También sucede así en la Iglesia. Que si somos catequistas, sacristanes, evangelizadores, amigos del cura, hermanos de una monja, súper amigos del obispo, en fin, estamos siempre en búsqueda de espacios y títulos de honor. ¿Esto es importante para nuestra salvación?

Jesús, previendo este peligro, le dio una palabra a sus discípulos. Les dijo que los importante no es un parentesco biológico o cercanía a Él. Que lo más importante para que seamos felices y así alcanzar vida eterna es cumplir la palabra de Dios, es decir, ponerla en práctica.

En nuestra vida debemos acompañar nuestras palabras con obras de caridad y paz. Un cristiano no es alguien por sus títulos o posiciones sociales. Un cristiano lo es cuando cumple la voluntad de Dios con la ayuda del Espíritu Santo.

Leer:
Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Las sagradas escrituras tienen muchos pasajes que nos resultan extraños si los leemos literalmente. Hay uno en particular que nos puede dar la impresión que le da una mala respuesta a su madre. Los exégetas y estudiosos de la Biblia no interpretan este pasaje de esa manera.

La intención central de ese pasaje es la de mostrar que lo que importa en la vida es hacer la voluntad de Dios. Sus palabras son dirigidas a nosotros hoy. 

No basta con ser miembro de una comunidad, amigo del párroco o ir a misa todos los domingos. Lo más importante no es la cercanía jurídica a la Iglesia. Lo que hoy quiere Jesús decirnos es que hagamos siempre la voluntad de Dios y pongamos en práctica su palabra. Hagamos esto hoy y seremos también familia de Jesús.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Estamos acostumbrados a decir y no hacer. Desde los comienzos de la historia, la palabra de una persona tenía valor. Los contratos en la antigüedad se hacían de forma verbal. Se confiaba en la palabra empeñada. En el transcurrir de los años, se ha perdido mucho de esta ingenuidad primigenia.

En las escrituras hay un relato donde parecería que le hecha una buena reprimenda a su madre y sus hermanos. En este caso especial, el centro no son sus familiares. Jesús está predicando y enseñando. Aprovecha el momento para ayudar a los que les escuchan. Le da una palabra importante.

Muchos de lo que dicen ser cristianos demuestran con sus obras todo lo contrario. El Señor insiste en varias ocasiones que más importante es cumplir la palabra que escucharla. Poner en práctica la palabra de Dios es el verdadero camino de la salvación. Y, ¿qué dice la palabra? Que nos amemos.

Si tienes algún problema con alguien, estás en deuda con alguna personas o simplemente hay algo que te molesta de alguien, Dios te dice hoy: ve y pon en práctica la palabra. Ponerla en práctica implica amar y perdonar a nuestro prójimo. Implica reconocernos pecadores y por tanto, amar a los demás como Dios nos ama a nosotros.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

Jesús, como todo buen hijo, quería mucho a su madre. Tenía primos, que en aquel entonces se les consideraba hermanos, a los que queria también. Es por tanto seguro que ciertamente Jesús tenía un entorno familiar muy cercano. ¿Eran ellos los únicos cercanos a Jesús?

El Señor aprovechaba cualquier oportunidad para dar una palabra que ayudará a sus discípulos o quienes les escuchaban. Si su madre le buscaba, aprovecha ese gesto para dar un mensaje. ¿Cuál era este? Que los que hacen la voluntad de Dios también son sus cercanos.

La filiación divina, a la cual todos somos llamados, es un don que se ofrece gratuitamente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Solo debemos abrir nuestro corazón a su voluntad. ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¡Que seamos felices! Abre tu corazón a esta oferta generosa que Dios te hace hoy y siempre.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre

Hace la voluntad de Dios es la clave de toda acción cristiana. Jesús es el primero que frente a la pasión y cruz prefiere que se haga la voluntad de Dios antes de evitar ese calvario. ¿Tenemos nosotros ese mismo espíritu?

Hoy a lo mejor te has levantado con pesadez. Has pensado en las cosas que te tocan hacer este año y te has llenado de cansancio y malestar. No quieres ir a trabajar o educar a tus hijos, te cuesta trabajo aceptar a tu pareja o entender a tus padres. Piensa en la cosas que hoy no aceptas en tu vida y a lo mejor en esas cosas está la voluntad de Dios.

La voluntad de Dios siempre es el amor, la bendición y la donación. Si los hechos de tu vida en lo que no te apetece mucho entrar te llevan al amor y perdón entonces esa es la voluntad de Dios. El AMOR siempre es el camino de Dios. ¿Estás dispuesto a hacer hoy su voluntad?

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 3,31-35): En aquel tiempo, llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen

Jesús quiere mucho a su madre. Él hace milagros y prodigios por el simple hecho de que ella se lo pida. En los momentos más difíciles de su vida siempre ha estado. Para todo el mundo la madre siempre es importante. Sin embargo, en el evangelio de hoy ella no es la protagonista.

Jesús ha dejado su casa, su aldea, su círculo familiar íntimo para anunciar que el reino de Dios ha llegado ya. La familia se preocupa por Él y va a buscarlo. Ellos pretenden, en su amor familiar, convencerle de que sería bueno dejar aquello y volver a la seguridad social que da la familia. Esa actitud es normal pero para Jesús hay algo mucho más importante.

Para nuestro Señor el amor de una madre y de unos familiares es importante. ¡Esto lo tiene muy claro! Pero reconoce que mucho más importante es hacer la voluntad de Dios. Escuchar la palabra del Señor y ponerla en práctica no sólo es amar a tu familia, también es dar la vida por los demás. Es amar al mundo entero mediante la evangelización de palabra y de obras.

Mis queridos hermanas y hermanos. ¿Alguna vez has hecho este mismo “gesto” de Jesús? ¿Has preferido obedecer a Dios antes que mantener el afecto de una novia o novio, amigo o familiar? Hoy Jesús nos invita a seguirle e imitarle. Sólo así podemos ser totalmente libres. Sólo así tendremos la oportunidad de amarle con todo el corazón, la mente y las fuerzas.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».