Archivo por meses: noviembre 2016

Ve, tu fe te ha salvado

Jesús sanaba muchos enfermos. Para demostrar que el Reino de Dios había llegado, mostraba con señales y prodigios, las maravillas del Señor. ¿Está fuerza solo salía de Jesús? ¿Es más importante el milagro físico en la misión de Jesús?

Es verdad que el Señor siente compasión por el que sufre. Tiene misericordia de todos aquellos que padecen algún mal. Los cura como un signo de amor y de misericordia. Pero lo que más quiere el Señor es que tengamos Fe. Que el milagro físico suscite en nosotros la Fe porque con ella vamos experimentar algo mucho más importante: la salvación eterna. 

En el día de hoy podemos estar pidiendo a Dios milagros. Le podemos estar pidiendo que cambie a alguien en nuestra vida o que cure algún enfermo. Eso es bueno pero recuerda que lo más grande que podemos pedir es la Fe. Es tener un encuentro profundo con Jesús. Es experimentarle día a día incluyendo los momentos de sufrimiento y prueba.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará

Nos aferramos a tantas cosas. Nos afanamos en construir riquezas y prestigio. Sin embargo, la vida pasa rápido. Nos volvemos mayores de la noche a la mañana. El tiempo transcurre y todo terminará para nosotros algún día.

El Señor insiste mucho en el evangelio que debemos estar dispuestos a renunciar a nuestra vida y amar como Él nos amó. Perder la vida es desprenderse de lo material y vivir para el amor en Dios. ¿Cómo se hace eso?

Dedica más (todo) tiempo a Dios y menos al gimnasio o al trabajo, ama a tus prójimos (familia, amigos, vecinos) con la misma entrega y amor con que nos ha amado Jesús, y ama a tus enemigos (los que te han hecho algún mal) hasta dar la vida por ellos mediante el perdón y la reconciliación.

El camino de “perder tu vida” conduce a la muerte en cruz por amor. La buena noticia es que la cruz nos lleva a la resurrección. A la vida eterna. Quien ama y perdona, nunca está triste. Siempre contento para gloria de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,26-37): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.
»Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres».

El Reino de Dios ya está entre vosotros

Cuando una persona del siglo XXI lee las escrituras, hay pasajes que le parecen confusos o difíciles de entender. Entre ellos se encuentra uno que causa siempre admiración, intriga y expectación. El mismo es cuando se dice que “el Reino de Dios ha llegado yá”.

Dios, en su inmensa misericordia envió a Jesús a la tierra a salvarnos. ¿De qué nos salva el Señor? Si no tenemos claro (iluminado) en que peligro nos encontramos que haga que necesitemos salvación, nunca entenderemos este anuncio y nunca tendrá un sentido profundo para nosotros.

El anuncio de esta buena noticia, de que el Reino de Dios está con nosotros y Jesús viene a salvarnos, tendrá sentido e importancia en nuestra vida en la medida en la que podamos conocernos y descubrir que tan necesitados de salvación estamos.

¿Estás triste? ¿Te sientes que falta algo en tu vida? ¿Tienes algún problema? ¿Estás experimentado en tu vida algún sufrimiento o situación difícil? Pues hoy este anuncio es para ti. Dios ha dado respuesta en Jesús a todos tus problemas y situaciones. El viene a salvarte y dar sentido a tu vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros». 
Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado

La casa donde habita Dios no está hecha por manos humanas. El Señor no necesita de templos o lugares específicos de adoración. El que lo ha creado todo, ¿va a querer que sus criaturas le tributen adoración en lugares específicos?

El lugar donde podemos adorar al Señor es en lo profundo de nuestro corazón. Ahí donde nadie puede ver o entrar, lo profundo de nuestro ser, en ese lugar se puede hacer encuentro personal con nuestro amado Dios. 

Un ser humano de corazón sincero, que no pone su esperanza el los ídolos de este mundo, puede y seguro que será lugar de adoración y oración al Señor. Abre tu corazón al a Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 2,13-22): Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.

Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer

Siempre buscamos reconocimiento. Cuando hacemos algo, queremos que las personas que nos rodean lo valoren y nos agradezcan. Nuestros padres dicen que han hecho muchísimo por nosotros, nuestros hijos nos reclaman tiempo y atención, nuestros compañeros de trabajo nos animan reconocer lo “fajao” que están todo el tiempo. ¿Qué dice Jesús?

Es cierto que hacer el bien es cumplir la voluntad de Dios, pero nuestro propósito con eso es precisamente realizar las obras de nuestro Señor. Jamás debemos buscar construir nuestra imagen y gloria sobre la base de lo santo y bueno que viene de lo alto.

Un catequista, sacerdote, monja o trabajador social debe hacer su labor en la gratuidad y humildad. Sabiendo que si algo bueno hace es por pura gracia divina. Siervos inútiles solo TODOS. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale

La dinámica maravillosa del cristianismo, si la aplicáramos, sería la solución a todo conflicto, a toda guerra o disputa. El mismo Señor Jesús nos enseñó que hacer a la hora de relacionarnos con el prójimo. 

Si alguien peca, corrígele. Esto es cierto, porque todos hemos pegado. Nadie puede señalar a nadie. Nadie es perfecto. Si nos hacemos un sincero y profundo examen de conciencia podemos decir que tenemos muchos actos de que arrepentirnos. Necesitamos de los demás para mejorar. Es un gran acto de misericordia cuando alguien nos corrige porque nos invita a ser mejores. Somos invitados por aquel que nos corrige a cambiar para bien.

Eso sí, si alguien te pide perdón, arrependitodo, ¿por qué no perdonarle?. Algunos se cansan de perdonar. Vemos que se cometen los mismos errores o pecados y pensamos que no hay remedio. El Señor hoy nos dice que debemos ser buenos cristianos. Todo hombre o mujer que quiere ser como Jesús debe perdonar siempre. Porque todos siempre nos equivocamos y todos necesitamos ser perdonados y amados. 

¡Ánimo! Esto se logra si tenemos el Espíritu Santo que nos da la gracia de amarnos en nuestras debilidades. Si todos somos pecadores, ¿cómo no perdonarnos mutuamente?

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.
»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».
Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente

¿Cómo así? Diría cualquier persona al leer o escuchar que el Señor felicitó a un administrador injusto. ¿Cómo puede Jesús reconocer el comportamiento de alguien que ha administrado mal y por tanto es un digno hijo astuto de este mundo? Ciertamente se debe entender bien el espíritu de este pasaje misterioso de la Biblia.

Primero, todas las riquezas son injustas. La acumulación de bienes en este mundo implica que se ha, a lo mejor, cometido alguna travesura para lograrla. Es por eso que la imagen de alguien que ve en peligro su fuente de riqueza, que se arrepiente de lo realizado, devuelva los bienes a quien se los quitó. Lo que hace el administrador de quitar el margen de “ganancia” que Él se “cobraba”. En otra palabras renuncia a su parte, a sus bienes.

Por otro lado, reconocer que todos hemos sido injustos en algún momento. Por tanto, Dios nos llama a todos a conversión. Todos tenemos que saber que muchas veces no hemos administrado bien los bienes espirituales y materiales que Dios nos ha dado. En este sentido hemos sido llamados a utilizar este tiempo de vida para administrar bien. Haciendo “amigos” con las cosas que Dios nos ha dado. Amando a nuestro prójimo como nos ha amado Dios. Darle a cada quien lo que le corresponde, es decir, el perdón y el amor.

Leer:
Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.
»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.
»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta

Vivimos en un mundo donde todos quieren tener una buena imagen ante lo demás. Todos se esfuerzan por construir un buen nombre o prestigio. Queremos ser reconocidos y amados por todos. Las persona que se equivocan, tienen mala fama son considerados “ciudadanos se segunda”. ¿Qué ha hecho Jesús con respecto a esto?

La verdad es que todos somos pecadores. Todos hemos recibido las consecuencias del pecado. Hemos faltado y nos han faltado. Nos hemos equivocado muchas veces. ¿Qué a hecho el Señor? Nos ha amado y perdonado.

La alegría de Dios es que, tu y yo pobres pecadores, alcancemos la salvación. Dios quiere que experimentemos en nuestra carne la vida y alegría que viene de Él. ¡Ánimo! Tenemos la gracia y el don más grande. Dios mismo nos ama y sale a buscarnos cuando nos perdemos. Él mismo nos cuida y perdona.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 15,1-10): En aquel tiempo, todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos». 
Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’. Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.
»O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido’. Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso

Las sagradas escrituras relatan una conversación sostenida entre Jesús y unos ladrones en el momento de la crucifixión. Como resultado de dicho diálogo, el Señor le dice a uno de ellos: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¿Como puede Jesús decir semejante cosa a un condenado por actos criminales?

Muchos de los que hemos recibido una iniciación cristiana a temprana edad conocimos del infierno y del cielo. Los cristianos creemos que las cosas no terminan con la muerte física. Nuestra Fe nos dice que después de morir vamos al cielo o al infierno. La pregunta sería: ¿qué debemos hacer para ir al cielo?

Precisamente el relato del Señor con los malhechores da respuesta a esta interrogante existencial. En esta vida toca arrepentirse de los males cometidos. Hemos pecado y mucho. Es por eso que la actitud del ladron arrepentido es una invitación para que todos hagamos lo mismo.

¿Quieres ir al cielo? Confiesa y arrepiente de tus pecados y confía en el amor de Dios. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 23,33.39-43): Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos

El Señor nos llama a la santidad. Esta llamada es universal. Esto quiere decir que todos los que hemos sido llamados a ser sal, luz y fermento de la tierra tenemos fundamentalmente una vocación a la santidad según Dios. Por tanto es importante reflexionar, ¿qué es ser santo?

Muchos tenemos la imagen de la santidad que vemos en las imágenes, estatuas e historias de santos y santas canonizadas por la iglesia. Nos impresiona esa imagen angelical, ojos brillosos, los milagros y prodigios asociados a estas sobrenaturales personas. En más de uno, lejos de una invitación a imitarles, se produce un efecto contrario. Es decir, nos colocamos a nosotros mismo en la posición de que eso es imposible realizar. Que esa experiencia de santidad es solo para algunos seres especiales. Veamos cómo Jesús describe la santidad.

Jesucristo dice que “seamos perfectos como nuestro Padre Dios es perfecto” y luego continúa diciendo “que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos”. ¿Qué significa eso? Que la perfección o santidad consiste en ser amar a todos y todas, incluyendo nuestros enemigos. Dios es aquel que ama a los justos y los injustos, ¿tú lo haces?

Mis hermanos y hermanas, ser santos es amar como Dios ama. ¿Cuantas veces tú has odiado y rechazado a las personas que te injurian o que consideras se portan mal contigo? Ser santos no es hacer cosas extraordinarias ni tener carita angelical. Ser santo es amar a todos incluyendo nuestros enemigos y esto solo se hace por pura gracia de Dios. ¡Ánimo! Todos estamos llamados a este tipo de santidad. En el Señor todo es posible.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 5,1-12a): En aquel tiempo, viendo Jesús la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».