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Effatá

El tema de la discapacidad adquiere una importancia creciente en nuestra época. Las sociedades modernas diseñan ciudades, programas de asistencia e implementan programas de ayuda tomando como centro las personas con discapacidad. La sordera es una de las discapacidades más extendidas y también es tema del mensaje evangélico de Jesús.

Las escrituras hablan de un sordo al cual Jesús curó. Un milagros ciertamente pero que tiene una significación mucho más profunda. La falta de habla o escucha es símbolo de una realidad existencial que nos afecta a todos y todas.

En nuestra vida hemos padecido sordera y mudez en el sentido espiritual. No hemos podido escuchar a Dios que nos habla todos los días… SI… ¡Nos habla todos los días! Algunos no sabemos o no hemos sabido escuchar a Dios que dialoga con nosotros en la historia a través de los acontecimientos de la vida. El Señor nos habla a través de la enfermedad o un ascenso en el trabajo, nos quiere decir algo en la humillación o en el reconocimiento, nos invita a convertirnos cuando las seguridad afectivas del prójimo nos falla, en fin, él está hablando y no escuchamos.

Cuando alguien no escucha tampoco puede hablar. El lenguaje se aprende gracias a que podemos oír. Por eso sin discapacidades muy relacionadas. Esa es la razón por la que muchas veces en lugar de bendecir a Dios por algo que nos pasa lo que hacemos es maldecir. La clave de la alabanza está en saber descubrir a Dios en todos los aspectos de nuestra vida.

Hay una palabra que Dios quiere que escuches hoy y esa es que ¡TE AMA! Amarte es su esencia y quiere que “escuches su voz” todos los días para que también puedas proclamar sus alabanzas, amores y bendiciones. ¡Qué bueno es Dios! El da sentido a nuestra vida y nos promete siempre un futuro mejor: la vida eterna.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,31-37): En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”.

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños

Nos pasos nuestra vida entera construyendo prestigio, patrimonio y relaciones humanas. Tener éxito según los parámetros de este mundo es la clave para sentirnos felices y realizados. Tener poder es el objetivo de los que quieren ocupar los primeros lugares de nuestra sociedad, ¿qué dice el Señor al respecto?

Jesús vino al mundo, fundamentalmente, al pueblo elegido de Israel. Las escrituras han revelado que este pueblo era el receptor de la bendición de Dios y por tanto de su elección. El Señor vino a cambiar o “ampliar” esta realidad.

Hombres y mujeres con dolencias y sufrimientos se acercaban al Señor para pedirle ayuda. Se suponía que su labor era dirigida al pueblo de Israel pero no fue así. El acogió a todos y todas. Sus acciones no están en función de tradición o exclusión. Vino a salvar y sanar. Su obra liberadora es universal.

Sorprende la humildad con que una mujer pide ayuda para su hija endemoniada. Parecería que Jesús premia el gesto. El milagro físico suscita el milagro espiritual de la humildad. Ninguno de nosotros somos dignos. El nos hace dignos con su amor y perdón. Pidamos al Señor con humildad que el siempre escucha. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,24-30): En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: «Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella le respondió: «Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños». Él, entonces, le dijo: «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija». Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido.

Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas

Hay en nuestra humanidad una tendencia a “satanisar” las cosas. Vemos con recelo la televisión, la radio y hasta las redes sociales. Afirmaciones radicales y apocalípticas como que “las redes sociales son instrumentos del diablo” son escuchadas en varios ambientes cristianos. Esto no refleja la enseñanza de Jesús.

La obra de Dios se realiza en el corazón de la persona. Es ahí donde todo ocurre, de donde sale lo bueno pero también lo malo. Por eso el gran milagro de Jesús es convertir el corazón de piedra y hacerlo de carne. La obra del Señor se hace en el corazón.

¿A qué nos llama esta palabra? A vivir en libertad. Hay oficios y cosas que normalmente se entienden incompatibles con la enseñanza cristiana. Para discernir debemos ver si esto daña el corazón o si son catalizadores de la maldad que hay en el interior humano. Por ejemplo, si la política la ejerce un hombre o mujer sin valores éticos es obvio que será un corrupto pero si en cambio la práctica un hombre justo y bueno será el mejor servidor público e instrumento en manos de Dios para hacer mucho bien.

Purifiquemos nuestro corazón y actuemos como verdaderos hijos de Dios, lo demás es “monte y culebra”.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,14-23): En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga».

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: «¿Así que también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» —así declaraba puros todos los alimentos—. Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».

Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí

Muchas veces queremos convertir o hemos hecho del cristianismo una ley pesada o un moralismo. Estamos con un “palo” en la mano diciéndole a todo el mundo lo que tiene que hacer y pensamos que ser “buen cristiano” es cumplir una serie de preceptos externos que no tocan el corazón.

Nuestro Señor Jesús es el primero en denunciar este hecho inaudito. No podemos reducir el cristianismo a una receta o guía de “como se una mejor persona” como si se tratara de un opción más en el amplio catálogo de ofertas de auto superación personal. No… El cristianismo no es eso.

Jesús nos entrega la fractura del Amor como ley fundamental. Nos dice que Amar a nuestros padres, familiares, amigos, conocidos e inclusive a nuestros enemigos es la verdadera “ley”.

¡Abramos nuestro corazón a la gracia! A la inmensa dicha de amar y ser amados. Ese es el camino del cristianismo y de nuestra plena felicidad.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 7,1-13): En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-.

Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?». Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres». Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’. Pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro “Korbán” -es decir: ofrenda-’, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas».

Cuantos la tocaron quedaban salvados

Uno de los grandes mensajes del evangelio es que todo aquel que se siente afligido o enfermo puede encontrar salud en el Señor. Un elemento importante de la obra de Jesús aquí en la tierra era curar todas las dolencias y enfermedades. El anuncio del Reino de Dios siempre va acompañado de señales y prodigios.

Uno de las enseñanzas fundamentales del cristianismo es afrontar la vida tal cual es. Una de las grandes verdades de la existencia humana es reconocer que sufrimos. Nuestra vida está marcada por el sufrimiento y la enfermedad y esta realidad nos hace vivir en una justa dimensión.

El Señor con su obra nos dice hoy que podemos tocar “la orla de su manto” que significa que al leer la palabra de Dios podemos sentir al mismo Jesús y en este encuentro ser sanado de todas nuestras dolencias. El trae sentido a nuestra vida y nos lleva a la alegría de la salvación. ¡Toquemos a Jesús! Solo Él puede curar nuestras enfermedades físicas y espirituales.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,53-56): En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos hubieron terminado la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que Él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado

Ser cristianos en este tiempo nos lleva al riesgo. El estar en comunión con lo que la Iglesia ha dicho con respecto a la vida, el matrimonio o familia supone muchas veces que debemos dar testimonio hasta el martirio. Hoy vivimos una etapa muy parecida a la de Juan el Bautista.

Este hombre justo y santo denunciaba lo que él entendía no venia de Dios. El hecho de que un gobernante dejará su mujer y se casara con la mujer de su hermano era algo que iba en contra de la revelación de Dios. Juan no es un moralista. Él es un hombre sabio que tiene la luz divina para ayudar al ser humano de su época a entrar en el camino de felicidad que ofrece Dios.

¿Qué pasó con Juan El Bautista? Que lo asesinaron. ¿Por qué? Por ser profeta. La mayor intolerancia, por ejemplo, de nuestro tiempo es querer imponer un modelo de familia que muy pocos aceptan y va en contra del orden natural. No es un asunto de lo que está bien o mal. Es que Dios, con su inmenso amor, nos quiere mostrar la mejor forma de vivir esta vida y en esta época se rechaza dicha oferta divina.

Hermanos y hermanas, hoy más que nunca el Señor nos llama a ser otro “Juan El Bautista” para poder anunciar al mundo el plan divino de Dios que siempre es amar al ser humano en todas sus dimensiones. ¿Estás dispuesto a ir a Jerusalén a ser matado como lo fue Cristo? ¡Ánimo! El Señor nos ayudará

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,14-29): En aquel tiempo, se había hecho notorio el nombre de Jesús y llegó esto a noticia del rey Herodes. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto.

Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino». Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?». Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas

Un amigo, que ocupaba una importante posición, me preguntó una vez: “¿por qué los cristianos hacen enaltecen la pobreza?”. Esta pregunta no es tonta. En un mundo donde el éxito y la felicidad se mide por el nivel de riqueza es lógico preguntar porque hay personas que optan libremente por ser pobres.

Nadie quiere la pobreza. Ni los individuos ni las organizaciones y mucho menos los países. La lucha de todos los días es como lograr acumular riqueza para poder vivir mejor, que nos admiren y ser más felices. Esa es la tendencia natural de toda la raza humana. Ante esta realidad, ¿qué nos quiere decir el Señor cuando manda a sus más cercanos sin nada a recorrer caminos y pueblos predicando el evangelio?

Hace unos años tuve el privilegio o gracia de Dios de poner en práctica esta palabra. Fuimos enviados muchos de dos en dos por diversos países de América. En el momento que llevábamos a los lugares inmediatamente noté que lo que más llamaba la atención de nuestra experiencia es que íbamos sin nada. Más que nuestras palabras, siempre nos preguntaban que donde íbamos a dormir y que habíamos comido y ante esta pregunta siempre respondíamos: no lo sabemos.

El total desprendimiento y nuestro sometimiento radical a la providencia de Dios nos hacía obrar “señales y prodigios”. En una sociedad donde todo se basa en tener y cada día mucho más, encontrar personas que se desprendían totalmente y confiaban plenamente en la providencia de Dios era un verdadero espectáculo que certificaba que realmente veníamos de parte de Dios.

El Señor nos envía a esta generación acompañados de señales evangélicas. Más que los milagros físicos, lo que más llama la atención a esta humanidad consumista es es ver evangelizadores que ponen su confianza total en Dios. Hermanos y hermanas, pongamos en práctica esta palabra.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,7-13): En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio

Muchos líderes de nuestro pueblo han dicho que aquí tenemos un “complejo de Guacanagarix” refiriéndose al hecho de que pensamos que todo lo extranjero es mejor que lo dominicano. Sin entrar en detalles de si esto es cierto o falso, lo que si se puede afirmar es que muchas veces no hacemos mucho caso a los de nuestra casa cuando emiten una opinión o realiza algún trabajo.

Cuantas veces en nuestras familias intentamos decirle algo a nuestros padres pero no nos escuchan porque piensas que “a este muchacho lo crié yo, ahora viene a darme consejos”. En el ámbito político y empresarial se dice que si viene “uno de fuera” y dice algo todo el mundo le cree pero si eso mismo dice uno de los nuestros lo ponemos en duda o no le hacemos mucho caso. A Jesús puede haberle pasado algo similar.

El Señor predica en su tierra y los suyos no le acogen. Se fijan en su apariencia externa pero no se dan cuenta de las señales que confirman que su pariente, vecino o amigo es en realidad el profeta de Dios que vino a salvarles. Jesús vino a dar la Fe a su pueblo. Los milagros son solo instrumentos que utiliza Dios para suscitar en nosotros la Fe que es lo más importante.

También nosotros muchas veces somos rechazados en nuestras familias o ambientes porque la gente ve nuestra debilidad o “apariencia”. El Señor nos ha constituido profetas y por eso obra muchos milagros en nosotros y a través de nosotros. El objetivo de la obra de Dios es que los que nos rodean puedan descubrir su amor en nosotros y eso resulta un tanto difícil para nuestros cercanos que pueden quedarse en las apariencias.

¡Animo! No podemos desfallecer. Sigamos haciendo la voluntad de Dios y oremos por aquellos a los que hemos sido enviado como profetas para que puedan escuchar y creer en el Señor que les quiere y ama.

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 6,1-6): En aquel tiempo, Jesús salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de Él. Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.

Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré

El sentido de tocar es uno de los cinco con que percibimos y conocemos el mundo que nos rodea. Necesitamos de todos los sentidos para experimentar el mundo que nos rodea y los mismos nos ayudan a crecer y desarrollarnos sanamente.

Me imagino que Jesús, como hombre público y conocido, fue tocado por miles de personas. En su acción evangelizadora tuvo la oportunidad de tocar muchas personas pero la verdad es que no todos le tocaron realmente. ¿Qué significa tocar a Jesús?

Cuando la mujer enferma o la niña “tocan” a Jesús, significa que hacen experiencia de Dios en su vida. No se encuentran con el Jesús histórico más bien hacen experiencia del Jesús que tiene poder de sanar todas sus dolencias y curar todos sus males.

Hermanos y hermanas, esa es la clave del encuentro con Jesús. Hacer experiencia del Señor es estar abierto a su poder que cambia la vida en todas sus dimensiones. ¿Estás dispuesto?

Leer:

Texto del Evangelio (Mc 5,21-43): En aquel tiempo, Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla y se aglomeró junto a Él mucha gente; Él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré». Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de Él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’». Pero Él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante Él y le contó toda la verdad. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad».

Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?». Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.

Crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él

Hace poco tiempo que celebramos la navidad y volvemos a tener un evangelio que hace referencia a ese importante tiempo litúrgico. Acompañamos a Jesús en todos los momentos importantes de su vida gracias a las escrituras.

Nuestro Señor Jesucristo nació como cualquier persona y le tocó vivir las mismas realidades que cualquier ser humano. Crecer y hacerse hombre o mujer supone grandes retos, desafíos y dificultades. Para Jesús y sus padres fue toda una aventura hacer las cosas que los demás hacían porque en momentos siempre había profetas que les recordaban la importante misión que debían realizar. Lo mismo pasa con nosotros.

Todos hemos nacido en familias, sociedades y familias muy concretas. Hemos tenido que crecer en una realidad social muy específica y sortear muchas dificultades pero lo mas importante es la llamada que tenemos de parte de Dios. Hemos sido “presentados” ante el Señor y consagrados a Él para realizar en esta vida un a misión. Tenemos una llamada o vocación: la de ser cristianos.

Hemos sido elegidos para formar parte del pueblo de Dios y reproducir la naturales misma de Dios que se ha manifestado en Jesús. El Señor quiere que seamos sus hijos. Esto supone hacer lo mismo que hizo Jesús, es decir, dar la vida por los demás. ¿Estás haciendo esto?

Amar a tu esposo o esposa, perdonar a tus enemigos, querer a tus hijos, ser un buen ciudadano o amigo y sobre todo, Amar a Dios por encima de todas las cosas es la misión a la que el Señor nos llama. Él nos invita a crecer en gracia, sabiduría y amor a Dios. Esto es el camino de la felicidad y la plena realización en nuestra vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Lc 2,22-40): Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.

Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.