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Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron

Los apóstoles fueron elegidos por Jesús tomando en cuenta criterios espirituales. Eran hombres comunes, como tú y como yo. Estaban en sus afanes del mundo. Trabajaban, descansaban, comían, vestían y hacían todo como personas normales de su tiempo. ¿Qué de especial tiene su llamada? Que Dios es el que elige y da la gracia para seguirle.

Andrés, Santiago, Juan, Pedro y los demás que siguieron a Jesús lo dejaron todo. Sus oficios, sus proyectos personales, sus ambiciones terrenales y acogieron una misión celeste, espiritual y que mira a las realidades eternas.

Sigamos el ejemplo de estos discípulos del Señor. Que nuestro proyecto sea hacer la voluntad de Dios. Que nuestra aspiración sea estar siempre preparados para cuando venga a nuestra vida nuestro salvador y Mesías.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

¡Ánimo!, que soy yo; no temáis

No mires la violencia del viento. Pedro, impetuoso como siempre, pide al Señor que le conceda ir donde Él estaba. ¿Donde está Jesús? Caminando sobre las aguas; es decir, victorioso sobre la muerte.

No mires el agua, el viento, tus sufrimientos, tus dolores, en fin, todos aquellos aspectos de tu vida que consideras oscuros. Mira más bien a Jesús. Pon tu mirada en Él. ¡Ten Fe! ¿Qué cosa es tener Fe? Tener la seguridad puesta en Dios y saber, que los vientos fuertes de la vida, Dios lo permite para nuestro bien, para que podamos descubrí que en Jesús todo podemos lograrlo. 

¡Ánimo! No temas a nada ni nadie. El Señor está con nosotros y nos salva.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 14,22-36): En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

Simón de Juan, ¿me amas?

El Señor es el buen pastor que cuida de sus ovejas. Jesús ama a sus discípulos y los conoce muy bien. Sabe por ejemplo, la fragilidad de Pedro pero aún así le ama muchísimo.

Pedro, al momento de la crucifixión, traicionó a Jesús. Es decir, negó a su maestro en el peor momento. Por miedo dijo “no conocerle”. Más sin embargo, conociendo el Señor esto hasta mucho antes que sucediera, no se lo tomó en cuenta.

En sus apariciones de resurrección, Jesús tiene un diálogo amoroso con Pedro. Le invita a ser pastor como Él lo ha sido, es decir, amar hasta el extremo. Es el amor que sana y transforma a Pedro. Es el amor de Dios le hace capaz de amar y querer a Jesús. Es la experiencia profunda y hermosa de sentirse amado por Dios que convierte a Pedro en pastor de la Iglesia.

Este día es para sentir la presencia amorosa de Jesús en nuestra vida. Hoy Él nos pregunta: ¿me amas? Ojalá podamos decirle con todo el corazón: “Sí Jesús, tú sabes que te amo”.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 21,15-19): Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos y comiendo con ellos, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». 
Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

Todos tenemos nuestras visiones personales de lo que debe ser la vida y todas sus realidades. Estamos llenos de conceptos, teorías y prácticas elaboradas por nuestras experiencias personales y lo que hemos aprendido de otros. Es por eso que algunas ocasiones proyectamos nuestras ideas de lo que debe ser el cristianismo y los cristianos.

Por ejemplo, muchos piensan que ser buen cristiano es ir a misa y casarse por la Iglesia. Sin embargo, Jesús es el primero en decir que si tienes algún tema o discordia no resuelta con un prójimo, deja tu ofrenda en el altar y ve primero a reconciliarte. Con estas frases Jesús pone el énfasis en una experiencia cristiana de obras de vida de eterna basadas en el amor. 

Ante la pregunta de quién es Él, sus apóstoles le llaman Cristo pero no entienden lo que esto significa. Ser cristiano es amar al enemigo y dar la vida por lo de demás. Ser cristiano es compartir con Jesús la pasión y la resurrección. Ser cristiano es morir por los demás para poder luego resucitar en Cristo. ¿Ahora entiendes? ¿Estás dispuesto a ser otro Cristo en la tierra? ¿Quieres ser un verdadero cristiano? Pues escuchar esta palabra y ponla en práctica. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 8,27-33): En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo». 
Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

La fiebre la dejó y ella se puso a servirles

El inicio de la vida pública de Jesús, y por tanto su misión, estuvo acompañado de señales, prodigios y milagros de todo tipo. Era tanto el revuelo ocasionado por estos fenómenos que de muchos pueblos iban a verle para ser curados por Él. ¿Cuál es el propósito de tales signos? Convertir el corazón.

Es emblemática la curación de la suegra de Pedro. Su fiebre, su enfermedad, le impedía fundamentalmente servir. Es decir, en su cuerpo se manifestaba una enfermedad del alma. Era incapaz de dar amor mediante el servicio a los demás. Por eso debemos, quizás, preguntarnos hoy: ¿padecemos de algún tipo de “fiebre”? ¿Qué hay en nosotros que nos impide amar, perdonar, servir, y bendecir?

Para curar todas las enfermedades ha sido enviado Jesús, especialmente las del alma. Todos envejecemos y morimos. Lo que nos mantendrá vivos en el Señor es hacer su voluntad y entrar en la bendición de su amor. ¡Ánimo! Todas tus dolencias serán sanadas.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 1,29-39): En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. 
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. 
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo

Ante la pregunta que le hacía Jesús a sus discípulos sobre quién pensaban que era Él, Pedro fue el que confirmó la verdad de Cristo nuestro Señor y Mesías. Después de esa profesión de Fe, Jesús lo constituye en cabeza de la Iglesia. 

En la escritura se dice que esto no se lo reveló ni la carne ni la sangre. Es lo mismo que pasa con nosotros. No podemos tener Fe por nuestra fuerza o según nuestros esquemas. Hay personas que acomodan la Fe. Dicen que en cualquier sitio se puede encontrar a Dios y que solo basta con estar tranquilo con uno mismo. Lo primero es que un encuentro de Fe con Jesús se da según los esquemas de Dios. De nosotros depende tener nuestro corazón dispuesto a esta verdad.

Hoy es el día de la solemnidad de Pedro y Pablo. Seamos como ellos, dispuestos a dejarnos guiar por el Espíritu Santo. No por la carne ni la sangre.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?

En este tiempo de Cuaresma el Señor nos pone como ejemplo a Pedro. Este discípulo de Jesús elegido para ser líder de la Iglesia naciente tiene una característica que nos invita a imitarle. Reconoce siempre en todo momento en Jesucristo el ser nuestro mesias y salvador.

La Cuaresma es un tiempo en el que a través de ejercicios espirituales y obras de misericordia nos preparamos para la Pascua. No hay mejor manera de hacerlo que reconociendo todos los días y reafirmandolo con nuestras obras que Jesús es el hijo de Dios enviado para salvar la humanidad entera. Digamos hoy con Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-19): En aquel tiempo, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». 
Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Levantándose al punto, se puso a servirles

Una de las características de la obra de Jesús en la tierra fueron sus milagros. Pasaba de pueblo en pueblo sanando y expulsando demonios de las personas aquejadas de dichos males. Jesús vino a salvar y liberar al ser humano de todas sus dolencias.

La enfermedad física puede utilizarse como símbolo de algo mucho más profundo. El que está enfermo no puede operar bien. Se ve limitado de muchas maneras. No puede trabajar o desempeñar regularmente sus tareas diarias. 

Muchas veces nos encontramos aquejados de males “del alma”. Tenemos rechazos, odios, rencores, pereza, ira, entre otros males que paralizan nuestra capacidad de amar o servir.

La buena noticia es que Jesús tiene el poder de sanarnos de todas esas cosas que nos impiden ser felices. ¿Hoy te sientes sin ganas de nada? Tranquilo, órale al Señor que el te sanará.

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 4,38-44): En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado». E iba predicando por las sinagogas de Judea.

Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Las escrituras nos narran las diferentes apariciones de Jesús. El Señor come, habla y consuela a sus apóstoles y discípulos durante un tiempo luego de resurrección. Un tiempo que hoy llamamos cincuentena pascual ayuda a celebrar este tiempo maravilloso donde Jesús muestra de una forma hermosa y maravillosa su victoria sobre la muerte.

Hay uno de estos relatos en el que Jesús tiene un diálogo muy profundo con Pedro, uno de sus elegidos más importante. Le hace una pregunta muy profunda: “¿me amas?”. Con esta interrogante pone a Pedro en una situación difícil y especial. El le había negado tres veces y ahora le pregunta la misma cantidad de veces si le ama.

Pedro es imagen de todos nosotros. Es por eso que a la tercera vez que le pregunta si le ama, Pedro dice: “tu lo sabes todo”. ¡Ciertamente! El Señor lo sabe todo. Sabe que somos unos pecadores, que estamos constantemente traicionándole y que no podemos amarle en nuestras fuerzas. Esta pregunta no busca el “compromiso” de Pedro. Al contrario, busca que pueda reconocer que si él puede amar a Jesús es porque Él le ha amado primero. ¡Qué hermoso es el amor de Dios!

Vive este día con alegría. Dios nos ama y quiere que hoy también podamos amarle siempre. Esta es la clave de nuestra felicidad.

Leer:

Evangelio según San Juan 21,15-19.

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. El le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. 

Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. El le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. 

Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. 

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. 

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”. 

Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres

De una manera u otra, en algún momento o circunstancia, nos hemos identificado con el liderazgo de una persona. Un padre, una madre, amigo, profesor o guía espiritual, siempre hay alguien que influye en nosotros y al que deseamos imitar o seguir.

Jesús es el líder de los líderes. Un modelo ejemplar de lo que debe ser un maestro e “influenciador” y para que esto se realizará concretamente, tenían que reconocerle como tal. Sus discípulos dicen de Él lo que han visto y oído. Son personas que en la práctica han experimentado la fuerza y amor del líder Jesús.

Pedro, impetuoso como siempre, es el primero en reconocer que Jesús es “el Cristo, hijo de Dios vivo”. Una profesión de Fe que le mereció ser constituido en “piedra sobre la cual se construye la Iglesia”. Jesús debe confirmar, afinar, validar y perfeccionar esta afirmación de su discípulo. Inmediatamente se da cuenta que dicen o piensan algo que no es exactamente lo que Jesús espera de ellos.

Ser Cristo e hijo de Dios es dar la vida por los demás. Ser el Mesías y Salvador es subir a la cruz y morir para el perdón de los pecados de su pueblo y todos los hombres y mujeres de todas las generaciones. Ser enviado por Dios para redimir a la humanidad entera significa hacer realidad el Siervo de Yahveh que da la vida por los pecadores, que entra en la muerte para destruir dicha muerte y resucitar para darnos a todos la vida.

Los pensamientos de los discípulos no son estos. No entienden el sentido de la muerte o del sufrimiento. Su concepto de Cristo es otro distinto al de Jesús. ¡Quieren vivir la vida light! Esperan que nada malo les suceda, en otra palabras, vivir en una especie de fantasía tipo cuentos de hadas.

Hermanos y hermanas, estos no son los pensamientos de Dios. Nuestro Señor sabe que para que podamos ser libres, humildes y felices, la vida debe vivirse tal cual se presenta día a día. Un cristiano es uno que como Cristo, entra en el sufrimiento de cada día y experimenta, apoyado en el Señor, que lejos de destruirle, dicho sufrimiento le hace fuerte, humilde, sencillo, capaz de amar a los demás, incluyendo al pecador de tu esposo o esposa, de tu hermano o hermana, de tu compañero de trabajo y cualquier persona que en algún momento entendemos que nos ha hecho algún mal.

¡Ánimo!. Jesús, “el Cristo, hijo de Dios vivo”, nos concederá, si queremos, hacer realidad en nosotros su mensaje de salvación. ¡Tengamos los mismo pensamientos de Dios! Que ama hasta dar la vida por los demás.

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 16,13-23): En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».