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Misericordia quiero y no sacrificio

En el monte Sinaí, Dios entregó a su pueblo Israel unas tablas de piedra donde estaba la ley, las Diez Palabras de vida que les mostraba el camino de la vida eterna. El pueblo debía cumplir estos mandamientos si querían ser felices. ¿Qué pasó? Que Israel se dio cuenta que siempre incumplía la ley. La Torah o ley le mostraba al pueblo sus debilidades y flaquezas pero no les daba la gracia, por si sola, de salir de ellas. En este sentido la ley brindaba un servicio de iluminación de los pecados del pueblo.

Es por eso que Dios envía a Jesús. En nuestro Señor Jesucristo podemos cumplir la ley. Él nos da su Espíritu Santo para que podamos transformar nuestro corazón y ser liberados de la esclavitud del pecado. De tal manera, que para que está ley sea cumplida y se realice debe ser inscrita en lo profundo de nuestro corazón.

¡Ánimo! La misericordia de Dios lo perdona todo, la ley nos ayuda a ver nuestra realidad y en la nueva ley dada por Jesús podemos hacer lo que humanamente no podemos: amar a nuestros enemigos. Dios nos envía a ser verdaderos cumplidores de la ley que es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. Has esto y tendrás vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 12,1-8): En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

El que coma este pan vivirá para siempre

Las escrituras hablan de que Dios no nos ha creado para morir sino para vivir. Es por eso que vino Jesús al mundo, para salvarnos de la muerte y resucitarnos para una vida eterna. 

El pan que baja del cielo es Jesucristo que se entrega por nosotros. El amor es entregarse, donarse, servir y amar al prójimo. Es perdonar siempre. Inclusive, el Señor nos enseñó a amar a nuestros enemigos sabiendo con eso que se construye un mundo de paz y bendición.

Hoy es el día de hacernos una misma cosa con Jesús. Participar de su naturaleza. Ser verdaderos hijos de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo

El pan era, en la antigüedad, uno de los alimentos que no podía faltar en la mesa. Así como los dominicanos llaman “bandera nacional” al arroz, habichuela y carne, también podría decirse que el pan es la “bandera” gastronómica de los pueblos judíos en los tiempos de Jesús. Era prácticamente indispensable en la mesa de los comensales antiguos.

Pues tomando como referencia esto podemos decir que mucho más fundamental para la vida de todos es el pan que baja del cielo. El alimento que necesitamos todos los días es el que nos ofrece Jesús. El se da, como pan, para que podamos comerle y saciar nuestra hambre de amor y paz. Jesús es el alimento que sacia todo. En Él podemos crecer espiritualmente sanos y fuertes. Él es un alimento rico en vitaminas y minerales para el alma.

Es importante cumplir nuestra dieta espiritual todos los días. Tomemos el alimento más importante de todos. Hagamos que Jesús esté en nuuestro corazón y hagamos que nuestro ser sea una sola cosa con Él.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Yo soy el pan de la vida

Imaginen que gracias a los adelantos científicos se invente un alimento que elimine definidamente el hambre. Es decir, una alimento que diera para toda la vida. La compañía que comercialice semejante producto se haría millonaria. 

En verdad, existe un pan que baja del cielo que quita la verdadera hambre que nos lleva a la muerte: el hambre espiritual. Los seres humanos necesitamos amor, compasión, perdón, y reconocimiento social. En definitiva, estamos todos necesitados de Dios. Este pan que baja del cielo es el mismo Jesucristo que nos ama y nos perdona siempre. 

Hoy necesitamos que Dios nos alimente de su amor. Lo demás, será dado por añadidura.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija

Dios se manifiesta de muchas maneras. Su poder actúa de múltiples formas. El Señor quiere manifestarse en nuestra vida para suscitar en nosotros la Fe. Su amor es para todos y todas.

No importa quién seas. No interesa tu personalidad, actitudes, ideologías, leyes y normas. Lo más importante es que humildemente reconozcamos hoy que estamos necesitados de Dios. ¡Ánimo! Ha llegado el momento de la bendición.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Hay algunas cosas en las escrituras que suscitan la curiosidad y el excepticimo de muchas personas. En los tiempos de Jesús sucedía igual. Ya en los primeros tiempos los cristianos eran acusados de canibalismo, sacrificios de niños y beber sangre.

Ciertamente puede confundir a primera impresión, a una persona no cristiana, el hecho de leer que se tiene que comer la carne y la sangre de un “tal Jesús”.

Lo maravilloso de esto es que no hay manera más profunda de hacer comunión con la naturaleza divina que comulgar el cuerpo y sangre de Jesús en la forma de pan y vino. Tenemos la gracia de entrar en comunión con Nuestro Señor en la eucaristía y así participe de manera maravillosa en la vida divina, en la vida eterna.

Celebremos el amor de Dios. Alimentarse del pan del Cielo es una bendición de Dios.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

El que venga a mí, no tendrá hambre

La expresión “tener hambre” ha sido utilizada en los evangelios para significar algo profundo, trascendental. Las personas buscan saciar su”hambre” con alimento perecedero. La oferta de Jesús, a pesar que también dio de ese pan, es distinta. 

Nos pasamos la vida con hambre. Y es verdad. Tenemos que hacer mínimo tres comidas y algunos, en dieta eterna, hacen hasta cinco. La alimentación sana y adecuada se ha puesto de moda. Parece que el mundo está obsesionado con el tema del hambre y la buena alimentación. Lo de Jesús no es de este mundo. No tiene que ver con “la carne ni la sangre”.

El Señor nos invita a comer de SU pan, símbolo y realidad del amor de Dios. En la fracción del Pan no sólo reconocemos que ha resucitado. También podemos experimentar que al comer el pan, estamos comulgando la vida misma. Hoy es día de experimentar la vida eterna. Vamos a la Eucaristía contentos porque ha llegado el momento de la vida eterna, de nuestra resurrección.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».

Señor, danos siempre de ese pan

En de indudable certeza el hecho de que los seres humanos trabajamos para ganar el sustento de cada día. Cada mañana nos levantamos para ir al trabajo y luchar para lograr mejores condiciones de vida, en definitiva, vivir mejor.

El milagro del pan es interpretado mal. Las personas le piden a Jesús señales según sus esquemas materiales. Quiere el pan que le satisfaga su hambre material, que les quiten la cruz, que le resuelvan sus problemas. El Señor aprovecha para dar una palabra importante. El pan que Él da es el que baja del cielo. El que provee Dios para cada uno de nosotros. ¿Estás dispuesto a comer de ese pan? ¡Ánimo! Qué ese si da vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Venid y comed

En estos días hemos estado leyendo y escuchando fragmentos de las escrituras que tratan sobre las apariciones de Jesús a sus apóstoles y discípulos luego de su resurrección. Pareciera como que los más importante es descubrir que Jesús no está muerto, está vivo y quiere encontrarse con nosotros. ¿Cómo podemos hacer experiencia personal de la resurrección del Señor?

Ciertamente, en el corazón de alguien que busca con humildad y sinceridad puede darse dicho encuentro. Más sin embargo, necesitamos ayudas y medios eficaces. El mayor de ellos es el sacramento de la eucaristía. 

En este tiempo el Señor sale a nuestro encuentro y nos invita a comer con Él. En la fracción del pan, en el ágape, en el amor entre los hermanos está la vida plena y el experimentar profundamente su victoria sobre nuestras muertes.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Venid y comed

Los discípulos, después de la muerte tan aparatosa y cruel de Jesús, estaban desconcertados y muertos de miedo. Hay varios pasajes de la Biblia donde se muestra su situación post-muerte de Jesús que retratan diferentes estados de ánimo de los apóstoles. Algunas veces aparecen muertos de miedo, en otros momentos desanimados y decepcionados y por otro lado cada uno a vuelto a los suyo.

Hay un momento en que Jesús encuentra a los discípulos en lo “suyo”. Están pescando y no logran atrapar peces. Se parece mucho al pasaje de cuando Jesús los encuentra pescado y los llama a ser “pescadores de hombre”. Aquí pareciera que los discípulos han renunciado a esa llamada. Han abandonado la misión. Se han olvidado de las maravillas que Dios ha hecho en su vida y han vuelto a los “ajos y cebollas” de Egipto.

Muchos de nosotros, cuando pasamos por un sufrimiento o estamos viviendo algo en nuestra vida que no entendemos, dudamos de Dios y nos alejamos de Él. Tendemos a dudar del amor de Dios. Volvemos a nuestras “cosas del mundo”. Nos escandaliza la vida con sus “cruces” y con sus “muertes”, tal como Dios nos la permite y eso se traduce en alejamiento. ¡Eso es un grave error!

La buena noticia es que el Señor vuelve a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua. Entra nuevamente en el mar con los discípulos y es como si le hiciera nuevamente el llamado. Antes no pescaban nada y ahora pesca 153 peces símbolo de las naciones de la tierra. Pedro se pone el “vestido” nuevamente. Se podría decir que se convierte al hacer de nuevo encuentro personal con Jesús y se pone la “túnica blanca” del bautismo. Es otra persona. Ya puede comer “pan y pez”, hacer Eucaristía con el Señor y dar al mundo entero de lo que le sobra: amor de Dios.

Que hermoso es descubrir el inmenso amor de Dios en nuestras vidas. Dios nos ha amado en Jesús y quiere que prediquemos este amor a todas las naciones de la tierra. Nos envía nuevamente a esta misión de “pescar hombres”. ¿Estás dispuesto?

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14):En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 


Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 


Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.