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Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?

El llanto es propio de naturaleza humana. Desde el momento mismo de nacer tenemos que demostrar salud mediante un grito o llanto. En particular, en los momentos difíciles de la vida o pérdida de alguien o algo querido, lo que se nos presenta son las lágrimas que simboliza la tristeza que experimentamos en esos acontecimientos de muerte existencial o interior.

María Magdalena era alguien a quien Jesús amó mucho. Le salvó de siete pecados capitales o graves. Le liberó de la tristeza y del rechazo social. En definitiva, le salvó de la muerte. Es natural que llore. Piensa que ha muerto su salvador. Corre al sepulcro, pero que alegría! Oh admirable sorpresa! No está muerto, HA RESUCITADO!!!

Eso es lo que Dios quiere que experimentemos. Donde se nos aparece CRISTO RESUCITADO no ha llanto, ni luto. Ten fe! El se aparecerá y te dará la oportunidad de experimentar la victoria sobre la muerte que experimentas hoy. Él te ama y quiere que tengas vida.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 20,11-18): En aquel tiempo, estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir “Maestro”». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

¡CRISTO HA RESUCITADO!

Somos testigos. La tumba está vacía. Cristo, nuestro Señor, HA RESUCITADO! Es el grito de la Iglesia hoy y también es nuestra experiencia.

La buena noticia es que la muerte ha sido vencida. Lo que los cristianos celebramos no es solamente un hecho del pasado. Hoy también podemos ser como aquellas mujeres que fueron testigos oculares del gran acontecimiento. La muerte no pudo retener a la vida y de esa victoria de Jesús participamos hoy.

Estemos alegres. Participemos con alegría de esa victoria que nos regala Jesús. No más lutos ni llantos ni pesares. ¡Resucitó!

Leer:

Texto del Evangelio (Mt 28,8-15): En aquel tiempo, las mujeres partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!». Y ellas se acercaron a Él, y abrazándole sus pies, le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». 
Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: «Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y le robaron mientras nosotros dormíamos’. Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones». Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy.

Era de noche

La noche es símbolo de la muerte. En las escrituras se recurre mucho a esta figura para manifestar los momentos en nuestra vida donde experimentamos soledad, tristeza, desolación, desesperanza, en fin, cuando nos sentimos que la vida no tiene sentido y parecería que somos muertos en vida.

Es en la noche donde Jacob lucha con Dios, donde Abraham va a sacrificar a su hijo, donde Israel sale de la esclaitud de Egipto, es decir, la noche, aunque no nos parezca, es el momento de Dios.

San Juan de La Cruz habla primores de la noche. Es en su noche de la vida donde el Amado, Jesucristo, se despida con la Amada. En la noche no importan los sentidos ni las cosas de este mundo. Solo queda lo esencial e importante: Dios.

Por eso hermanos y hermanas, bendita noche!!! Este domingo entraremos en la noche de la vigilia que empieza sábado a la caída del sol. La Iglesia esperará en vela la aparición gloriosa del Lucero de la mañana, el sol radiante que sale de lo alto, el mismo Cristo Resucitado que viene a vencer todos nuestros males y darnos la victoria sobre la muerte. ¡Ánimo! Vivamos en plenitud esta Pascua de Resurreción.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. 
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».

A quien había resucitado de entre los muertos

Es impresionante como Jesús fue adquiriendo cada vez mayor fama. Sus palabras y obras estaban causando una verdadera revolución. Más y más personas me seguían y creían en Él. ¿Cuál fue el momento culmen de este creciente éxito? 

Según el evangelio de Juan, entre otros acontecimientos, la resurrección de Lázaro fue un momento en el que Jesús manifestó de manera extraordinaria su gloria. Solo debemos pensar un momento, ¡¿que alguien tenga el poder de volver a la vida a un muerto?! Si hoy alguien tuviera semejante poder, causaría una conmoción mundial.

La buena noticia consiste precisamente en eso. Jesús es aquel que tiene poder para volvernos a la vida. Muchos tenemos o experimentamos muertes interiores o espirituales. Es decir, que estamos tristes, sin ganas de vivir o pasando por algún sufrimiento concreto. La gran noticia es que Jesús hoy puede devolvernos la vida. Nos puede resucitar de la muerte. Nos puede hacer el milagro de Lázaro. ¡Ánimo! Este es el misterio del cual Dios quiere hacerte participe en esta Semana Santa.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. 
Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

¿Cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’?

Para las mentes curiosas, podría ser interesante reflexionar sobre la razón por la cual Jesús es perseguido y condenado. Si el Ministerio Público hiciera un proceso de investigación penal se daría cuenta que este hombre fascinante fue condenado, principalmente por llamarse así mismo Hijo de Dios.

Jesús actúa siempre con libertad, sanaba a todos, anunciaba el amor de Dios, realizaba milagros y resucitaba muertos. Su mensaje era amor y perdón. Entonces, ¿por qué a alguien tan bueno se le condena? Porque los testigos de todos estos hechos y acciones no quisieron reconocer lo evidente: Jesús, por su obras, es Hijo de Dios.

Lo mismo nos puede pasar a nosotros. Podemos ver más acciones de Dios y no reconocerle presente en un hermano que te corrije, en un hecho que te llama a la santidad o en una liturgia que está para vivirla en la Fe. Esta es una invitación a la Fe. A qué podamos abrir nuestro corazón a la presencia divina en todo y todos. Reconozcamos a Jesús en todos los aspectos nuestra vida. Tengamos Fe.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 10,31-42): En aquel tiempo, los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. Jesús les dijo: «Muchas obras buenas que vienen del Padre os he mostrado. ¿Por cuál de esas obras queréis apedrearme?». Le respondieron los judíos: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra Ley: ‘Yo he dicho: dioses sois’? Si llama dioses a aquellos a quienes se dirigió la Palabra de Dios —y no puede fallar la Escritura— a aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre». Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. Muchos fueron donde Él y decían: «Juan no realizó ninguna señal, pero todo lo que dijo Juan de éste, era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.

Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres

En diversas épocas y momentos de la historia de la humanidad se ha luchado hasta la muerte para dar, conquistar y construir la libertad. Uno de los monumentos más emblemáticos del planeta, localizado en la ciudad de New York de Estados Unidos, está dedicado precisamente a la libertad. Todos la queremos y luchamos por ella. Nos podemos preguntar: ¿es la misma libertad de la que habla Jesús en el evangelio?

A la libertad se opone la esclavitud. En las escrituras se dice que la profunda y existencial esclavitud es fruto del pecado. Estar en pecado es como estar encadenado. Es decir, cuando no amamos, nos separamos de Dios y vivimos en tristeza y pesar, es porque hemos pecado y somos esclavos del mal. ¿Quién podrá ayudarnos?

La buena noticia es que tenemos un libertador. Dios ha enviado a Jesús para liberarnos del mal y el pecado. Podemos tener esperanza. ¡Dios nos ama! Y manifiesta su amor sacándonos de nuestras oscuridades existenciales y dándonos la oportunidad de una vida nueva, la vida de un resucitado, de alguien que estaba muerto y ha vuelto a la vida. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,31-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». Ellos le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Os haréis libres?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres. Ya sé que sois descendencia de Abraham; pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre».
Ellos le respondieron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dice: «Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Ellos le dijeron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios». Jesús les respondió: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado».

Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy

Es necesario que hoy sea levantado en nuestra vida el Hijo del hombre. ¿Qué significa esa frase?

Jesús, con su pasión, muerte y resurrección, mostró al mundo entero una nueva realidad. Con su “levantarse” en la cruz, manifestó al mundo entero el amor de Dios. Desveló de una manera admirable la verdadera naturaleza divina de la cual podemos ser partícipes si somos hijos de Dios. 

La buena noticia del misterio Pascual que vamos a celebrar en breve es que podemos participar también de ese misterio. ¿Tenemos pecados, muertes y culpas? Tranquilo, que Dios ha enviado a Jesucristo para que asuma tu muerte, pecado y culpa, y puedas así experimentar en tu vida la resurrección de la muerte. Abramos nuestro corazón a esta experiencia pascual.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,21-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:«Yo me voy y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado. Adonde yo voy, vosotros no podéis ir». Los judíos se decían: «¿Es que se va a suicidar, pues dice: ‘Adonde yo voy, vosotros no podéis ir’?». El les decía: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados». 
Entonces le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.

Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra

Cada vez que escuchamos el problema de una persona, pareja, comunidad, pueblo, provincia, país y conjunto de países; inmediatamente pensamos en la solución ideal que solo nosotros conocemos. No se qué pasa, que los seres humanos tenemos una tendencia natural a juzgar la situación a ajena y considerar la poseedores de la solución mágica. La frase o pensamiento “si fuera yo” domina nuestra mente cada vez que pretendemos analizar nuestro entorno. ¿A qué se debe esto? A qué nos consideramos superiores a los demás.

Ciertamente, juzgamos, evaluamos y condenamos a los demás porque no somos capaces de ver nuestras propias faltas y pecados. Somos miopes espirituales a la hora de evaluar nuestra conducta pero tenemos super vista y un discernimiento extraordinario al momento de “aconsejar” o acusar a los demás. 

¿Sabes cuál es la mejor manera de ayudar a alguien en pecado o equivocación? Siendo humilde, considerándote inferior a los demás y amándote hasta el extremo. Déjame el juicio a Dios y CONVIÉRTETE seriamente. ¿Quieres ser luz? Te digo de parte de Dios: SOLO JESÚS ES LUZ. Nosotros solo tenemos la capacidad de beneficiarnos de su luz y en algunos casos, siempre ayudados por su gracia, reflejar su santidad. ¡Ánimo!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 8,1-11): En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. 
Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?». Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.
Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado

Reconocer que Jesús es el Señor y Salvador del mundo es una gracia de Dios. Ninguna persona puede llegar a esa experiencia sin la asistencia especial del Espíritu Santo. Muchos de su tiempo no quisieron reconocerle. A nosotros nos puede pasar lo mismo.

Cuando actuamos según nuestr voluntad dando la espalda a la acción de Dios. En aquellos momentos en los que no pensamos en lo que Dios quiere en nuestra vida y preferimos hacer nuestra voluntad. Es en estas circunstancia cuando no reconocemos que Jesús y sus enseñanzas vienen de Dios para nuestra salvación.

La Cuaresma, como tiempo litúrgico, es una preparación y ayuda adecuada para aprender todos los días a reconocer a Jesús en nuestra vida. ¡Bendita Cuaresma! ¡Benditos tiempos en los que se hace posible el encuentro con nuestro Dios y salvador!

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 7,1-2.10.14.25-30): En aquel tiempo, Jesús estaba en Galilea, y no podía andar por Judea, porque los judíos buscaban matarle. Se acercaba la fiesta judía de las Tiendas. Después que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió no manifiestamente, sino de incógnito.
Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Decían algunos de los de Jerusalén: «¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es». Gritó, pues, Jesús, enseñando en el Templo y diciendo: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.

¿Quieres curarte?

Cuando pensamos en Jesús, nos vienen a la mente muchas cualidades, dones, facetas y experiencias. Hay una que le distingue por encima de todas las demás: el don de curación.

Uno de los grandes frutos de abrir nuestro corazón a Jesús es que nos brinda sanación en todos los órdenes. Nuestro Señor Jesús nos cura las dolencias del cuerpo y también las del alma. Su poder lo ordena todo, lo cura todo, lo sana todo. 

No tengamos miedo. Si estamos pasando por alguna situación difícil, tranquilos! Nuestro Señor Jesús cambiará todo en bendición, paz, vida y alegría. Ten paciencia. El viene en nuestra ayuda.

Leer:

Texto del Evangelio (Jn 5,1-3.5-16): Era el día de fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betsaida, que tiene cinco pórticos. En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?». Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. 
Pero era sábado aquel día. Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla». Él le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: ‘Toma tu camilla y anda’». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: ‘Tómala y anda?’». Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor». El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.